Graciela Pérez, un verdadero ejemplo
Mario Vega - "Citius, Altius, Fortius" (más rápido, más alto, más fuerte), el aforismo que desde siempre caracteriza a los Juegos Olímpicos fue tomado hace mucho tiempo por el barón Pierre de Coubertín, y es parte de la historia de un sacerdote que allá por 1891creó una asociación deportiva en el colegio dominicano de Albert le Grand en Arcueil, que participaba en competencias entre centros escolares confesionales y laicos. Podría decirse, a partir de aquella frase, que el deporte es una verdadera filosofía, una manera de interpretar cada día de la existencia de la gente.
Así las cosas el atletismo es, entre todos los deportes, el que parece resumir de mejor manera el espíritu del olimpismo, el que hace un culto del esfuerzo y puede llegar a conformar una verdadera filosofía de vida. Se supone -con algo de razón- que el deporte está vinculado sobre todo a la juventud, pero en realidad se puede practicar a cualquier edad, en su medida y armoniosamente como diría alguien.
Porque tiene que ver con la energía de cada uno, con la pasión y el entusiasmo con que alguien puede llevarlo adelante.
Cuando se habla de que el sedentarismo es uno de los males de nuestros días -se calcula que más del 50% de la población infanto-juvenil está en esa condición-, y es difícil volcar a los chicos y adolescentes a la práctica deportiva, hay en Santa Rosa una mujer que, en ese sentido, es un verdadero ejemplo.
Mi abuela, la atleta.
Esposa, madre y dos veces abuela, luce orgullosa sus 56 años. Graciela Pérez de De Niro es todo eso, pero además la atleta veterana más destacada, que todavía alimenta sueños de campeona. Es que esta mujer que hasta aquel momento en que se decidió era simplemente una ama de casa, que cuidaba de su familia y de sus hijos, se dio el gusto de viajar a distintos puntos de sudamérica y del mundo, y aún quiere más.
Los vecinos de Barrio Congreso la pueden ver corriendo en el espacio verde del lugar, pero ya no se extrañan de su rigurosidad en el entrenamiento. De su obstinación, de su inclaudicable vigor para afrontar una preparación dura, esforzada, valerosa, pero a ella no la arredran ni el frío, ni el calor, ni el viento ni la lluvia.
Graciela Pérez luce orgullosa sus 56 años muy bien llevados y es, sin dudas, nuestra atleta veterana más destacada. Uno la puede ver por la calle siempre alegre, siempre amable. Casi podría decirse que la sonrisa que ilumina su rostro es un gesto en el que se conjuga la alegría de vivir con una energía muy particular. Es una mujer simple que un día cualquiera se animó a participar en una prueba y ya no paró.
La familia y el barrio.
Hija de una familia tradicional de la Villa Santillán, Graciela vivió hasta su adolescencia en el hogar paterno, "ahí cerquita de la Shell" de avenida Luro, precisó. Su papá se llamaba Francisco "Pancho" Pérez, de profesión albañil, y su mamá es Amanda que en aquellos tiempos era la modista del barrio. Graciela está casada con Aníbal De Niro quien trabajó mucho en tareas rurales y hoy está jubilado. Tuvieron dos hijos, Sergio (34) que ya le dio dos nietos, Facundo (6) y Francisco (3); y Antonella (21) que está haciendo la carrera de Educación Física en Buenos Aires, y que es de alguna manera la que sigue los pasos de la madre con el atletismo. "Ah!, y no dejes de nombrar a Valeria, mi nuera a la que quiero como una hija más", pide.
En la tranquilidad casi bucólica de su hogar, Graciela habla con ese estilo extrovertido que la caracteriza y cuenta, de su vida, de su pasión por lo que hace, y del futuro, porque aún alimenta muchos sueños. "Sí, claro que los tengo, ser una buena abuela, que mis hijos estén bien, que Antonella se reciba de profe, tener salud y seguir viajando. Mirá si tengo cosas por delante", dice mostrando su mejor sonrisa.
La rigidez paterna.
"¿Cómo fueron aquellos años de mi infancia y juventud? Distinta a los de los chicos de ahora, porque papá era muy serio y nos ponía límites... somos tres hermanas -Liliana y Leticia completan la familia- y estaba siempre muy pendiente. Íbamos a la escuela 180 y claro, éramos amigos de todos los chicos del barrio, los Colman, los Sosa, los Alba, los Acosta...", recuerda. "Pero cómo sería que terminamos la primaria y no me dejó hacer el secundario. Tenía una forma de pensar algo especial, porque decía que si una mujer elegía bien a su esposo no necesitaba estudiar. Eran otros tiempos, claro... a mí me hubiera gustado, pero así eran las cosas". Otros tiempos, en la que la presencia de las chicas en los bailes estaba supeditada a la de los padres.
"Por supuesto. Nos gustaba mucho ir a los bailes del Club San Martín, a los de Ataliva Roca, Quehué... nos divertíamos pero con los padres ahí cerquita". Después se puso de novia -ahí no alcanzó el cuidado de "Pancho" porque no fue en un baile-, pero siguiendo el consejo paterno parece que eligió bien. Aníbal es, desde sus 16 años (los de Graciela) cuando lo conoció, su compañero "para toda la vida". Después el casamiento a los 20, la llegada de los hijos y la rutina natural de una esposa y una madre de "aquellos" tiempos.
