Juan Carlos Almada, o el señor del gol
MARIO VEGA - Miles de personas se agolparon en la plaza principal, temerosas, aterradas porque el terremoto había destruido viviendas y edificios, y se esperaba que el tsunami llegara en cualquier momento para arrasar lo poco que había quedado en pié. Era la madrugada todavía oscura del 27 de febrero de 2010, y entre ese gentío estremecido estaba este hombre, desconcertado como, sin alcanzar a comprender lo que estaba pasando. El terremoto golpeó, brutal, asesino, y a él lo había sorprendido en la habitación del piso 10 del edificio en que vivía.
Juan Carlos recuerda el episodio y no olvida detalles. "Fue tremendo... el edificio en el que vivía me parece que fue el único de la zona que quedó en pié, porque los demás se derrumbaron. Estaba durmiendo y sentí que la cama se desplazaba y daba contra la ventana. Me levanté y como pude bajé las escaleras. Corrí como todo el mundo... No se veía casi nada por la bruma, y todos decidimos ir hacia el cerro cercano, y al rato llegó el tsunami que inundó la plaza donde habíamos estado minutos antes. Nos salvamos de milagro".
En General Pico, su familia supo del cataclismo -"se enteró primero mi hija que estudia en Córdoba porque se sintió el temblor y llamó a mi esposa", cuenta-, pero no había forma de comunicarse. Fueron horas angustiosas: "Estaba todo cortado pero por suerte encontré la posibilidad de mandar un pequeño mensaje de texto: 'Estoy bien' fue lo único que pude decirles", rememora.
Infancia difícil.
Aquellos momentos aterradores son relatados por Juan Carlos Almada (48), que ahora conversa conmigo tranquilo, sentado a una platea del estadio de General Belgrano, cuyo equipo y en pocos días habrá de debutar en el torneo Argentino C.
Fue un jugador de excepción, no sólo para esta zona sino aún para el fútbol profesional. Porque Almada tenía el valor agregado del gol: sí, era un goleador implacable, que llegó a ser máximo artillero de una edición de la Copa Libertadores de América.
Por estos días, en Belgrano, Juan Carlos busca transmitirle a sus dirigidos esa cuota de profesionalismo que pueda catapultarlos un poco más arriba. Casi podría decirse que hoy es un trotamundo del fútbol, uno de esos tipos que se van convirtiendo en personajes casi sin proponérselo.
Tuvo una infancia difícil, porque no conoció a su papá, y menciona que su mamá se llamaba Lidia, y que lo criaron entre su abuela Manuela y su tío José.
Y cuenta: "Nací en Morón, pero viví además en toda la zona oeste, en 3 de febrero, Moreno, Merlo, Mariano Acosta... ¿sabés que pasaba? no pagábamos el alquiler y nos teníamos que ir. A los 10 años ya trabajaba de changarín en el mercado de 3 de febrero..."
"El fútbol siempre me rescató".
"Éramos pobres y sí, pasé hambre. Pero por suerte el fútbol siempre me rescató, siempre me dio una mano", casi agradece. Jugaba en los potreros en esos torneos que se hacían por plata, y era el más chico... cuando íbamos ganando me mandaban a hacer algunos chiches, a provocar, a tirar un caño para que se saltara la bronca y nos íbamos con la plata", se ríe con ganas. "Pero los más grandes siempre me protegían porque era delantero y goleador y les ganábamos a todos", añade.
Las vueltas de la vida lo llevaron a Almagro, donde fue goleador en todas las divisiones y debutó en primera división precozmente: "Tenía 15 años y había algunos nenes importantes, como el Flaco Cousillas, hoy ayudante de campo de Manuel Pellegrini en el Manchester City (fue arquero de San Lorenzo), Mamberto, Centurión, Catalán, aquel de gol de Rácing que dirigido por Basile fue campeón de la Sudamericana".
También eran tiempos de ir con el tío José a ver a San Lorenzo -"no se por qué me hice cuervo", confiesa-, y de seguir con atención cómo se movían los "9" como Carlos Morete y Leopoldo Luque, y aprendiendo "del 'Lele' Figueroa -de Almagro, que alguna vez con San Lorenzo amargó a Ríver sacándole un campeonato- a poner el cuerpo, a ganar la posición, como se dice".
Goleador implacable.
