“Conocí a San Martín… gran peronista”
Nadie osaba tildarlo de mentiroso, y en todo caso quienes lo escuchaban conocían que urdiría una patraña. Su intención siempre fue la de entretener, divertir, porque sabía que lo estaban esperando.
MARIO VEGA
Hace unos días la nota aparecida en este diario referida a un motociclista que con amigos hizo una travesía por Las Loicas –paisaje al pie de la cordillera de Los Andes, cercano a Paso Pehuenche-, se dio cuenta de un extraño episodio. En el mes de febrero último uno de los aventureros encontró entre las piedras del lugar un celular… estaban a 3.000 metros sobre el nivel del mar, del lado chileno…
Ese hecho llevó a recordar a un verdadero personaje de la ciudad, y fundamentalmente de Villa del Busto: Don Pedro Pablo Lastre, a quien mucha gente identificaba como “Don Lastra”.
Un episodio increíble.
Aquellos motociclistas encontraron el aparato que no era de ninguno de ellos. Grande fue la sorpresa al advertir -ya de regreso en Santa Rosa- que en la funda del aparato estaba el carnet de conducir de Mauro Stancatto… Sí, una persona con domicilio en esta ciudad. ¡Increíble! Porque el dueño del celular –a quien le fue devuelto- había andado por las Loicas con amigos en cuatriciclos… ¡pero cinco años antes!. En ese paraje son habituales las tormentas de nieve, y pasa mucha gente que remueve el camino de arena y piedras. Sí, encontrar el celular de Stancatto –¡también vecino de Santa Rosa!- resultó algo inexplicable.
Si al revisarlo hubiera arrancado funcionando hubiese remedado uno de esos fantásticos relatos del “Viejo Lastra”, quien entre tantos contó que una vez perdió un reloj pulsera en medio del campo, y lo encontró cinco años después… ¡Y funcionando!
El cuento del reloj.
Uno de los más conocidos relatos de don Pedro es el de su reloj pulsera. “Es muy verdad esto –enfatizaba-… Arreando en la zona de Anguil, después de dormir al sereno nos fuimos y al rato me dí cuenta que había perdido mi reloj pulsera. ¡Y era bueno de verdad! Pero tuve suerte: como a los cinco años volví a pasar por allí y no lo van a poder creer. Me acosté a dormir en el mismo lugar y en el silencio de la noche empecé a escuchar: 'Tic, tac, tic, tac…’. Era mi reloj, ¡y funcionando! ¿Qué había pasado? Había quedado justito en el camino de un hormiguero y las hormigas al pasar sobre la ruedita de la cuerda lo mantenían en marcha. ¡Si parecía mentira!". Y, sí.
Quién era Don Lastra.
Hay quienes en la vida logran destacarse, dejan su impronta y perduran en la memoria de la gente aún con el paso de los años. De alguna manera consiguieron trascender la vida “común” del vecino “normal”, y fueron apreciados entre los suyos y un poco más allá. Ciertamente son recordados con cariño, con cierta nostalgia y, a veces, con sincera admiración.
El caso de don Pedro "Lastra" es sin dudas bien original. Vecino de la Villa del Busto, vivió con su familia muchos años en una casita de calle Almirante Brown, entre San Juan y Mendoza. Nacido en Tres Arroyos el 7 de junio de 1893, llegó muy chico a Santa Rosa. Vivió hasta los 85 años, y por estos días se cumple un aniversario de su fallecimiento ocurrido el 16 de abril de 1977.
Cuentan quienes lo conocieron –entre ellos su nieto Carlos Lastre, y su bisnieta Pamela- que no saben cómo se produjo la deformación de su apellido para trocar a Lastra, como se popularizó.
Familia numerosa.
Casado con María Bartola Ruiz tuvieron nueve hijos: Oscar, Omar Alfredo (Pupio), María Susana, Jorge, Juan, Carlos, Chola (fallecida a los 13 años), Elba y Julio.
Julito Lastre (trabajador municipal fallecido el año anterior) fue en su momento un conocido boxeador categoría mosca en la gran época del pugilismo santarroseño. Otro boxeador, Ibrahín Alvarez, también un púgil importante de aquella época, estaba casado con una hija de Don Pedro.
Alguien que conoció mucho a la familia recuerda que hasta el día de la muerte de Don Pedro su casa estaba “siempre llena de gente, sobre todo cuando venían las fiestas. Tenía un carácter muy alegre y era muy amiguero”.
Personaje para recordar.
No era muy corpulento y vestía bombacha bataraza, camisa de mangas largas, gorra vasca, alpargatas y el infaltable facón en el cinturón a su espalda. Fue hachero en el monte, peón rural, carrero, canillita y en sus últimos años “placero” en el parque “José R. Oliver” y en la plaza “Tomás Mason” de Villa del Busto.
Por estas horas, cuando tratamos de encontrar alguna foto de don Lastra fue imposible. Ni siquiera en los archivos oficiales aparecen. Y es una verdadera lástima, porque es parte de una generación de personajes que merecen un lugar en la historia cotidiana de la ciudad… como Tito Ninfus, “El Loco” Manzano,”Cholito” Álvarez, “Pototo” Masante, “Clorofila” Palacios y tantos otros. Sólo la colaboración de algunos familiares permitió en estos días acceder a fotocopias de una caricatura, y a una reproducción de una de las últimas fotos que se le tomaron cuando era placero.