Un proyecto propio.
Claro, cuando los chicos empezaron a crecer, con el esposo ocupado en su trabajo, Graciela empezó a notar que "algo" le faltaba. "Algo para mí", razonó. Un proyecto propio para su vida, más allá de sus afectos. Y llegó de la mano de un familiar, Hugo De Niro -también atleta-, quien un día cualquiera le dijo que faltaban mujeres velocistas para APAD (la entidad que nuclea a los veteranos). "¿No te animás?, me dijo. Al día siguiente hacía su primera participación en una competencia en la pista del parque recreativo, y de allí no pararía más.
"Después, en la semana, el profesor Dardo Pacheco me tomó el test de Cooper, que yo ni sabía qué era ni para qué servía, y de allí me volqué con todo. A veces iba a entrenar y llevaba a Antonella en la bicicleta. Tenía 38 años y había encontrado algo para mí, al fin... Al principio me costaba un poco, eso de hacer pasadas y más pasadas, porque Dardo me decía que yo era una velocista nata y hacía pruebas de 100 y 200 metros, pero también me dediqué a salto en largo y triple", cuenta ahora varios años después de aquél inicio.
"Mi esposo nunca me puso un problema, al contrario, y mis hijos tampoco. Papá en cambio no quería saber nada cuando empecé, pero mamá sí me apoyaba", cuenta sobre la interna familiar.
La campeona.
Lo que no sabía Graciela, seguramente nadie lo imaginaba, es que iba a tener una carrera rutilante como atleta veterana. Actual campeona argentina en las cuatro especialidades que practica, fue titular sudamericana -actualmente es subcampeona- y tuvo la enorme satisfacción de lograr la medalla de bronce en el campeonato mundial de Australia. Uno mira el living de su casa y está jalonado de copas, medallas y recuerdos de su extraordinaria campaña.
Por allí, porque uno la ve como una vecina más, no dimensiona su valía como deportista, aunque sabemos de su esfuerzo, su dedicación y sus evidentes condiciones. El deporte la llevó por el mundo, Búfalo (Estados Unidos), Durban (Sudáfrica), Australia y Finlandia, además de los países sudamericanos. Ahora mismo se prepara en el parquecito de la Comisión Vecinal para participar los próximos días del campeonato argentino en Mar del Plata, y ya piensa en el sudamericano que se realizará en Chile en el mes de noviembre y el mundial del año que viene en California. Siempre pensando en ir "más rápido, más alto, más fuerte".
Podría ser una consigna que podría aparecer más ligada a la juventud, pero Graciela demuestra que siempre se puede, y que el amor por una disciplina, el atreverse. "Con los pies sobre la tierra, siempre se puede". Casi una lección de vida, ¿o no?
Los colores celeste y blanco.
Múltiple campeona, su casa está llena de trofeos. "En la calle, a veces algunos que fueron mis vecinos, como los hermanos Jorge y Carlos Arias, me cargan y me dicen qué se siente ser famosa... Me río porque no me importa pero igual es lindo que te reconozcan un poquito", admite.
Graciela es una mujer simple que, dicen, cocina muy bien, sobre todo tallarines y empanadas. De vez en cuando le gusta ir al teatro, y disfrutar de la música de Juani de Pián o Lalo Mecca. "Pero también me gusta el folklore, y me prendo a ver todos los deportes. Ahora estoy con los mundiales de hóckey y de básquet... ¿El boxeo? En tiempos de Fortín Roca, cuando Paladino, El Zorro y Golepa íbamos con mi esposo, pero ya no. A Mónica Acosta la conozco de los diarios o por televisión, pero el boxeo femenino me da cierta impresión. Pero de Mónica valoro su esfuerzo y todo lo que le pone. Ojalá le vaya bien", aventura.
"Tengo como doscientas medallas, porque fui varias veces campeona argentina de 100, 200, salto en largo y triple. Lo soy ahora, pero además gané muchas en sudamericanos y la medalla de bronce en un mundial. Mi hijo me dice dónde las compré", sonríe señalando la vitrina repleta de distinciones.
Cuenta una anécdota que vivió la primera vez que fue a Estados Unidos. "De inglés nada, así que me había comprado un diccionario para entender algo, pero era difícil. Pero en el aeropuerto de Búfalo un japonés me vio con el equipo de argentina y me dijo algo: 'Maradona'. No podía creerlo, que alguien alcanzara esa dimensión con los colores celeste y blanco... Todavía me emociona".
Atletismo con mocasines.
Era 1992 y a Graciela un familiar la había invitado. "¿Te animás? Nos faltan atletas veteranas", la picaneó. Aquella mañana de domingo el sol de otoño apenas calentaba, pero fue llevando en su bicicleta a la entonces pequeña Antonella. "Así como estaba me anotaron y corrí... Hice algo así como 19 segundos y pico en los 100". Claro, muy lejos de cualquier récord. Pero era la primera vez, sin entrenamiento y, además, equipada con ajustados jeans y... mocasines. Sólo más tarde vendría el tiempo de las zapatillas, las calzas y una indumentaria que la identificara de verdad con una deportista.
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