Domingo 19 de mayo 2024

Hákim, el velado

Redacción 08/05/2024 - 00.23.hs

Esta historia ejemplar, lacerante y desgraciada ha sido reescrita por escritores en épocas distintas y con variaciones. Se trata de una alegoría que los pueblos han permitido que perdurara.

 

Hákim nació tiranizado por sus progenitores y apartado por los agoreros de los Califas sarracenos del Turkestán. Despechado, se declaró acólito del antiguo mesianismo hebraico y pregonó que, por designios necesariamente inescrutables, se había convertido en Elegido de Las Fuerzas del Cielo. Apoyado en sus creencias declaró la infalibilidad de sus principios.

 

Hákim siguió el arduo camino de los Anacoretas. Cultivó el alimento, cavó su cueva en la montaña y resolvió otras necesidades valiéndose sólo de sus manos. Purificado por la soledad y los ayunos descendió al valle con la cabeza cubierta por un velo blanco que ataba a su grueso cuello. Justificó el lienzo en el incandescente brillo de su rostro, ahora divino, que privaba de luz a los ojos de quienes lo observaran. Un séquito de ciegos le seguía. Según Hákim perdieron la visión obsesionados por contemplar su gloriosa faz sin la protección del velo. Aldeanos, quizás escépticos, afirmaban que algunos de esos seguidores siempre fueron invidentes.

 

Hákim anunció una nueva era, sin Sumos Sacerdotes que sometieran a sus fieles a flagelaciones y abstinencias que empobrecían el alma. Rechazó manuscritos doctrinarios de sectas que guiaron por siglos a los pueblos del desierto. Entre musulmanes predicaba con arrogancia la palabra de una deidad de otras tribus. Cronistas azorados dejaban testimonios de sus celestiales desatinos. Pomposos dislates que escandalizaron a minorías doctas y arrogantes que oficiaban de intérpretes de la voluntad de Alá.

 

Los sermones del Hákim El Velado reclamaban esfuerzos supremos a las tribus de las tierras negras del desierto de Karakum. A cambio de clausurar las Madrazas o escuelas públicas de estudios islámicos, prometió convertirlos en los seres más felices de la Ruta de la Seda. Si entregaban las curanderas musulmanas protectoras de la salud, Hákim les aseguraba una robusta vida de 100 años. Les amonestó para que abandonaran sus riquezas en las sinagogas y disfrutaran de los beneficios del Sagrado Desapego. Muchedumbre de jóvenes ignorantes, saludables y menesterosos veneraban El Velado como profeta de la libertad.

 

Hákim proponía rechazar al Sello de los Profetas de Alá y desdeñar la caritativa hermandad hacia los pobres y necesitados establecida en El Corán. La heterodoxia sacrílega de El Velado exasperó a los eruditos de la Madraza Mir-i Arab de Bujará. Reunieron a los más doctos imanes para enfrentar la iniquidad y partieron hacia el desierto de Karakum.

 

Hallaron a Hákim enfrascado en una discusión; con enjundia defendía la aceptación divina del “dinero haram”. Los eruditos de la Madraza lo invitaron públicamente a una disputa doctrinaria y, como previo requisito, desafiaron al hereje a quitarse el velo.

 

Rodeó a los contendientes un nutrido grupo de fieles. Se dispusieron a disfrutar el prodigio de la súbita ceguera en los infames doctos de Bujará.

 

Hákim guardó un prolongado silencio que acalló todos los murmullos. Con voz solemne se negó a quitarse el velo pues el inmensurable brillo de su rostro castigaría, con una permanente obscuridad, también a sus seguidores.

 

La sobrehumana autoridad de El Velado residía en el radiante fulgor de su rostro vicario del Dios Único. Un Imán, inesperadamente, saltó sobre Hákim y con una daga desgarró y arrancó el velo.

 

La cara que todos vieron no reflejaba el glorioso esplendor del Alfa y la Omega, sino las horrorosas llagas de la lepra. Una gruesa papada ulcerosa, la boca sin labios, un ojo convertido en un absceso de carne deformada, muñones que reemplazaban las orejas y, en lugar de cabello, cascarones de pústulas. Hákim fue exhibido a la multitud como un monstruoso e inerme muñeco de trapo.

 

En la muchedumbre el aturdimiento del desengaño y la repulsa de aquella espantosa faz se trocó en incontenible y tumultuosa furia.

 

Los eruditos de la Madraza de Bujará no quisieron asistir a lo que allí acontecería. Abandonaron el desierto de Karakum convencidos de ser instrumentos de los implacables e inescrutables designios de Alá. Por Mämmetweli Kemine (O.N.)

 

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