Viernes 26 de abril 2024

Togas y martillos

Redacción 31/12/2023 - 11.05.hs

Poco se ha reparado en un artículo perdido en ese enorme mamotreto denominado "ley ómnibus" que el Ejecutivo le mandó de regalo al Congreso, al que convocó a sesiones extraordinarias en plena canícula, che. Resulta que la idea es que en el futuro los juicios de por aquí se parezcan cada vez más a los de por allá, en el Norte. Y que ahora los jueces estarán obligados a vestir una toga negra, y a usar un martillo para pedir orden en la sala. Se salvaron de que los obliguen a usar una peluca entalcada, porque el modelo a seguir es el norteamericano, no el inglés.

 

Silence.

 

Curiosamente, los jueces no han salido a protestar por este disfraz obligatorio. Los que sí se pusieron cabreros fueron los jueces nacionales a los que se pretende transferir al distrito de la ciudad de Buenos Aires. Aparentemente esa medida les causa un gravamen irreparable, como suelen decir los leguleyos.

 

Pero a poco que analicen el tema es probable que no les guste ni tantito. Imaginar solamente la situación de un juez en pleno verano en -por ejemplo- el distrito de Formosa, con 50 de calor a la sombra, y se verá que el riesgo para la administración de justicia, y para la hidratación judicial, es más que palmario.

 

Como si no hubieran sufrido ya bastante maltrato los pobres magistrados. Que los tratan como empleados (por eso los designan por decreto, como les ocurrió a dos de los actuales supremos). Que los hacen trabajar contra reloj, cada vez que asume un gobierno de la "gente de bien", y en los tribunales tienen que salir corriendo a repartir sobreseimientos a troche y moche entre los futuros funcionarios, que no pueden asumir procesados. Más de un juez habrá razonado, con el sentido común que a veces los asalta, que siendo gente de bien no deberían tener cuentas pendientes con la justicia.

 

Como si no fuera suficientemente difícil esa tarea de actuar como ventrílocuos de la ley, como rabdomantes ciegos, tratando de encontrar los resquicios legales que puedan llevarlos a favorecer (como corresponde, che) a los poderosos.

 

Pelis.

 

La nueva indumentaria propuesta genera varias reacciones iniciales, no necesariamente favorables, aunque no puede negarse que la idea es divertida. Da para pensar si la gente que redactó esta ley ómnibus no pasó más tiempo viendo películas que leyendo códigos. Habrá quien pregunte (nunca falta) qué sustancia es la que estaban consumiendo al redactar esas líneas.

 

Pero bien pensado, a lo mejor lo que están buscando es contribuir a una justicia más cercana al mundo del espectáculo, y por ende, del vulgo. A los jueces se los suele oír rezongar contra los medios de comunicación que trivializan su trabajo o lo muestran bajo un prisma sensacionalista. No parecen darse cuenta que toda la estructura y arquitectura de un juicio recuerda inexorablemente a una puesta de teatro, donde el juez, el reo, sus defensores, los fiscales, los testigos y peritos, parecen ser, todos, actores de una farsa para disfrute del público que observa tras las barandas.

 

En el mismo sentido iría lo de incluir a un jurado que -la ley es tajante en esto- debe estar constituido por doce ciudadanos del lugar donde se cometió el crimen, como Los Doce del Patíbulo. Les faltó incluir una obligación dirigida a los abogados, de repetir cada dos por tres la fórmula sacramental: "¡Obyexion yoronor!"

 

Artes.

 

Hacen bien los jueces en mantenerse lejos de las artes escénicas, o de las artes en general, punto. La verdad es que en ese terreno los maltratan incluso peor que en la política, casta, no casta o Yocasta.

 

Y no hablamos del caso de Charly García, que casi con ternura veía al juez como "un gran señor que sufría el deshonor de sus sirvientas infieles", aunque se mantenía "indiferente si alguien se ríe de él".

 

Hay casos peores. Como el de este muchacho Roger Waters, que en la película "Pink Floyd The Wall" imagina una escena final con un juicio a todo vapor, en dibujos animados, donde el juez actuante parece ser un trasero con peluca, que al momento de emitir su sentencia termina defecando sobre el acusado.

 

Lo cual nos lleva derecho a Fabrizio de André (siempre es bueno recordarlo) que en su canción "Un giudice" imagina al magistrado en estos términos: La maldicenza insiste,/batte la lingua sul tamburo/fino a dire che un nano/è una carogna di sicuro/perché ha il cuore troppo/troppo vicino al buco del culo.

 

PETRONIO

 

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