Sabado 31 de mayo 2025

Una vida a puro canto... y sentimiento

Redacción 03/01/2016 - 03.38.hs
Mario Vega - "Hay gente que con sólo abrir la boca/llega hasta los límites del alma", reza el poeta. La Negra Alvarado tuvo el enorme privilegio de cantar, y frecuentó a nuestros más maravillosos poetas lugareños.
Ya he dicho alguna vez que envidié siempre, buenamente, a aquellos a los que Dios les dio la posibilidad de expresarse de esa manera única, especial, magnífica, que supone interpretar una canción y poder llegar al alma del que escucha. Por eso, los cantores y musiqueros de mi tierra, de esta Santa Rosa que adoro, han sido y son motivo de mi sencilla admiración. Conozco a muchos, a algunos de años de verlos por allí, subidos a un escenario, o en las peñas y cantatas, vocalizando esas melodías que apelan al sentimiento y la emoción.
A algunos los tengo de haberlos visto alguna vez; otros son más cercanos porque eran los musiqueros de mi barrio, y aunque ellos no lo sabían los demás (los que no cantábamos) los teníamos como personajes especiales, y los veíamos llenos de bohemia y poesía. Por allí andaban los hermanos Díaz (Pelusa, Chiquito, ahora Changüita y Gustavo, y hasta La Mona), en esas peñas que se armaban en su casita de la calle Salta; o El Bardino un poco más acá; o más allá la casa de los Ramos, con Leoncio y sus hijos... y cerquita también Paulino con sus dedos mágicos y su guitarra. Y, obvio, el Gallego García, Delfor, y hasta el Víctor Hugo Godoy, antes de partir para triunfar en otras tierras. Y tantos...

La morocha y su familia.
Entre todos ellos, y entre tanto vate que aportó a nuestra poesía pampeana, estaba esta morocha que hoy, frisando los 70 -"de mí podés decir la edad, sin problemas", dirá ignorando todo gesto de vanidad-, parece de mucho menos. Quizás por eso de que los morenos -al menos eso creemos- disimulamos un poco más los años.
Hilda Alvarado, "no pongas que además soy Ofelia" pedirá negadora, es una de esas mujeres que, si bien se desarrollaron y estuvieron siempre en un ámbito donde la música era el común denominador de un grupo de artistas, escritores y poetas, supo irrumpir también en otra serie de actividades que la hicieron notoria.
Negrita Alvarado, aunque en realidad a la que la llamaban La Negra era a su hermana, María Norberta -fallecida hace algunos años, fue secretaria general de ATE-, es hija de Alberto, "anarquista, laburante de las grandes hachadas de la primera hora en la zona de La Maruja, y de Rancul", empieza a contar. Su mamá era Carmen López, de Carro Quemado. Tiene -además de su hermana fallecida-, un hermano: Alberto Enrique (Tito), bochófilo, futbolista, ciclista. "Mamá fue una de las primeras 17 empleadas de la Escuela Hogar", completará el recuerdo.
La niñez, el deporte, los amigos.
Se remonta a su niñez, a su condición de alumna de la Escuela 4, donde era "abanderada, junto con el gallego Oscar García (otro musiquero de la Villa del Busto). Era re-traga, pero en el secundario, en el Comercial, ya era más rebelde, tenía un carácter fuerte, discutía con los profe... Ahí me anotaba en todas, porque me parece que es la edad en que aparecen las cosas que nos inquietan. A los 12 empecé en el club Santa Rosa a jugar básquet, pero también vóley, pelota al cesto y atletismo", repasa casi en un monólogo
Y sigue: "Me faltaba jugar a la bolita... mucho básquet, junto con Olga Yórgoban, y era una de las preferidas de Honorio Romero... Tengo los mejores recuerdos, fueron esos años maravillosos de la vida de los clubes. En todos había actividad: Estudiantes, Belgrano, Santa Rosa, Fortín Roca, Sarmiento... íbamos a jugar a Trenque Lauquen, 9 de Julio, Castex, General Acha, Realicó...". Y me da la impresión que le brillan un poquito los ojos a Hilda mientras repasa vivencias de tiempos, de verdad, "hermosos".

 

Siempre en el barrio.
Salvo tres años que se fue a vivir a Buenos Aires obligada "por las circunstancias", siempre vivió en el mismo barrio. "Cuando chicos en una casita en Almirante Brown, a la vuelta de donde estoy hoy (calle Santa Cruz), que era muy humilde, porque vivíamos con medio sueldo que mi viejo ganaba como enfermero. Había estado enfermo (ver aparte), y tenía licencia por largo tratamiento".
Va desnudando vivencias, y muestra ganas de decir. "Teníamos una pobreza infinita... ¿Pero sabés...? Éramos pobres pero no nos dábamos cuenta... éramos felices. Sería porque allí todos éramos pobres, y había un sentido de la solidaridad entre los vecinos que no existe más. Eran tiempos en que doña Celia le pedía un poquito de aceite a doña Porota... y así todo el barrio".
Vuelve atrás y con palabras le da forma en la imaginación a aquel patio "enorme, con dos árboles gigantes, donde hasta corríamos en moto. ¡Sí, en moto! Con los chicos de Chamorro, los Lescano, los Mata, El Indio Paladino (aquel ídolo que un día murió en un ring), y tantos... La Negra (refiere a su hermana Norberta), era la privilegiada, la más fuerte... se colgaba de las ramas y hacía los saltos más acrobáticos. Sí, fue una infancia absolutamente fantástica".

