Sabado 20 de abril 2024

El voto de los jóvenes de ayer

Redacción 14/11/2023 - 09.56.hs

“El Gracias a la vida de Violeta Parra y Salvador Allende en una plaza parecida a la del 55 en Argentina”, recuerda Abonizio en su escrito.

 

POR ADRIAN ABONIZIO

 

La vida, la guerra, el pasado que vuelve y el futuro incierto, los desastres sin analgesia en una economía cruel; los desamparos ante los amparos truchos, la torre de Babel de una familia inconexa y otra reconstruida pero viva, las nocturnidades furibundas y clandestinas.

 

Los vicios menores, los sueños mayores, los malos gobiernos, las camas, las tumbas, las cunas, las flores y los canteros secos. Los veranos con estrellas y vino, las novias a las que no se olvidan pero de las que no se recuerda sus nombres.

 

Vietnam que queda tan lejos pero duele como los de hoy, los inviernos de un hijo enfermo, una mujer señorial que lo invitó un día a morir juntos y la otra, una jovencita que lo salvara de morir de sed y nostalgia. Los barcos hundidos y vidas que se rescataron del mar, los barquitos que pintara para introducir en la botella, los atardeceres olímpicos , el olor de la nafta en su moto Guzzi reparada.

 

El Gracias a la vida de Violeta Parra y Salvador Allende en una plaza parecida a la del 55 en Argentina, la manteca en el desayuno mientras se cambia la niña para entrar al jardín y la grandecita quien duerme aún en su cama matrimonial sin matrimonio.

 

Las audiencias de conciliación con hastío, los tíos del campo con la noticia que no habría herencia que todo se lo había llevado el corralito. Antes Las Malvinas y su transpiración bajo la lluvia intuyendo que perderíamos, el olor de la carne chamuscada, el Mundial 78 con Kempes abrazado a sí mismo y el silencio con pérdida de dos dientes y la salud menguada pero el honor intacto, el orgullo con los nombres de los soldaditos que fueran vanagloriados pero no protegidos; las botellas de whisky en nombre de borrar todo aquello; los amigos y traficantes de cigarros menores y penas mayores; los contrabandistas que les regalaban yerba mate de la buena y los agradecimientos a Rivero en una noche en Caño 14 pues lo había hecho llorar y hacía años que no lo hacía.

 

Juan Carlos Baglietto siendo parido en la misma Rosario donde casi pierde la vida; la vida es una moneda y dios es una máquina de humo, los goles errados, el descenso a la B, la camiseta húmeda de rocío tras el combate, las medicaciones para el colesterol; las primeras tomografías y la lucha contra el invasor que no se deja ver; la hipertensión y la tensión en Medio Oriente.

 

La ilusión de sentir que hay un mundo mejor; el olor a tierra mojada mientras esperaba a la maestra rural en un cruce de caminos y se guarecían en el auto para hacer el amor; el cariño en sus múltiples formas; la pecera donde escondía el anillo de brillantes; los ahorros esfumados y el Plan Austral ,el Bonex y todo lo que vino después; la fe renovada con un nuevo gobierno, la corona de espinas del Nazareno que le advertiría que habría sacrificios en vano y de los otros; la mesa servida con un tinto y la ranura de la felicidad entrando en ese patio mientras oía la radio a la espera de buenas noticias.

 

Nieto.

 

La noche plena de septiembre donde entró en la aureola de una droga que todo lo abatía y eran la generosidad y el amor; la coraza caída, los orgullos derrotados, la necesidad de zapatos y los dientes amarillos; el pelo que temblaba ante cada huracán, y los vuelos a Marte sin Marte y los viajes por el mundo de las películas.

 

El lagrimear porque en televisión una Madre recuperaba a su nieto número no sé cuánto; el reencuentro con los sobrevivientes de la primaria; el “señor” que de acá en más cada jovencita con la que se vinculaba le dedicará respetuosamente, y el tener que cuidarse al mirar a un chica pues podía ser ya su hija o nieta; el fin al cigarrillo; las averiguaciones por los aportes y la jubilación en ciernes, el miedo a morir sin haber echado el resto; la plenitud contada en cuentagotas; las cigarras del verano y su sinfonía que lo ponían feliz; la noticia que alguien le ha dicho que siempre estuvo enamorado de él pero resultó ser un hombre.

 

La sonrisa solo en un café de ruinas melancólicas, el sentirse apartado de la manada pero dentro de una más lenta pero más sabia; el temblor en una de sus manos, el no poder recordar precisiones y los sueños con sus padres muertos que le aconsejan; y la tragicomedia de quienes lo ven viejo y se lo hacen saber y la pena que le da pues intuye que con eso lo cercarán; los jóvenes viejos, los viejos jóvenes; las fotos de Kodak en colores desvaídos, el orín más fuerte y el olor más anciano y la ropa más señorial y la fe y la memoria y la falta de la misma, y los preservativos en la guantera sin uso, el hallazgo en un armario del disco Artaud que creía extraviado y la letra de puño y letra de un tema de Fito cuando era un jovencito de dientes torcidos.

 

Otro color.

 

La sensación de haberse convertido en un elefante, sabio y repleto de cicatrices, y las expectativas cada vez menores sobre el cuerpo de mujer; y los músicos amigos que le dedican un tema como si el ya no estuviese y los talleres repintados, y el barrio con otra luna y otras caras y el sentirse desconocido en una tierra nueva y buena a la vez, y decir “esto en mi época no pasaba”.

 

Las aspirinas y las medialunas que ya no podrás comer y la esperanza que se torna experanza y el amor de nuevo en sus explosivas y variadas formas que nunca lo abandonan, como ese dolor en los huesos y el insomnio por entender al mundo nuevo y el pensar y repensar que ha hecho con su vida, y por qué de esta crueldad exagerada de los gobernantes del mundo sin fe, patria ni corazón, y el temor a que se endeude aún más el país, que se destruyan los salarios, y se adueñen de la patria los tecnócratas y los autoritarios.

 

Ahora que con sesenta y tantos ya entró al final atravesando el arco de la edad madura todo tiene otro color, ni mejor ni peor, solo otro pigmento y otro será el camino hacia la luz que brilla, que no es ni túnel ni muerte, solo la que destilan los faroles del parque, la escuela primaria que lo está esperando para votar donde en este amanecer primaveral el tipo se pasea y silba la canción de Charly “A los jóvenes de ayer”, tal como lo hacía su papá con algunos tangos.

 

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