Jueves 25 de abril 2024

Murió el hombre que miraba las estrellas

Redacción 13/03/2024 - 09.22.hs

La noticia –en realidad un aviso de sepelio- apareció este fin de semana. Apenas un recuadrito de la edición de LA ARENA de este fin de semana nos hacía conocer la noticia. “A los 72 años” murió Eduardo Hugo Frías, decía el texto, chiquito, perdido entre el fárrago de información.

 

A más de uno le habrá pasado casi desapercibido. Quizás si hubiera dicho Lalo Frías muchos más habrían caído en la cuenta de quién se trataba. Un querido e inefable personaje de esta ciudad.

 

En su propio mundo.

 

Andando la ciudad, en muchas ocasiones, nos llama la atención ver algunas personas deambular como ajenas a todo. Algunas de ellas saludando apenas, a la pasada, otras no… ensimismadas, como refugiadas en su propio y secreto universo.

 

En cada ciudad, en cada pueblo, hay quienes por su comportamiento –más allá de llamar un poco la atención-- se tornan en suerte de personajes a los que el resto de la gente sabe mirar con alguna simpatía. Sin proponérselo.

 

¿Qué tienen de particular? Nada especial… o quizás eso de que parecieran –por algunas de sus actitudes-- estar viviendo en su propio mundo, ajenos a lo que puedan decir los demás.

 

¿Nos pasa a todos?

 

En realidad no tienen nada de particular. O tal vez sí. Son seres que parecen ensimismados en sus pensamientos, viviendo sus mundos ajenos a lo que digan o lo que hagan los demás.

 

Ellos simplemente marchan por allí, sin que nadie sepa si cargan en sus mentes con angustias, miedos, desasosiegos, o algún sentimiento que determine algún comportamiento que, al común de la gente se le pueda ocurrir algo extraño.

 

Aunque sería bueno admitir que a todos –en mayor o menor medida-- nos pasan algunas cosas… porque seamos sinceros, amigo lector… ¿nunca se descubrió hablando solo?, ¿o en alguna otra actitud más o menos parecida?

 

Algunas actitudes.

 

Alguna vez, en una charla café por medio con Lalo, le comentamos que nos extrañaba su ir y venir todo el tiempo andando las calles; y le dijimos de algunas actitudes que hacía que hubiera quienes pensaban que no estaba bien, que algo había hecho un click en su cabeza.

 

Hubo un tiempo que se lo podía ver errando por las calles, a veces caminando como apurado, y como eludiendo la mirada de los demás… en ocasiones en la simple actitud de contemplar… como oteando el aire. Y también se lo ha visto bajo un árbol observando hacia arriba y a alguien se le ocurrió que olía sus hojas... y no faltó el que sostuvo que Lalo solía pararse frente al Tesoro Regional -en Avenida Luro- a “"oler” el dinero que está depositado ahí. Ciertamente esto pareció más producto de la imaginación de quien lo contó que de algo que haya sucedido.

 

Lalo y la soledad.

 

Es verdad que después que fallecieron sus padres y su hermano, Lalo quedó solo y quienes lo conocían y lo querían bien indican que eso lo afectó y mucho. Y por eso empezó a apartarse un poco de la gente, pero en aquella charla negó que estuviera mal… “Nada que ver... para nada. Que no se confundan, no estoy chiflado”, afirmó y no dejó duda de su sensatez en el resto de la charla.

 

El cafetero.

 

Vecino de la calle Caminito casi 1º de Mayo, tenía como vecinos a los hermanos Gallego (Gustavo y Guillermo), Chiavón, los Cenizo,y con ellos pasaba horas jugando a la pelota. Y luego, por la noche, las salidas con otros amigos como Quito Flores, Carlitos "(El Chorizo") Domínguez, Bocha Calcavecchia, 'Bechio' Sánchez. “Tiempos de los bailes de Argentino, San Martín, All Boys, Estudiantes…”, solía recordar nostalgioso.

 

En la Casa de Gobierno se lo conocía como “Lalo, el cafetero…”. Porque andaba como los cafeteros ambulantes de verdad, con gorrito y todo y los termos cruzados en el pecho.

 

Otros trabajos.

 

Más tarde vino una época de lavacopas en el Club All Boys; hasta que marchó a Catriel para trabajar en una empresa que hacía caminos para YPF.

 

Al regresar estuvo en distintos lugares. vendió juguetes en un negocio de la calle Roque Sáenz Peña; un tiempito en Bosso y Saldaño; y en el verano a Mar del Plata para ofrecer máquinas de fotos, ollas, anteojos… en la peatonal y en las playas.

 

Su propio mundo.

 

De vuelta en Santa Rosa, y ya un poco más grande, Lalo se las rebuscaba con una pensión y haciendo de mandadero de una céntrica confitería, donde a veces se sentaba en un rincón para instalarse –ahora más aislado-- en su propio y recóndito mundo.

 

Con el tiempo algo pasó y se lo dejó de ver. Ya no andaba por las calles mirando hacia arriba, como buscando algo especial. “Y sí, es verdad, ando mirando las estrellas porque cuando miro hacia arriba los veo... a mis padres, y a mi hermano. ¡Y no jodo a nadie!, nos dijo en una charla mientras un par de lágrimas asomaban a sus ojos.

 

Se fue Lalo.

 

Hace algunos años –quizás pandemia de por medio- se lo dejó de ver. Uno de sus amigos, de esos que lo conocieron de pibe, contó que una prima lo había llevado a vivir al Barrio Río Atuel, y que ya casi no salía…

 

Por estas horas un minúsculo recorte del diario nos dice que Lalo murió. Se fue a mirar de cerca esas estrellas… sí, a reencontrarse con los suyos… porque eso es lo que creía…

 

No le interesaba el qué dirán, aunque sabía perfectamente que algunos lo miraban distinto, como una suerte de personaje. Por eso de a veces deambular como sin rumbo, o simplemente pararse en cualquier lado… mirando las estrellas conque sabe qué berretín en su cabeza.

 

Se fue Lalo… un querido personaje (M.V.)

 

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