 

La barra... el teatro.
No puede evitar hablar con ternura cuando refiere a "la barra del club, con Horacio Escudero, amigo entrañable, las Yorgoban, Diana Urruti, Marita Ferretjans, Mabel Alonso, las chicas de Estudiantes, como Makela Faraldo y Zoraida Parada, entre otras... Ese era mi circuito de amigos, una barra infernal, con la que después del deporte íbamos a los bailes, siempre con una mamá que nos acompañaba", sonríe nostalgiosa.
De adolescente -casi como un anticipo de lo que vendría-, Hilda se la pasaba en los actos escolares arriba del escenario: "O cantaba, recitaba o hablaba, pero siempre estaba", se ríe
"Por esos días, un grupo de teatro que dirigía Aníbal Velázquez había ganado para representar a La Pampa en el Festival Nacional en Buenos Aires", narra. "Resulta que para preparar mejor al grupo venía un asesor de Nación, que exigía que los ensayos se hicieran desde las 10 de la noche, y una chica que trabajaba precisamente en LA ARENA, por razones de horario, no podía seguir... ahí fue que a alguien se le ocurrió que yo podía reemplazarla, e hice el papel de La Pepa en 'Las de Barranco'. Era un papel fuerte dentro de la obra, pero acepté inconsciente, sin saber qué era el teatro, y me vi debutando en el Blanca Podestá", resume.
Más tarde, ya embalada con el teatro, se unió al grupo que conducía Guille Gazia. Todo eso antes de dedicarse a cantar.

 

Hilda y el canto.
En pareja con Chiquito Díaz, Hilda asistía como cebadora de mate a los ensayos de Los Ranquelinos (el mismo Chiquito y su hermano Pelusa), en los que también participaban Ernesto de Viso, Sergio La Corte... todos para presentarse en un concurso nacional".
Esas noches eran, también, acompañadas por los acordes de la guitarra de Foreto. "Fue él quien me dijo: ¿por qué no te presentás? Yo era flaquita y tenía esta voz medio 'roncorone', y no me atrevía porque me parecía que no daba... pero tanto me insistió que preparé El Estilo de la Calandria... Ya era grande, tenía 32, pero en mi cabeza tenía una cierta coherencia en lo musical. La cuestión es que nos presentamos: Los Ranquelinos ganaron en dúo y yo como solista, y tuvimos que ir a la final regional en Neuquén. El concurso lo organizaban Radio Nacional y Sadaic, y en tanto los chicos perdieron la final yo gané para ir a Buenos Aires, donde todos los ganadores grabamos el Long Play 'De los nuevos los mejores'. La final se hizo en ATC, y me fue de maravillas, porque me acuerdo que Clarín (esboza una sonrisa, y repite: '¡Justo Clarín!'), hizo una crítica diciendo que había ganado la representante de Buenos Aires, pero era clara la diferencia que marcó la pampeana. Y esa era yo. La cuestión es que de ahí no paré más", reafirma.

 

El cancionero popular.
Más tarde vendría el acercamiento a la Asociación de Escritores, "la cercanía con Bustriazo, Edgar Morisoli, Norberto Righi, El Bardino. La lectura de su poesía, de sus decires, me da autoridad para saber cuál es el sendero elegido".
Así fue que La Negra Alvarado contribuyó a difundir nuestro cancionero popular, hasta entonces no muy conocido. Tambié Hilda fue integrante de ese movimiento que comenzó a reunirse a partir del 80, 81, 82, en la casa de Teresita Pousiff: "Había poetas, escritores, músicos... un movimiento cultural impresionante, con Pablito Fernández, Teresa Pérez, Bustriazo, Edgar, Paty Redondo, Miguel de la Cruz, Mario Lóriga, Victoria Scheuber, El Flaco Vaquer. Una movida extraordinaria de la que participaban Lalo Molina, El Guri Jaquez, El Ruso Massolo. Delfor antes de partir para México".
Sería también el preanuncio de La Joven Poesía Pampeana "Yo me formé en el canto con toda esa gente. No le podía errar", dice convencida.
Con el advenimiento de la democracia, en 1983, "vino una explosión del cancionero, y actuábamos en todos lados, en festivales, peñas y lo que viniera... Me tocó hacerlo en la feria del libro en Buenos Aires, y hasta canté en el Cervantes; en la feria del libro en La Rioja, en el Centro Universitario de Bahía Blanca; y bastante en Neuquén, donde estuve hace poquito", puntualiza. Por supuesto también estaría en Cosquín, como integrante de la delegación oficial de nuestra provincia.

