Martes 09 de abril 2024

Zircaos Capítulo 34: Restauradores de Toyotas

Redacción 25/05/2018 - 15.06.hs

A medida que pasan los años, las situaciones, los viajes, miro a mí alrededor y cada vez estoy más convencida de que las cosas siempre suceden por algo. Sean buenas o malas. Y de esta manera voy aprendiendo a dejarnos llevar, cada vez con menos cuestionamientos, por el viento, las flechas de los carteles, por el instinto y por supuesto…con el corazón.
Veníamos necesitando un mecánico desde Ecuador, porque venía perdiendo “algo” por debajo del motor, no podía distinguir si era puro gasoil o mezclado con un poco de aceite. Llame, consulte, le escribí a muchos. A talleres para una revisión, a amigos para que nos orientasen, quede por teléfono con dos mecánicos en Cali, Colombia, que nunca vinieron a vernos. También, antes de irnos de allí pasamos por un taller que aparte de cobrarnos un disparate solo por echarse abajo y mirar un poco (y que al final un señor que estaba en ese momento le dijo al mecánico: “póngalo en mi cuenta”). Final…no conseguimos nada, solo que nos dijeran que debíamos arreglar el motor, cambiarle un retén y que el trabajo llevaría unos dos días y costaría mucho dinero. Igual sabíamos que se podía seguir sin problemas hasta que la pérdida sea mayor. Decidimos seguir adelante y ver como lo resolvíamos. Yo sabía que íbamos a dar con el momento y con la persona indicada, algo me lo decía en el corazón. Estaba segura.
Al salir de Bogotá entre una cosa y otra Guille dio con la dirección de alguien dispuesto a ayudarnos en Chía, la ciudad siguiente a la capital colombiana. Enseguida le mando un mensaje y en ese mismo instante alguien nos respondió: “Vénganse para acá que algo vamos a hacer, no se preocupen, le vamos encontrar una solución al problema”. Y claro está que a la mañana siguiente para allí salimos.
Llegamos al barrio, un lugar descampado y ordenado a unas cuadras de la ruta. Empezamos a buscar la casa pero no sabíamos bien a que íbamos, con que nos encontraríamos, era una gran incógnita. Sería un mecánico? O simplemente alguien que nos quería dar una mano?...Fueron las dos cosas.
Cuando los vi, al padre y al hijo, con una sonrisa y una miraba primera, al instante me hizo sentir que llegaba a la casa de alguien que conocíamos de toda la vida. Una paz me transmitió su cara que parecía toda buena. Nos abrieron el portón de su casa y entramos al patio y a su jardín, frente a su hogar y nos sentimos como si fuese nuestro también. En ese momento sentí que estábamos a salvo y que viajar no puede ser más bello. Estas situaciones son las que llenan el alma y que hacen sentir que más es imposible. Nunca me voy a olvidar de su mirada. Una de las más lindas del viaje.
Al día siguiente miraron el motor detenidamente y enseguida encontraron el problema, una manguerita que conecta el filtro del gasoil con el bombín se había roto y ahí la perdida. En 10 minutos hicieron el cambio adaptando alguna que tenían en el taller. Así de simple fue, no se necesitó más que eso. Y no quisieron cobrarnos nada! Y aunque ya teníamos todo solucionado nos invitaron a quedarnos unos días más, así que pasamos todo el fin de semana en su jardín disfrutando de la tranquilidad y de la familia. Alma y Quintín ya se habían hecho amigos de todos. Y andaban de casa en casa invitados por el resto de la familia para compartir, un libro, una charla, unos caramelos. Conversamos mucho, nos tomamos unas cervecitas y también una de las noches cocinamos polenta a la boloñesa para toda la familia, una de las comida que habían probado en sus viajes a Argentina y que les había encantado.
Mauricio y Mauro (padre e hijo) nos contaron de su trabajo, restauran coches viejos y los dejan impecables, hermosos. Les mostramos en este capítulo su historia. Aparte de que tienen la costumbre de abrir las puertas de su hogar a los viajeros ofreciéndoles desde el corazón un lugar para estar, una ducha, una lavada de ropa, una compañía.
Pasamos unos días en familia sintiendo que todo era consecuencia de lo anterior, que nada había sido forzado para que suceda y que por eso habíamos terminado ahí. El corazón me lo venía diciendo desde hacía rato y una vez más…le hicimos caso.

 

Y seguimos avanzando por el continente americano, casi, casi llegando al final de Sudamérica. Siempre avanti! (como dice un amigo) y con “ángeles del camino” como estos, todo queda en el corazón para siempre.
Gracias por acompañarnos!

 

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