Sabado 13 de abril 2024

Viejas guerras que aceleran una reforma

Redaccion 11/01/2020 - 22.05.hs

POR RICARDO RAGENDORFER
El 25 de julio de 2004, Gustavo Béliz -cuya gestión en el Ministerio de Justicia crujía por la actuación policial en una protesta- supo protagonizar un momento sublime de la televisión argentina al exhibir una fotografía de Stiuso.
Al tiempo se supo que esa joya documental se la había proporcionado el comisario Jorge «Fino» Palacios.
Aquel sujeto había sido echado de la Policía Federal hacía apenas unos meses, después de que le llegara al presidente Néstor Kirchner la grabación de un diálogo entre él y un reducidor de vehículos vinculado al asesinato de Axel Blumberg. En la cinta el Fino se muestra interesado en una camioneta.
Al tiempo se supo que esa joya documental se la había proporcionado el espía Stiuso. No contento con eso, filtró aquellas escuchas a la prensa en 2009 para así malograr la designación de Palacios en la Metropolitana.
Cabe destacar que su gran encono hacia el uniformado era una secuela del enfrentamiento que mantenía con dos colegas suyos: los agentes Patricio Finnen y Alejandro Brousson. Ellos eran aliados de Palacios en la pesquisa del atentado a la mutual israelita. Porque desde el mismísimo 18 de julio de 1994, cuando la calle Pasteur aún se encontraba tapizada de escombros, aquella investigación fue tablero para dirimir una vieja interna en la Side.
Ellos -al igual que Stiuso- eran allí parte de una capa geológica nacida durante la última dictadura. Una generación de fisgones profesionales que se educó bajo las reglas del terrorismo de Estado y que, con el paso del tiempo, supo madurar al amparo de gobiernos democráticos.
Finnen se inició en la llamada Base Billinghurst, bajo cuya ala estaba el centro de exterminio Automotores Orletti. Brousson era un oficial del Ejército asimilado a la Side luego de servir en el Batallón 601. Ya en los ’90 lideraron la denominada «Sala Patria», un grupo de «La Casa», cuya cueva secreta -todo el barrio lo sabía- se encontraba en el cuarto piso del Edificio Barolo, sobre la Avenida de Mayo. Eran los espías de cabecera del entonces «Señor 5», Hugo Anzorreguy. Bendecidos con poderes y recursos presupuestarios sin límites, jamás imaginaron el estrepitoso final de sus carreras. Eso pasó en 2001, a raíz de un falso atentado contra Bill Clinton.
Aquella historia tuvo su origen cuando el marido de Hillary, a poco de dejar la presidencia, viajaba a Buenos Aires para un coloquio internacional. La dupla Finnen-Brousson vio entonces la ocasión propicia para articular una fina operación de inteligencia. Su objetivo: ganarse la confianza de la CIA. Así fue como contrataron en la Triple Frontera a un soplón paraguayo que antes había trabajado para los norteamericanos. A cambio de un suculento fajo de billetes, concurrió a la Embajada de los Estados Unidos en Asunción para informar que se preparaba un complot en contra del ex mandatario. Al mismo tiempo, desde Buenos Aires, Sala Patria irradiaba un informe idéntico. Los autores del plan creían que ambas advertencias, llegadas en paralelo por vías supuestamente distintas, encenderían todas las luces de Washington, logrando así la estima de la central de inteligencia más poderosa del mundo. Pero algo falló: los agentes criollos no habían previsto que el paraguayo sería sometido en la Embajada al detector de mentiras; el tipo terminó confesando que la Side le había pagado para llevar el dato apócrifo. Y proporcionó la identidad de sus empleadores. El escándalo fue mayúsculo. A partir de entonces, Finnen y Brousson pasaron a integrar el ejército de desocupados.
La proeza de Sala Patria fue haber manejado a su antojo la causa Amia en franca complicidad con el juez federal Juan José Galeano, los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, además de Palacios. Y bajo una precisa directiva del presidente Carlos Menem: no investigar la llamada «pista siria» y concluir el caso lo más rápido posible.
Lo primero se tradujo en el «extravío» de pruebas valiosas y en el aviso a los sospechosos acerca de la inminente realización de procedimientos en su contra. Lo segundo, en fabricar la «hipótesis» de la «conexión local», una impostura que incluyó el arresto de los policías bonaerenses y el pago de 400 mil dólares a Carlos Telleldín para involucrarlos en su declaración. Semejante estrategia contó con el apoyo de la Daia, liderada por Beraja.
Pero lo cierto es que la caída en desgracia de esta gavilla de simuladores propició el irresistible ascenso de la línea interna de la Side conocida como «Grupo Estados Unidos» (por la calle en donde anidaba). Su jefe era Stiuso. A partir de entonces él tomó las riendas del asunto.
Así fue el nacimiento de la pista iraní. Una construcción hipotética a la medida de la CIA y de la derecha israelí, que además contó con la adhesión de todos los dirigentes que condujeron la Daia desde la década pasada hasta la actualidad. (Tiempo Argentino)

 

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