Viernes 19 de abril 2024

Un mal olor sale de las ollas de los caceroleros y caceroleras

Redacción 20/09/2012 - 04.17.hs

El jueves 13 de septiembre se realizó en forma simultánea un cacerolazo de claro sentido antigubernamental. Todavía resuena la polémica por esa manifestación política.
EMILIO MARIN
Las manifestaciones del jueves pasado de una parte de la población en contra de Cristina Fernández de Kirchner han tejado muchísima tela para cortar. Hasta las voces más objetivas del gobierno han admitido que no aquéllas fueron protagonizadas por un pequeño sector, numéricamente hablando. Lo cuantitativo debe ser tenido en cuenta. Fue un cacerolazo, en rigor varios, con bastante asistencia.
Por supuesto que en política el número importa, pero nunca puede ser el elemento decisivo y menos indicar de por sí un certificado de calidad o de la razón de sus demandas. Es un factor que sirve para medir la extensión de un fenómeno. Y en concreto, los hechos del jueves 13 tuvieron envergadura, esto al margen de la forma interesada como los agrandaron los medios de comunicación monopólicos, enemigos del gobierno, y la oposición conservadora, especialmente el PRO de Mauricio Macri.
Como es fácilmente deducible, esos apologistas de estas cacerolas (no así de las que sonaron en diciembre de 2001), aspiran a servirse políticamente del movimiento, por ahora inorgánico, con un sentido electoral para 2013 y 2015.

 

Precisos y veraces.
Los defensores del oficialismo no pueden descalificar la demostración crítica vista en plazas de varias ciudades, comenzando por la Plaza de Mayo. Teóricos del capitalismo "fifty-fifty", tendrían que interrogarse por qué una buena parte de los defensores de ese sistema, no digamos la mitad, tienen tal posición antagónica con el gobierno. Se pintan la cara para la guerra pese a que la presidenta les recordó, en el aniversario de la Bolsa de Comercio, que con su gobierno habían ganado muchísimo más dinero que con gobiernos anteriores.
Reconocer la importancia del cacerolazo no significa embellecerlo de "espontáneo" y supuestamente convocado sólo o principalmente desde las "redes sociales", tal como perjuró Joaquín Morales Solá en su columna en "Gaceta Ganadera".
Hay que ser precisos y veraces. Una cosa fue la incubación de la movilización, que transitó por esos carriles. Ya el jueves, la cobertura en vivo y en directo por Canal 13 y Todo Negativo, más el resto de las cadenas del grupo Clarín y afines, potenció y ayudó a que más y más gente indecisa se sumara a los actos. ¿Espontaneidad en una movilización simultánea en decenas de plazas y ciudades, con coincidencia de horarios y reclamos? Más bien podría hablarse de un resultado de una siembra generosa y hecha durante un tiempo prolongado de consignas políticas nacidas de campamentos políticos opositores, y sobre todo mediáticos, que tuvo ensayos y errores previos.
Hay que recordar que el 7 de junio fue el cacerolazo anterior, que también llegó a Plaza de Mayo, aunque con menos concurrencia, motivado sobre todo por los controles a la compra de dólares. Fueron tres meses de preparación, de maceramiento, de machaconear. Si eso fue algo espontáneo, este cronista es Napoleón.

 

Tiren contra Cristina.
El sentido general de los actos fue en contra la presidenta y en ese aspecto la tapa de Noticias fue la fruta podrida del postre. Los defensores del cacerolazo hicieron hincapié en la supuesta "diversidad" o "heterogeneidad" de los participantes. Esa caracterización parece errónea. Por supuesto, en todos los actos o manifestaciones políticas hay diferentes sectores y capas sociales, varios motivos que les interesan, etc.
Pero no se debería ser ecléctico. El jueves 13, desde Plaza de Mayo hasta ciudades del interior, el común denominador fue la crítica despiadada a la jefa de Estado. "Soberbia" es lo más suave que le dijeron; otros directamente la acusaron de ser una corrupta, ladrona y dictadora. Más opinable, políticamente hablando, fue el tema de la posible reforma constitucional, pues había pancartas repudiándola. Sería bueno saber si todos estos fervientes demócratas defendieron tanto la Constitución cuando Videla y Martínez de Hoz le pusieron encima la pata del Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional.
Sin embargo, no debería centrarse la crítica en esos manifestantes exaltados, potenciales o reales votantes de Macri. Sus insultos y pancartas son cuestionables, pero mucho más lo son las opiniones vertidas en los medios por los comunicadores que prepararon el terreno para el acontecimiento y, una vez producido, lo pusieron por las nubes con esos mismos o peores argumentos.

