Jueves 25 de abril 2024

Tejedora de historias

Redacción 13/01/2024 - 00.11.hs

Pilar Boto conserva uno de los comercios más tradicionales de la provincia, Lanera Pili, un emporio de colores, hilos y texturas que invitan a tejer y crear. Un negocio que cumplió más de 55 años en la misma esquina santarroseña que ya es una tradición.

 

Tiene su mate preparado y unas masitas de receta propia que ofrece con una sonrisa de esas de quien sabe que no hay manera de que no gusten. Una delicia que se deshace en el paladar y que son ideales para acompañar la charla en una tarde de verano. Impecable a sus 86 años, recorre con precisión absoluta cada detalle o recuerdo. Cada paso de una historia que nació en un pueblito de Asturias, que se construyó lejos de su patria española y que desde hace más de medio siglo se traduce en cada canasto repleto de los ovillos que ofrece “Lanera Pili”, el negocio que Pilar Boto conserva como un tesoro más allá de cambios, tendencias o costumbres.

 

“Cuando tenía 8 años yo ya decía que me iba a embarcar, no sabía adónde pero que iba a viajar en barco. Era la risa del pueblo porque me decían ‘¿adónde vas a ir vos?’. Eramos siete hermanos y había que trabajar en el campo, era muy duro y yo pensaba que no quería hacer eso toda mi juventud ni toda mi vida, era la esclavitud prácticamente. Una tía que vivía acá me escribió una carta para que me venga así que cuando tenía 20 me embarqué y después de 17 días de viaje llegué a la Argentina, y de ahí derecho a Miguel Riglos porque mis tíos tenían el Hotel 12 de Octubre, en el lugar que hoy es la terminal de ómnibus del pueblo”, recordó Pilar en una charla a puro mate y masitas caseras en el negocio de la esquina de Villegas y Juan B. Justo (teléfono 02954 42-6271) del macrocentro santarroseño.

 

“El día que me dijeron que podía viajar no sabés la alegría que me agarró, mis tíos me decían que acá se vivía muy bien y apenas llegué veía en los canastos de residuos de las calles los panes enteros que dejaban, era algo muy diferente a lo que yo había vivido hasta ahí. Estuve tres meses en Riglos, yo le ayudaba a mi tío en el hotel y, como mi mamá me había enseñado a coser, también iba a la casa de un sastre a ayudarlo. Después de ese tiempo surgió la posibilidad de venir a Santa Rosa para entrar a trabajar en el Molino Werner, así que a la mañana trabajaba en el molino y por la tarde iba a ayudarle a una modista, Virginia Pérez. Ella le hacía los vestidos a la gente de alta alcurnia porque en esa época se hacía todo, no es como ahora que se compran los vestidos y toda la ropa”, dice Pilar al recordar su historia que, como la de muchos inmigrantes, fue a puro trabajo y sacrificio.

 

“Trabajaba todo el día, y hasta las 12 de la noche cuando había que terminar los vestidos, pero con lo que ganaba con Virginia me alcanzaba justo para pagarle el alquiler a mi tía y el sueldo del Molino me quedaba todo enterito para mí. En el Molino yo trabajaba en una sección que era la fidería: los fideos llegaban por una tubería y había que orejear y doblar las bolsas de cartón. Una compañera sacaba la harina o los fideos, otra embolsaba, lo sacaba y lo pasaba. Otra orejeaba. En mi caso me tocaba hacer las cajas que venían cerradas así que hacía un engrudo, le ponía a la caja, la cerraba, la daba vuelta y la llenaba con lo que fuere. Después la cerraba y le ponía la etiqueta que correspondía”, describió Pili respecto a la tarea que le tocaba realizar en esa empresa emblemática de la ciudad.

 

Lanera.

 

Pilar construía su propio camino laboral y daba sus primeros pasos en suelo pampeano cuando conoció a quien luego sería su pareja, Raúl Alvarez, con quien tuvo dos hijos, Marta y “Chiche”.

 

“Él trabajaba en el Molino así que nos conocíamos de vista porque estábamos en sectores diferentes, y en esa época se iba a bailar a la confitería El Aguila. Yo iba con mis amigas y él me hacía las pasaditas así que ahí empezamos a conversar”, recuerda con picardía Pilar mientras muestra un depósito repleto de lanas, un arcoiris multicolor que deleita la vista y dan ganas de agarrar unas agujas y tejer una historia propia.

 

A Raúl, la empresa Werner lo trasladó a Bariloche y con Pilar se casaron y vivieron cinco años en esa ciudad turística de Río Negro. Ella buscó enseguida en qué trabajar, especialmente en la costura porque ya tenía experiencia, y le sugirieron comprarse una máquina de coser. La compró, tomó unas clases, leyó “el librito” con instrucciones que traía la máquina “y con empeño y muchas ganas” aprendió el oficio. “Hacía trabajitos chiquitos pero muchos, y con eso pude ahorrar bastante”, valora.

 

“Después de cinco años volvimos a Santa Rosa y yo traje lana de cabra y de oveja que acá no se conseguía. Ahí nació la idea de poner el negocio así que una lanera de la calle Pico había cerrado y nos vendió unas estanterías. Esa lana de oveja y cabra se vendía pero enseguida la gente empezó a venir a quejarse porque picaba un montón en un pullover o una prenda, así que un día fuimos a Buenos Aires y compramos lana. Nos vinimos con el auto lleno y abrimos el negocio, después ya hacíamos pedidos y nos llegaba el transporte hasta que nos consolidamos y los viajantes empezaron a venir ellos a ofrecer y vender”, señaló Pilar sobre un emprendimiento que nunca pasa de moda. No importa si es verano, si la ropa se vende por múltiples lugares o si las tendencias van para otro lado. Tejer va mucho más allá.

 

“La gente se va de vacaciones y se lleva para tejer, teje en la pileta y en la casa. Y no es algo exclusivamente femenino, vienen muchos chicos, jóvenes sobre todo, que aprendieron a tejer y buscan sus lanas. La clientela llega desde toda la provincia, en muchos casos llevan para vender en sus negocios en los pueblos, así que funcionamos un poco como mayoristas también. Son muchos años y la gente nos conoce mucho”, dice con una sonrisa Pilar, impecable a sus 86 y con la compañía de Silvia, que atiende el negocio donde se consigue absolutamente de todo en ese amplio universo del tejido.

 

Vigente.

 

“Yo me despierto muy temprano, me tomo mis mates, me informo con todas las noticias, limpio el departamento y después bajo al negocio, a mí me encanta, es un motor para mi día a día. Por supuesto que hago de todo, tengo mucha actividad social pero este lugar a mí me hace bien y ya son 55 o 56 años de convivir con Pili”, sonríe otra vez Pilar, hacedora de una de esas historias mínimas pero que valen mucho más que su tamaño. Una emprendedora que se embarcó detrás de sus sueños juveniles y que, muchas décadas después, le permite describir en detalle cada uno de los pasos de un negocio que es parte misma de la leyenda de la ciudad. Y que seguramente abrigará muchas historias mínimas más para seguir tejiendo su propia historia grande.

 

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