 

El Pumita de Canal 3.
Todavía hoy se lo recuerdan. En los buenos tiempos de Canal 3, la convocaron para integrar un equipo "hermoso, junto con Mimí Chejolán, El Jeta Gavazza, Guillermo Fiorucci y Eduardo Pérez, una maravilla de persona. Hicimos 'El recreo largo', un ciclo que ganó un premio nacional del Niño y la Televisión. Y yo hacía de El Pumita, que era la imagen del canal... Me metían en una funda, un traje de piel sintética que tenía la cabeza con forma de puma, con mofletes y bigote. Fue un personaje que pegó mucho y todavía me lo mencionan... Fueron dos o tres años, y no te imaginás los calores que pasé dentro de ese traje", se ríe con ganas.

 

La jubilación inminente.
La Negra Alvarado trabaja en la Legislatura, y probablemente después de las vacaciones no vuelva porque al fin accederá a la jubilación. Supo trabajar del 82 al 90 en la Secretaría Electoral del Juzgado Federal, y sería de los primeros 32 prescindidos por el Ministerio del Interior. Luego pasó por el Consejo de Administración de la CPE, en la época de Pablo Fernández -"mi hermano", dice por si hiciera falta-, trabajando en la FM de la entidad hasta que ese proyecto se diluyó.
¿Y después? "Un día me lo encuentro a Nelson Nicoletti, para mí un ser de luz y él me sacó de mi situación de desocupada. Entré a trabajar en 1994", dice ahora al borde de la jubilación.
"¿Cómo soy? Frontal, temperamental, y creo que lo que más me molesta en la vida son las injusticias.. aunque con los años cambié bastante, estoy más persuasiva, trato de morigerar mi carácter, pero me cuesta porque no me aguanto la hipocresía. Por supuesto que me reprocho cosas, como por ejemplo
no haber empezado a leer antes, porque después te das cuenta que no te alcanza la vida para disfrutar de tantas cosas maravillosas que hay", razona inteligente.

 

Los amigos del alma.
Hoy, cuando va llegando el momento del sosiego -¿de verdad te ves así Negra?-, conserva sus ganas de seguir, de proyectarse en los que vienen, porque "los logros de los hijos son superiores a los de uno. Por eso sueño con ver felices a mis hijos Rodrigo, y Pamela, y ese sol que es Simón", su nieto.
En el final Hilda quiere decir lo suyo, y la dejo: "Quiero hablar de la amistad. Nosotros somos los amigos, los que uno elige que lo rodeen. Uno es uno y los recuerdos, pero también uno y los amigos, los que considera que son las grandes personas con las que se coincide en los valores, en las cosas espirituales. Las que te abrigan el espíritu, las que te hacen el ser humano que sos. Mis amigos queridos del alma... Como Paulino, Pinqui, Gustavo Fábrega, Guillermo Herzel... me voy a olvidar de muchos".
"La vida me regaló el privilegio de cantar, y a través del canto conocer escritores, músicos, poetas que han sido maravillosos aportes para mi pobre intelecto. Seguramente debo ser otra, debo pensar distinto y ojalá haya aprendido a ser mejor persona". Firmado: Hilda Alvarado.
Para qué agregar algo más...

 

Vendiendo peines en Soldatti.
Vaya si tiene vivencias para contar Hilda. Remedando al vate chileno, tranquilamente podría decir: "Confieso que he vivido".
Jovencita, de novia entonces con Chiquito Díaz había quedado embarazada; y aunque se iban a casar más tarde, en esas épocas la situación era mirada de reojo por el resto de la gente: ¡Embarazada sin estar casada!. Terrible (¿?). Así se pensaba entonces...
Era 1971 y decidieron mudarse a Buenos Aires. "Fueron tres años, y fuimos a una pensión humilde en Ayacucho y Santa Fe, en pleno centro. Sí, me fui embarazada de Rodrigo, y eso sin casamiento previo aparecía como un pecado terrible. ¿Querés creer?", sonríe Hilda.
Chiquito era entonces -además del cantor que conocemos-, excelente trabajando en chapa y pintura de autos, y consiguió trabajo enseguida. Hilda vendió libros, a los ejecutivos en sus despachos, y hasta alguna vez en el hospital de Vieytes, a los enfermeros. "Lo que vi allí fue terrible: había un hospicio para mujeres, uno para hombres y otro para chicos. No me lo olvidé nunca más".
Vuelve a reír con ganas cuando menciona a La Mona Díaz -uno de sus cuñados entonces-: "Es uno de mis más queridos amigos. Iba a Buenos Aires, compraba peines y salía a venderlos por las calles... Un día me dijo: ' ¿te animás, Flaca?' (así la llamaba); y nos fuimos a Soldatti, a vender casa por casa. Y no sé por qué, si porque me veían mujer, jovencita y embarazada, llegué a vender más que él".
La Negra cuenta, sin pudores, de tiempos que no fueron fáciles. Casi con orgullo de haberla peleado con absoluta dignidad. Porque, a su manera, ha sido una luchadora. De verdad.

 


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