Falleció Ignacio Pérez Tellería, dueño de una de las tornerías tradicionales de Santa Rosa
Ignacio Pérez Tellería, dueño de una de las tornerías tradicionales de la ciudad de Santa Rosa, falleció ayer a los 90 años. Su muerte causó tristeza en todos quienes lo conocieron. Este diario le había dedicado una extensa nota en abril de 2011, donde se lo describía como un verdadero artesano en su oficio.
Entonces tenía 81 años y continuaba trabajando con su vitalidad a flor de piel. Su taller funcionó durante décadas en la calle Juan B. Justo, entre General Pico y Villegas. Nacido el 11 de enero de 1930 en la localidad de Embajador Martini, Pérez vivió una infancia feliz en el pueblo, al que durante años regresó para cada aniversario.
A los 13 años comenzó la carrera de Arte y Oficio en General Pico donde se recibió a los 17.
En 1949 ingresó a trabajar al Molino Werner de Realicó y un año después se trasladó al Molino de Villa del Rosario, en la provincia de Córdoba. Allí también pasó un año y finalmente recaló en 1951 en Santa Rosa, donde se radicaría para siempre.
«Estaba feliz, podía visitar más seguido a mis padres, que vivían en Embajador, y pensé que me quedaría poco tiempo aunque fue por siempre», recordaba en aquella charla con LA ARENA en su taller del centro, rodeado de fierros.
Ya en Santa Rosa se casó con Amelia Medina, con quien tuvo dos hijas Teresa del Carmen y Amelia Cristina y dos hijos, Ignacio Alberto y Daniel Eduardo. Estuvieron juntos más de 50 años, hasta que ella falleció.
Pérez Tellería fue jugador de fútbol e integró el equipo ganador del primer campeonato de la Liga Cultural de Fútbol. Con 22 años, realizó el servicio militar en Toay y los patrones del Molino lo quisieron trasladar a Realicó. No quiso porque tenía a su novia en la capital pampeana y renunció a su empleo para empezar una nueva vida.
Después de estar dos meses en Pico, Ignacio se enteró que un hombre vendía un torno en esta ciudad por lo que convenció a su padre quien posteriormente se lo compró. «Me compraron el torno, un señor me prestó un salón, frente a la Jefatura de Policía, donde empecé a trabajar», contó hace casi una década.
Aseguraba que todo lo que tenía era gracias a Perón y que, según sus ideales políticos nunca se podría tirar contra los trabajadores, porque eso era él durante 20 horas por día. Ignacio se autodefinía como un reparador en general de todo tipo de materiales y un fabricante de tuercas y poleas.
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