Domingo 21 de abril 2024

Se aprende haciendo no desde la ventana

Redacción 06/09/2012 - 04.55.hs

Señor Director:
Mi ensayo de respuesta de ayer quedó inconcluso sólo por falta de espacio.
El punto de partida fue el "barullo" mediático sobre si se está queriendo hacer de la escuela un local partidario, un centro "ideológico" (para decirlo con la palabra más temida).
Me pareció oportuno establecer, como punto de partida, que la política es un quehacer del hombre que es ineludible afrontar, porque de lo contrario se da una de esas situaciones en las que la omisión no es algo inerte. Más bien es fermento o caldo de cultivo. Si uno dice "yo no me meto" está generando un vacío por el que avanza otro más de lo debido, más de lo que podría avanzar de no haber desertores.
Cuando la política deja de ser un quehacer colectivo comienza a darse un avance hacia la desigualdad en el grado de poder y en las opciones. De este pensamiento derivo mi idea de que la mala prensa que tiene la política se origina en la intención de apartar a la gente de ese quehacer y para adquirir poder o consolidar el poder que se ha logrado. Los desertores sufrirán también los abusos y esa otra cosa más sutil y corrosiva que es la desigualdad. Establecida la desigualdad en una sociedad, se incrementan las "deserciones" y no sólo por miedo. La misma dictadura puede ablandar sus controles o hacerlos menos visibles (la visibilidad del control genera miedo y acrecienta y prolonga las deserciones, pero puede favorecer la reacción). De este modo puede resultar que una apariencia de vida democrática cree la sensación de vivir sin ataduras y ahogue nonata a la voluntad de cambio. Las dictaduras aparecen habitualmente cuando algo hace que disminuyan las deserciones y haya más personas que quieren retomar su responsabilidad en pensar y hacer la ciudad y la sociedad. Vivir en la desigualdad sería, pues, una manera de hacer innecesaria la dictadura para el sector que se ha estabilizado en el poder, al costo de la desigualdad.
El cuello de botella de las revoluciones que proponen cambios ciertos aparece cuando ellas entienden necesario establecer una dictadura pues ésta tenderá a prolongarse y generará mayor desigualdad y probablemente situaciones atroces. El error de un revolucionario suele venir de olvidar que los cambios deben darse en la gente, en su cultura, en los determinantes de su conducta, y que este proceso es lento. El contraveneno para las revoluciones y las dictaduras es la participación real en el quehacer comunitario, en el debate y la gestación de normas. Tal quehacer es lo que corresponde llamar política.
Si me preguntan si, entonces, hay que llevar la política partidista al ámbito donde se educan las nuevas generaciones, lamentaría haber sido tan mal entendido. Si me preguntan si, entonces, todos debemos dedicarnos a hacer política partidista, aumentará mi penuria.
¿Cómo se educa, pues, para la política? Si respondiese diciendo: "cuando se educa", parecería un dicho distraído. Pero, lo que se propuso al ser organizada la república fue "educar al soberano". O sea, al hombre en cuanto ciudadano. Aprender a leer y escribir no es un fin en sí mismo, sino que es proveer el medio para que el soberano entienda su papel y lo asuma. Por eso, la escuela fue un hecho complementario y necesario para la institución de la democracia. Luego, enseñar a leer y escribir es un quehacer político. La educación existe en función de la polis, de la condición humana como animal social. Educamos para que todos sean ciudadanos. E instruimos, además, para que cada uno pueda elegir el lugar desde donde ejercerá en función de la comunidad: ya como panadero o como carnicero o mecánico o comerciante o poeta o escritor o docente... O como militante de un grupo político.
La pregunta que debió responder la pedagogía, una vez que se sintió desafiada por la educación universal, fue cómo se enseña. La respuesta que ha predominado es la que dice que se aprende haciendo. No hay un agente y un paciente.
Atentamente:
JOTAVE

 


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