 

"Dictadura".
El sábado 15 de septiembre, el editorial de "La Nación" sostuvo: "Quienes se manifestaron lo hicieron desde el sentimiento de agobio en el que los sume el actual gobierno, que se vale del autoritarismo para ejercer su poder, que no repara en dañar a las instituciones para su propio beneficio; en ocultar pruebas, presionar a jueces y acallar periodistas".
Acusar de este modo y desde un diario al gobierno nacional votado masivamente en octubre de 2011, de ser "una dictadura", es bastante más grave que el insulto de un joven de clase media quejándose de que los controles del dólar no lo dejan ir todos los años a Punta del Este o a Miami. Esta última crítica también es inconsistente, pues las estadísticas informaron que el número de viajeros y el gasto de éstos en el exterior fue superior al del año pasado, cotejando el primer semestre.
El sentido político del cacerolazo fue muy erróneo, porque confundió democracia con dictadura. Y porque criticó a aquélla por sus virtudes más que por sus defectos, pues le reprochó la Asignación Universal por Hijo, la ley de servicios de comunicación audiovisual, la pesificación de contratos, los juicios por derechos humanos, etc. Como era obvio, en Plaza de Mayo no iba a haber carteles que vivaran la nacionalización de YPF, ni otros que criticaran los manejos monopólicos de Clarín ni que alentaran la unidad latinoamericana. No. "No queremos ser otra Venezuela ni Cuba", rezaban algunas pancartas.
Hasta Beatriz Sarlo, cuestionó algunos de esos aspectos: "las críticas kirchneristas a la movilización se apoyan en datos y citan consignas indiscutiblemente escritas en las páginas de Facebook que propagandizaban la convocatoria. Allí se ha usado el lenguaje del odio contra los planes sociales y la asignación universal ('planes descansar' y 'asignación para coger', entre otras frases)".

 

Revisar y corregir.
La reacción del gobierno ante los sucesos mezclaron rechazo, lo que resultó lógico, con cierta despreocupación por lo podría haber estado haciendo mal o regular y que pudiera haber incidido en el rechazo de una parte de esta gente. Cuando la presidenta dijo desde San Juan que no se dejaría atemorizar y su jefe de Gabinete declaró que seguirían gobernando, preocupados por gestionar y por hacer, estaban diciendo lo correcto.
Pero también deberían interrogarse sobre posibles fallas de la política oficial que hubieran engrosado las plazas críticas. ¿O no hay errores de ese tipo?
Sí que los hay, pero muy pocos fueron meneados en el cacerolazo o fueron mencionados a la pasada. Por ejemplo, es evidente que el Indec no mide la inflación real, del 20-25 por ciento anual, que casi triplica su medición. Que ese ninguneo quiera achatar la actualización de los bonos de la deuda con el índice CER, de ninguna manera justifica ni explica lo que periodistas como Horacio Verbitsky han llamado "vandalización" del Instituto.
El gobierno achata los índices de inflación porque le resulta más fácil que pelearse con los 200 monopolios formadores de precios. Y además de errónea, esa conducta de CFK la coloca ante una parte de la opinión pública como si fuera la responsable de esa carestía de la vida, que no es.

 

No todas son iguales.
Está muy bien que se deba ahorrar en moneda nacional y controlar el mercado de divisas, pero los manejos de la AFIP para que los viajeros al exterior puedan adquirir dólares no fueron los más afortunados. No se puede meter en la misma bolsa a esos sectores de clase media y pequeños ahorristas con los banqueros top, especialistas en girar miles de millones de dólares a los paraísos fiscales.
Hay en esos puntos de vista gubernamentales una subestimación por aumentar su base de representación social, como si el 54 por ciento fuera suficiente y durara toda la vida. Esas políticas equivocadas alejan a parte de la clase media son parientes de las que declararon la guerra a Hugo Moyano y la CGT. Exagerando, podría decirse que hay un trasfondo soberbio en el Ejecutivo, que parece pegarse un tiro en el pie, por ahora de un calibre liviano.
La designación de Martín Sabbatella, de la centroizquierda (EDE-Nuevo Encuentro), como nuevo titular de la AFSCA a cargo de la aplicación de la ley de medios, puede ser una medida positiva. Acercaría aliados en vez de alejarlos. Justamente, el 7 de diciembre próximo el pulpo de Héctor Magnetto deberá adecuarse al artículo 161 de esa norma y todo indica que se vienen confrontaciones muy agudas en defensa de la democracia. Y conviene ser más y no menos.
Las ollas del jueves tenían mal olor, pero no todo su contenido está podrido o en mal estado.

 


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