Juan Carlos piensa que tenía una condición especial para "leer el juego, para saber por dónde venía la jugada, para intuir si un defensor se podía equivocar y estar en el momento justo.¿Cabeceando? No era que me elevaba bien, pero estaba donde caía la pelota", simplifica.
En este sentido los hinchas de All Boys de Santa Rosa tienen un mal recuerdo: "Jugábamos por el Regional y cuando faltaban 20 para el final, en el arco norte del estadio 'Ramón Turnes' Delfor Vasilchik tiró el único centro de su vida, siempre se lo digo, se cayó el central de All Boys, puse la cabeza, ganamos 1 a 0 y pasamos nosotros", precisa.
Tres años estuvo en Arsenal, hasta que un día lo contactaron desde General Pico. "No conocía nada de La Pampa, pero me compraron y me vine. Imagínate, para un pibe, empezar ser reconocido, a salir en los diarios (sobre todo en La Reforma)... me gusta contar esto: llegué con un Jean y un pulóver. Era todo lo que tenía".
Después el fútbol, pasar por distintos equipos de Sudamérica, le permitiría ser un profesional de verdad, y tener hoy su casa en General Pico, y también un local en el micro centro que le da una renta interesante.
Recuerda con afecto a los dirigentes que trató de entrada: Pepe Ambrogetti, Tatán Audisio y Pilila Bonessi (histórico del básquet de Pico FBC). "En mi equipo jugaban Aldo Ardissone, Raúl Ramírez, El Panza Cepeda, y el Negro Segovia. Fuimos campeones y salí goleador, claro...".
El jugador aún vive.
Les pasa a muchos. Dedicaron buena parte de su vida a la pelota, y aún en el retiro se siguen sintiendo jugadores. "Muchas veces sueño que juego, que hago un gol... y quizás es cierto que todavía me siento jugador, aunque ahora estoy de la raya de cal para afuera. Pasa que la lesión a los 28 años tronchó mi carrera cuando todavía tenía mucho para dar...".
La pregunta es cuánto costaría hoy un goleador como Juan Carlos Almada. Serías millonario, le digo, pero él es consciente, tiene los pies en la tierra: "Pasó lo que tenía que pasar, y ya está. El fútbol me dio todo: mi familia, mi casa, bienestar, y te diría si me apurás que hasta una educación".
Cortés, amable, usa las palabras justas. Es equilibrado en la charla mano a mano y bien distinto al tipo que se vuelve loco en el banco y que por allí protagoniza algunas escenas casi cómicas. "Cuando jugaba era igual: gesticulaba, me quejaba porque no me habían dado un pase, o porque había errado un gol... era igual a ahora que soy entrenador. Pero los chicos (los jugadores), se los expliqué y me entienden", sonríe y se convence.
Se manejó siempre sin representantes y quizás eso le jugó en contra. "El Negro Segovia que jugaba conmigo me ofreció trabajar juntos y le dije que no. Hoy es multimillonario... sí, soy visionario yo", se ríe con ganas.
De 100 mil espectadores a 500.
Se lo recuerda con el cabello rubio, largo y con rulos, y sonríe con la evocación. "Es el stress, aquello del terremoto en Chile, y también seguro alguna secuela de la lesión, que me hizo pensar tanto... y por eso tengo menos pelo", admite.
Le digo que si jugó frente a más de 100 mil personas alguna vez, cómo se motiva ahora en nuestro fútbol, donde no se ven muchas veces más de 500 personas. "Es todo un tema y hay que hacer un ejercicio para encontrar el estímulo. Además se da que cuando hay una multitud en un estadio, cuando las tribunas están colmadas no pensás que un tipo te está puteando... pero acá sí, por ahí te das vuelta e identificás a algún desubicado que te dice alguna barbaridad, y eso también hay que manejarlo. Por ahí no haber tenido nunca representante no me ayudó, pero no voy a cambiar ahora, aunque se complica que por más buena campaña que hagas en La Pampa te vean de otro lado. No obstante tengo la esperanza de dirigir en otro nivel... porque dejé buena imagen como jugador y la gente se acuerda de eso. Por de pronto estoy muy bien, con mi esposa Mónica (Zani), y mis hijos Lucciana (21) y Andrés (19). Los dos hoy están estudiando en Córdoba, la niña para nutricionista y el varón kinesiología.
"No me puedo quejar. Soy feliz, hago lo que me gusta". Es Juan Carlos Almada, un loco lindo.
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