Sabado 27 de abril 2024

Un presidente con formación floja de papeles

Redacción 28/03/2024 - 00.26.hs

Un ignoto "instituto universitario" fundado por Alberto Benegas Lynch (h) le otorgó en 2022 un doctorado honoris causa al presidente. Vale decir que lo de doctor no pasa de ser "una ayudita de mis amigos".

 

JOSE ALBARRACIN

 

En ocasión de pronunciar el discurso inaugural de las sesiones ordinarias en el Congreso, el presidente Javier Milei se hizo llamar "doctor"a través del protocolo. La mención resultó sorpresiva, ya que lo que se conocía de su formación académica incluía sólo una licenciatura en Economía en la Universidad de Belgrano. Luego se supo que en 2022, un ignoto "instituto universitario" (no una Universidad) fundado por Alberto Benegas Lynch (h) le había otorgado un doctorado honoris causa. Vale decir, que lo de doctor no pasa de ser "una ayudita de mis amigos", proveniente de una suerte de Academia Pitman.

 

Obsesión.

 

El episodio no deja de reflejar la recurrente obsesión del presidente por presentarse como un académico, condición ésta que vería como constitutiva de su personalidad. No sólo por la validación personal que suelen otorgar los saberes (reales o imaginarios) sino también por la necesidad de presentarse como alguien ajeno al mundo de la política. Esta pose fue evidente durante los debates pre-electorales, en los que su alegada pericia para hacer crecer la economía, combatir la elección, etcétera, fueron su principal argumento.

 

Sin embargo, existen indicios cada vez más evidentes que contradirían esta auto-percepción del presidente. El más notorio es, por supuesto, las múltiples acusaciones que pesan en su contra, por haber plagiado el trabajo de otros autores. Una acusación que también fue mencionada en los debates, y que el acusado nunca se molestó siquiera en relativizar, mucho menos en refutar.

 

Entre la lista de víctimas de plagio se encuentran sus admirados autores de la Escuela de Viena, Murray Rothbard, F.A. Hayek y Walter Block. Pero también incluyen al físico mexicano Salvador Galindo Uribarri, y hasta al mediocre economista/panelista argentino Roberto Cachanovsky.

 

Seriedad.

 

Quienes compartieron tareas con él en el grupo económico América afirman que Milei es un experto en "cálculo de riesgos", una especialidad dentro de la economía que le habrá sido de utilidad en su paso por el difunto sistema de las AFJP. Sin embargo, por arcana que sea esa rama del conocimiento, ningún científico que se precie puede lanzar afirmaciones que no tengan un fundamento que las justifique y -sobre todo- que permita su verificación por parte de otros expertos que las validen.

 

Esto va a cuento de los pronósticos que el presidente ha venido lanzando, por ejemplo, en torno a los índices inflacionarios esperables. Al asumir, el 10 de diciembre, afirmó que el gobierno anterior le había dejado "una inflación plantada del 15.000% anual". Dato desconcertante, en un país que el mes anterior había tenido un índice del 12,8%. Pero más aún, cuando el 1 de marzo pasado ese índice pronosticado se elevó al 17.000%. Como con los plagios, las explicaciones siguen sin aparecer.

 

Otro hobby favorito del presidente es pronosticar a qué país se parecerá Argentina si lo dejan gobernar diez, veinte o treinta años (un verdadero dislate si se tiene en cuenta la limitación de los mandatos presidenciales impuesta por la Constitución Nacional). Pero también esas corazonadas astrológicas se dan de cabeza con la historia reciente, que da cuenta de varios eventos que han cambiado la suerte de varios países de forma dramática: la caída de la URSS, la crisis del 2008, la pandemia... por citar solo unos pocos. El descenso de Japón, el ascenso vertiginoso de China e India, la emergencia de nuevas potencias económicas en África, obligan a un estudio más detallado y serio, alejado de prejuicios ideológicos.

 

Si pasara menos tiempo en redes sociales o frente a planillas de cálculo, acaso advertiría que el arte de la política económica tiene mucho más que ver con el pragmatismo y el aprovechamiento de las oportunidades que plantea el momento.

 

Fanatismo.

 

Tampoco constituye una actitud científica el evidente sesgo extremista de la ideología "anarco-capitalista" que profesa el presidente. La idea de negarse de plano a todo tipo de contacto con países o líderes a los que considera socialistas o comunistas, ni siquiera fue abrazada por los EEUU en plena guerra fría. De hecho, uno de sus empresarios más admirados, Elon Musk, sólo llegó a ser el hombre más rico del mundo cuando logró, a fuerza de subsidios y préstamos blandos en EEUU y en China, la instalación de su fábrica de automotores Tesla en Shanghai.

 

Cualquier monetarista podría enseñarle que el dinero no tiene ideología, y que rechazar inversiones por provenir de un país de otro signo político -para no hablar de desperdiciar la oportunidad histórica de unirse a los Brics- constituye una estupidez lisa y llana.

 

Un científico guía su pensamiento y sus actos por la evidencia, no por la ideología o las pasiones. Un científico, por otra parte, sabe positivamente que para el desarrollo de la ciencia es imprescindible la inversión estatal, que la actual gestión está dinamitando.

 

De estudiar un poco de historia, el presidente sabría que la internet en la que pasa la mayor parte de sus horas fue el producto de un proyecto totalmente financiado por el Estado, más precisamente, por el Pentágono estadounidense. Sabría también que el Estado, lejos de ser una organización criminal o violenta, es el producto de una evolución histórica para proteger a la sociedad del crimen y la violencia. El Estado se identifica con la civilización.

 

Curiosamente, alguno de esos "periodistas ensobrados" que ahora le sirven de cohorte, intentó hace poco elogiar al presidente, tratándolo de "estadista". No habrá advertido que, para Milei -que detesta al Estado- esa calificación debe constituir un insulto.

 

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