Sabado 11 de mayo 2024

Los discursos de odio y sus consecuencias

Redacción 02/11/2022 - 07.00.hs

La política ha entrado en una espiral ascendente de violencia, con discursos de odio que promueven acciones que llegan hasta el asesinato. La violencia institucional crece en América Latina. En EE.UU. hay récord de muertes por armas de fuego.

 

IRINA SANTESTEBAN

 

Las amenazas de la presidenta del PRO, Patricia Bullrich al jefe de gabinete porteño Felipe Miguel, fueron sin anestesia: "la próxima te rompo la cara" le espetó, al mejor estilo patovica.

 

Esas expresiones son el reflejo de una creciente violencia en la política, que tiene su correlato en las redes sociales, donde los mensajes de odio racial, de clase, de género, etc., son cada vez más frecuentes.

 

El intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández, también fue una señal muy clara que muestra un salto en esa espiral.

 

Mapuches.

 

La represión a la comunidad mapuche Winkul Lafken Mapu en Villa Mascardi, donde fueron detenidas siete mujeres con pequeños hijos, fue precedida de una campaña de estigmatización contra ese pueblo, por la propia Bullrich y el derechista Consenso Bariloche. Según este discurso, los "usurpadores" serían quienes intentan mantener sus territorios ancestrales, cuyos derechos devienen de su preexistencia como pueblo, reconocida en la Constitución Argentina. Esa comunidad reclama 17 hectáreas, pequeña porción frente a las miles que detentan terratenientes extranjeros como Joe Lewis, Luciano Benneton y, George Soros, entre otros.

 

EE.UU.

 

Para Carlos Marx la violencia era la "partera" de la historia y así formuló su teoría basada en la lucha de clases como motor de los procesos históricos. Como respuesta, las clases dominantes consideraron "violenta" a la teoría marxista y "subversivos" a sus seguidores. Sin embargo, desde las democracias capitalistas occidentales, presuntas defensoras de los "Derechos Humanos", se promueven las peores violencias.

 

Washington se considera con autoridad moral para juzgar a los demás, en materia de democracia y DDHH. En tal carácter estigmatiza a Cuba porque no sostiene el sistema de partidos como su modelo de plutocracia, criticando la supuesta falta de "libertad de expresión" en la isla socialista. Sin embargo, mantiene desde hace más de 60 años un bloqueo criminal contra ese país, que provoca innumerables problemas en su economía. Y ello, contrariando las resoluciones de las Naciones Unidas, que año tras año y desde 1992 votan contra esa medida, por abrumadora mayoría.

 

Violencia sin fin.

 

El sistema carcelario norteamericano muestra creciente número de muertes violentas, situación que ha generado un movimiento de protesta que exige el cierre de cárceles como la ubicada en la isla de Rikers, Nueva York, y la del condado de Harris, en Houston. En este último sitio, hay más de 10.000 personas detenidas, el 80 por ciento de ellas en condición de prisión preventiva, es decir, sin condena firme.

 

Las masacres son otro indicador del alto nivel de violencia que existe en la sociedad estadounidense, a contramano de su autoproclamada "libertad". Son perpetradas generalmente por jóvenes varones que disparan a mansalva en escuelas, supermercados, lugares públicos, etcétera, exteriorizando conductas que consideran a la violencia como parte de su cotidianeidad. La libertad para adquirir y portar armas contribuye a esa forma de vivir -"american way life" -, que nada tiene que ver con la convivencia pacífica en una comunidad y la vigencia plena de los derechos humanos. Las víctimas de esas masacres (mass shooting) son generalmente los sectores más vulnerables: estudiantes, comunidades afro, latina, judía o Lgtbi.

 

Según Jorge Elbaum (El Cohete a la Luna, 04/07/2022), en lo que va del presente año, se produjeron en EE.UU. 308 tiroteos masivos, consecuencia directa de la gran cantidad de armas que posee la población civil. La mitad de todas las armas de fuego del mundo en manos de civiles se encuentra en el país que tiene como emblema la Estatua de la Libertad. Ostenta también el récord en cuanto a tasa de homicidios del mundo desarrollado, con 6,52 casos por cada 100.000 habitantes (en 2020), un número siete veces mayor que otros países con similar PBI per cápita. Argentina en el mismo año mostró 5,32 casos y Uruguay 9,3.

 

Sin embargo, la mitad de la ciudadanía de EE.UU. considera que es un derecho el adquirir y portar armas como forma de "defenderse" de la violencia delincuencial, argumento esgrimido no solo por votantes del Partido Republicano, sino también del Demócrata.

 

Brasil.

 

América Latina no escapa a este escenario de creciente violencia política, con el caso más extremo de Haití, donde los EE.UU. y Canadá están promoviendo una invasión para "asegurar la democracia" que esos países, más Argentina, Brasil y los que conformaron la Minustah en 2004, contribuyeron a violentar. En Colombia la violencia política se ha cobrado la vida de muchos líderes sociales y 300 ex combatientes de las FARC en lo que va del proceso de desarme de esa guerrilla, producido en 2017.

 

El reciente proceso electoral en Brasil demostró que los niveles de violencia han crecido exponencialmente también, con condicionamientos del voto y hasta homicidios por razones políticas.

 

Las imágenes que muestran a la diputada Carla Zambelli, aliada del presidente Jair Bolsonaro, corriendo a un hombre apuntándolo con una pistola, hablan por sí mismas. Los discursos racistas, misóginos y fascistas del primer mandatario, también son elocuentes en relación al clima político en el que deberá asumir el presidente electo, Lula Da Silva. Marcan también el reducido margen de maniobra que tendrá para promover un sentido más democrático y de convivencia armónica, aún en medio de diferencias políticas.

 

El proceso electoral también mostró conductas de violencia no tan extremas pero sí condicionantes de la democracia. Más de 1.200 empresas fueron denunciadas por presionar a su personal para que voten por Bolsonaro el pasado domingo.

 

La crisis económica, social y política que de diferente manera afecta a los países de nuestra América, está en la base de esta creciente violencia política. Los discursos de odio encuentran terreno fértil no sólo en grupos lúmpenes y marginales, sino también en sectores de las masas descreídas de una democracia donde "no se come, ni se educa ni se cura".

 

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