Miércoles 24 de abril 2024

Testamentos traicionados

Redacción 17/03/2024 - 00.13.hs

El mundillo literario está hecho un avispero con la sorpresiva publicación de la última novela de Gabriel García Marquez, "Nos vemos en agosto". Un manuscrito en el que el autor trabajó por años, y que estaba esparcido en 769 páginas (la versión final castellana se reduce a 144), cuenta la historia de Ana Magdalena Bach, una mujer de familia que anualmente viaja a una isla del Caribe a visitar la tumba de su madre y, como quien no quiere la cosa, se entretiene también con alguna aventurilla. Sin embargo, no son sus infidelidades el pecado que más ha escandalizado a los comentaristas: el problema es que antes de morir el autor les había dejado a sus hijos y herederos, Rodrigo y Gonzalo, un expreso mandato de destruir la novela.

 

Memoria.

 

Los hijos tienen un buen motivo para haber desobedecido. Al momento de impartir aquella orden, hacía al menos dos años que García Marquez padecía demencia senil, tanto, que le resultaba imposible reconocer a sus amigos y familiares. Su capacidad de juzgar la obra en la que había invertido más de diez años, cuando su fragilidad mental le impedía seguir la trama, es más que dudosa. Como él mismo lo puso en palabras, "sin memoria no hay nada".

 

Cualquier experto en leyes dirá que un acto jurídico emanado en tales condiciones resulta nulo, por estar viciada la voluntad del sujeto emisor. Y aún cuando la novela estaba inacabada, por otra parte, entre los muchos bocetos había uno que tenía un gran "Ok" escrito por el autor en la portada, dando a entender que esa versión era la más cercana a la ideal.

 

Por otra parte, si la obra le hubiera resultado tan poco valiosa, no hubiera leído párrafos del texto en público junto a José Saramago, ni la hubiera enviado a su editora de toda la vida, la catalana Carmen Balcells, que le procuró un editor profesional (Cristóbal Pera) para ayudarlo a terminarla.

 

Amigo.

 

Aún cuando los hijos reconocen que esta última novela no está a la altura de sus obras cumbre, como "Cien años de soledad" o "El coronel no tiene quién le escriba", a no dudarlo los lectores agradecerán el reencuentro con esa voz literaria tan querible, tan amiga, que tanta emoción ha regalado por todo el mundo. Y difícilmente esta adición al canon sea peor que la anterior novela, "Memoria de mis putas tristes", que ya evidenciaba un declive en la otrora potente narrativa del Premio Nobel de Literatura colombiano.

 

Aún a sabiendas de que esta publicación les valdrá una acusación de codiciosos, los herederos sostienen su decisión en la convicción de que todas las virtudes que hicieron a su padre un gigante de la literatura están presentes en este texto. El cual, por otra parte, presenta la refrescante novedad de que sea una mujer la protagonista, y se le permita además el ejercicio de la libertad sexual.

 

Por otra parte, la existencia de esta obra -aún en estado inacabado- no era un secreto para nadie, por lo que cumplir con la orden de destruirla, a no dudarlo, también les hubiera acarreado amargas críticas, en particular, desde el mundo académico, donde no faltan quienes han edificado toda una reputación como exégetas del mundo Macondo.

 

Traición.

 

No ha de ser fácil esta tarea de heredar una obra de este calibre. A la bendición de un pasar económico desahogado, se le suma casi siempre la maldición de tener que actuar poco menos que como un perro sabueso en la preservación de semejante legado. Y recibir críticas de todos lados.

 

Por supuesto -y como bien cuenta Milan Kundera en "Los testamentos traicionados"- el ejemplo paradigmático es del de Max Brod, el amigo de Franz Kafka que desobedeció la orden de éste, de destruir sus obras tras su temprana muerte. De haber sido así, se habría perdido un pedazo crucial de la literatura del siglo XX. Acaso se habría perdido el propio siglo XX. Entre otras cosas, no hubiera existido "La metamorfosis", el libro que convenció a García Márquez de que debía dedicarse a ser escritor.

 

Es un poco la historia del Judas de la Biblia: fue un traidor, sí, pero sin su participación no hubiera sido posible el supuesto "plan" de la redención de la humanidad, que incluía el achuramiento de Jesús.

 

Los herederos demasiado celosos no la pasan mucho mejor. El nieto de James Joyce, por ejemplo, era conocido por su inaccesibilidad, su mal carácter y por haber destruido material escrito por su abuelo, en algunos casos, por un pudor mal entendido. No por nada a su muerte alguien le dedicó un extenso responso titulado "Fuck you, Stephen Joyce".

 

Entre nosotros, el caso más famoso es el de María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, famosa por la enorme cantidad de juicios que inició contra cualquiera que osara meterse con la obra de su marido. Y también es célebre por haber publicado, tras su muerte, un volumen de obras que supera con creces las que mandó a la prensa su autor. Fallecida el año pasado, incomprensiblemente, no dejó un testamento designando un legatario competente para tomar semejante responsabilidad, por lo que, ahora, la obra del gran escritor argentino está en manos de cinco sobrinos de su viuda, con los cuales ni siquiera tenía contacto asiduo.

 

Y hablando de viudas japonesas... la publicación de "Nos vemos en agosto" recuerda un poco al lanzamiento, el año pasado, de la -también "última"- canción de Los Beatles, un rompecabezas creado a partir de una cinta pobremente grabada por John Lennon poco antes de morir.

 

Nadie se engaña creyendo que es una obra maestra. Pero se agradece volver a probar un poquito de ese viejo sabor de las buenas cosas.

 

PETRONIO

 

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