Nombres que recuerdan historia, paisajes, gentes

Señor Director:
En estos días nuestro diario ha estado repitiendo el nombre de una mujer de nuestro extremo sudoeste. Dorila Pino.
Es una mujer mayor, como permite suponerlo el hecho de que sus hijos hayan tenido que hacer una protesta pública porque había sido clausurado el camino a recorrer para llegar hasta su chacra desde la ruta 151, en un lugar cuyo nombre destaca la palabra "salitral". Al parecer el modo de llegar hasta Dorila Pino pasaba por tranqueras de otras tierras y uno de los ocupantes o propietarios dispuso por sus motivos no franquear el paso. Estos episodios se dan con alguna frecuencia en esos lugares de nuestro lejano oeste, desde hace muchos años, ahora con nuevo motivo de perturbación a raíz del surgimiento de petróleo. Lo más tradicional es la disputa por la propiedad de tierras cuyos ocupantes han estado acosados por carecer de título de propiedad. Partes de ellas fueron vendidas en el viejo mundo.
El nombre Dorila Pino, sobre todo el apellido, me trajo la memoria de la vez que estuve en la tierra de uno de los Pino. Hace añares ya. Estaban allí un hombre y una mujer de mediana edad. Había llegado cansando, después de recorrer leguas de un paisaje que me atrajo porque es tan diferente al lado de La Pampa de mi procedencia. No diré que es un paisaje hermoso, como los que hallan más al sur, recostados en la cordillera y bendecidos por ríos o lagos. El agua es una presencia determinante, no por su presencia, sino por su escasez. Donde aparece, luce la vida vegetal y animal, con una presencia humana que siempre trajo a mi memoria la idea de empecinado, empecinamiento, quizás porque me pregunté inicialmente por qué estaban allí hombres y mujeres, por qué se quedaban y entonces sentí que estaba ante un ambiente fuera del tiempo, con moradores empecinados en él, como sintiéndose parte de él.
Conversábamos con Pino. Respondía a mis preguntas sobre el aprovechamiento de surgentes y breves cursos de agua. La mujer tenía un fuego hecho fuera de la cocina y allí preparaba la comida en una de esas ollas de hierro, negras, hechas para durar, que probablemente todavía están en uso. Invitado a compartir la comida, esa vez acepté a pesar de que hasta entonces siempre había agradecido, negándome. Supe que el apellido Pino es frecuente en la región. Pino me contó de sus trabajos, que lo llevaban con frecuencia a otros lugares y el sitio quedaba a cargo de esa mujer que no participaba de la charla, pero parecía seguirla con interés
En los relatos que escribí acerca de esos recorridos al oeste de la antigua barrera del Salado, ya para entonces una presencia ocasional y poco duradera, he dejado constancia de lo que aprendí y también de lo que pensé del paisaje y de la gente con sus problemas, algo que nunca les falta. Algunos me sorprendieron hablándome del alférez Sobral, su paso por la región, de su sospecha de que allí debía haber petróleo. Ya había leído yo acerca de este alférez, pero con referencia a una etapa posterior a la su estada en el lugar, de su carrera en la marina y su presencia en la Antártida. Mi idea a su respecto es que estaba atraído por la otra Argentina, la de los márgenes. Algo había en él por el impacto duradero que su estada produjo en quienes lo conocieron. En una ocasión fui hasta el imponente corral de piedras, que me impresionó como una obra desmesurada. Iba por ver a una mujer que, me dijeron, había conocido a Sobral y gustaba hablar de él, quizás apropiándose de algunas memorias ajenas, como suele pasarnos. No la encontré.
Ahora, a raíz del reclamo por la clausura del acceso, los hijos y familiares de Dorila Pino cuentan con un camino franco. Los hijos y familiares se hallan posiblemente diseminados en una amplia zona. Con suerte varia, aunque no brillante. Su fidelidad los lleva de vuelta al sitio donde nacieron hasta que llegó el momento de ahuecar el ala. Dorila Pino está ahí, siempre. Espera y cuida el sitio.
Atentamente:
Jotavé