Viernes 26 de abril 2024

Vacaciones serranas

Redacción 12/01/2024 - 00.17.hs

En la Capital se debate nuestro futuro y yo aquí en vacaciones aguadas mirando el devenir del tiempo a salvo del calor y el trajín. Por ahora me encuentro a salvo, pero a mi regreso me habrá de esperar el trabajo, las cuentas y el sudor.

 

POR ADRIAN ABONIZIO

 

Por Río Ceballos, Camino del Cuadrado, bajo un sol confundido entre asomarse y no hacerlo, me acerco a un dispensario con pierna herida. El médico que me atiende está de muy buen humor. “Veo que tiene un raspón… es normal si anda por las sierras que el filo provoque esto”, susurra investigando mi herida. Como no le festejo el chiste malo, prosigue mientras me sutura sin dolor: “Le gusta el tango ¿no? Porque aquí veo un corte”. Lo estoy viendo parecido al oficialista cantor de palacio Lavié. Es morochón y se declara rosarino como el cantante milenario. “¿Usted es de mi pago?”, pregunta mientras termina la tarea con eficacia. “No” -le contesto-: Soy italiano”. “Ah, se le notaba el acento porque cuando entró, chocó con el marco de la puerta”.

 

Lo miro asombrado: “Dígame doctor, ¿no probó con un stand up en Carlos Paz?”. Para rematar su performance concluye: “No, estoy en guerra, por eso no me acerco ahí”. Me voy sonriéndole más agradecido por su costura que por su humor midachiano. Salgo rengueando y me saluda fervorosamente como si de mi pierna cosida dependiera su felicidad. Una señora mayor entra y él me guiña el ojo. “Estoy cansado de tantas novias. A veces se me junta el ganado”. Lo despido con la mano y salgo a la ruta de ripio. El cielo se abre con un solcito tímido que me inspira confianza. Hace dos días que el granizo arrasó la noche. Es El Niño, el pobrecito huérfano que anda por los valles soplando neblina, lluvia y piedras. Por suerte sale más fuerte el sol, así me olvido de mi herida, de las tormentas y de los pésimos chistes de un buen médico. A veces la vida se equivoca y confunde las profesiones. “Tiene sentido del humor negro”, me digo y me pongo a pensar en quien nos dirige a sablazos de DNU. “Vida, dejáme de joder”, murmuro solo con la hermosura de las sierras por delante y con un hambre atroz. Pararé en aquel recodo donde sirven un desayuno barato. La dicha aún es posible.

 

Piedras y piedritas.

 

Sin internet cortada por la tormenta, sin luz y con poca agua, esto se parece a un ejercicio de supervivencia. El último mensaje que me envía un amigo antes de quedarme aislado es: “Milei salió al balcón de Casa Rosada con Fátima Florez. Fátima tenía un vestido liviano escotado y sin mangas, 31 grados centígrados. Milei tenía una campera de cuero cerrada hasta el mentón, dos pullovers de kevlar, un chaleco antibalas y medias de lana de llama. Por eso no cree en el calentamiento global y el cambio climático. No siente nada. Si mirás la tele 24 horas y tomás nota, vos con las notas de un día escribís un best seller”.

 

Es terrible...

 

Los medios "progres" acaban de pasar un video de un cacerolazo frente a la quinta de Olivos como si fuera actual, y era del 2017. Entre los propios y los ajenos no sé con cuál suicidarme.

 

Quedáte tranquilo que en el Congreso de la Nación están todos representándote...

 

No sabés... una carnicería, una vergüenza...

 

Así que aquí ando en vacaciones que se parecen ya a ejercicio militar, observando los pajaritos que pueden caer en la olla por si ya no tengo nafta para ir al mercado. Me estoy convirtiendo en un Robinson Crusoe pero nada de esto me preocupa; mi inconsciencia juvenil me abstrae de estos problemas y estoy en menesteres poéticos: leyendo una Guía para Identificación de Aves con un fin científico que en parte oculta preservar la ración de víveres. Aunque también me han invitado a la cacería de chanchos salvajes sin fines predatorios: solo mantenerlos a raya, declarados como plagas. Esto me entusiasma porque borra toda culpa y de paso afinaría mi puntería de adolescente con rifle de aire comprimido. Imagino ya no una olla de pajaritos con polenta sino un noble asado de puerco mientras llueve, llueve, y no cesa de llover, y el camino se llena de piedras desprendidas de las laderas y de piedras congeladas que caen del cielo como balas.

 

Caminos del señor.

 

Los pluviómetros, gordos de agua, han estallado. Las cañadas asustan por su desborde y en las charcas se multiplican las ranas. El mosquito, la marca en el orillo del santafesino, está ausente, en cambio las aves zancudas se menean y bailan la danza de los caracoles entre los juncos. Aquí se lloran los teles y las heladeras quemadas como parientes difuntos. Pero no todo tiene el color de la tragedia: se respira tranquilidad. “La capilla abandonada se salvó de uno de los rayos”, me señala el operario que está intentando reponer mi módem hecho trizas. Y me muestra la foto de un molle quemado y el santuario intacto con su cristo indemne.

 

En la Capital se debate nuestro futuro y yo aquí en vacaciones aguadas mirando el devenir del tiempo a salvo del calor y el trajín. Por ahora me encuentro a salvo, pero a mi regreso me habrá de esperar el trabajo, las cuentas y el sudor. Mientras, a pie con dos palos para subir las cuestas, ando por los caminos mojándome de gusto, sin dolor ni Milei que se me aparezca en un reborde del camino de greda para darme otra mala noticia: que debo abonar por el agua caída y por el precio en electricidad que generan los rayos al caer. Con este tipo nunca se sabe.

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?