El gran exagerado.
Amigo de sus amigos, afable, conversador infatigable, no había quien no quisiera escuchar sus fábulas desorbitadas, dichos y ocurrencias que desnudaban su viveza y su inteligencia natural que lo ubicaban por encima del hombre elemental que muchos creían que era. Sus cuentos, improvisados, obligaban a la sonrisa de quien lo escuchara, aunque este sabía que todo era una gran exageración del narrador.
Con el tiempo esas fábulas trascenderían con el boca a boca, y se les agregarían otras que seguro no le correspondían… si total, ¡qué le hace una mancha más al tigre!.
Un relámpago en la noche.
Dicen los que dicen saber que fue un resero de los buenos –esos hombres de a caballo que trasladaban en los arreos cientos de vacas de un lugar a otro-, tarea que desarrolló en Santa Fe, y zonas de Bahía Blanca, Río Negro y casi toda nuestra provincia.
Precisamente en uno de esos acarreos Don Lastra tuvo un acto reflejo “impresionante”.
Decía el hombre: “Mi zaino caracoleaba nervioso por la tormenta, y yo estaba intranquilo porque me parecía que alguna vaca estaba faltando, y era difícil saberlo porque estaba muy oscuro… por suerte en un instante un relámpago iluminó todo y con un golpe de vista las pude contar bien: eran 2.659… ¡Me estaba faltando una!”, decía muy serio.
Don Pedro era casi un comediante, una persona de una inventiva singular, con sus relatos desmesurados. Y lo bueno es que el grotesco gracioso de sus dichos en todo caso motivaba admiración por su fecunda fantasía. Aunque fueran verdaderos “bolazos”.
Algunos cuentos.
Hay cientos de anécdotas, cuentos y fábulas que se le adjudican, y algunas trascendieron de tal manera que el mismísimo Luis Landriscina, con su decir casi sabio las tomó y las narró a su manera.
Una vez, para pincharlo, en una rueda formada en el boliche al que solía concurrir con habitualidad, alguien le preguntó qué sabía de la vida y hazañas del General José de San Martín… Y no se achicó Don Pedro: “¿San Martín? Claro, si lo conocí bastante… buen muchacho… ¡Y gran peronista!”, afirmó con toda solemnidad.
El loro que lo saludaba.
Afirmaba Don Lastra que supo tener un loro y un día el pajarraco se voló y no volvió. Pasó un tiempo y una tarde, en medio de un arreo, mientras iba a puro grito entre las vacas, de una bandada que volaba por encima se desprendió un pájaro: “¡Adiós Don Pedro!… Créalo amigo, era mi loro y me había reconocido...”, aseguró muy suelto de cuerpo.
Un día estaba en el Bar “La Perla” (Raúl B. Díaz y Mendoza), cercano a su casa, con otro paisano tomando coñac. El amigo le comentó: “Pah! Que está caro el coñac don Lastra… No amigo, haga como yo, como me gusta tanto lo compro en damajuanas y además así es más barato”.
En el boliche de Pepe pedía: “Mortadela, 200 gramos”. E interrumpía al despensero: “¿No tiene de la cuadrada? De esa redonda no, porque cuando los muchachos se llenan la panza me las empiezan a usar de rueditas para los carritos…”. Todo era así.
¡Atajen a Don Lastra!
Otra vez refirió: “Fuimos a Catriló a caballo con un amigo porque teníamos novias allá, pero se armó un lío en el boliche y disparamos unos tiros al aire… Tuvimos que venirnos rápido porque iba a llegar la policía… Yo me vine a Santa Rosa, el otro no sé para qué lado agarró. Cuando venía por Lonquimay paré a descansar un rato y ahí me dí cuenta: ¡Nos iban a joder con el telégrafo! (único medio rápido de comunicación en esa época) y por suerte me avivé: subí por el palo con el facón y de un solo tajo corté los cables. Y fue justito, porque en ese momento las palabras empezaron a caer al piso: ‘atajen a Don Lastra...’, decían”. Y se quedaba muy serio esperando la reacción de su interlocutor.
“Moto, la mía”.
“El que se compró una moto bárbara es Fontich, una Gilera”, le comentaron. “Jah! Moto la mía… si habré andado por las sierras de Lihuel Calel, si habré cruzado el Salado... No había camino que no pudiera con mi moto... Cuando la compré me la trajeron en el vagón de un tren carguero, y apenas si entraba", dijo también en su versión de motoquero.
Viviendo en la planta alta.
Una vez un hombre de campo en la feria de Batisttoni lo contrató para que le hiciera una arreo “chiquito… unas 5.000 vaquitas”, contaba Don Lastra. La cuestión es que el arriero le dijo a quien lo había contactado: “Páseme a buscar el lunes por mi casa, allí en calle Almirante Brown 568, planta alta”. El hombre pasó puntual, pero se cansó de buscar una casa de esas características... y nunca la encontró.
Es que a Don Pedro le gustaba alardear… No era una casa de dos pisos, sino que él hacía referencia al enorme árbol, un gualeguay, que había en el patio de su vivienda. Esa era la “planta alta”.
Con el tiempo supo decir “no vivo más en la planta alta”. Un viento le había volteado el gualeguay.
Uno de sus nietos agregó que es verdad que vivía en la planta alta. “O mejor dicho abajo de la planta alta, porque ahí se acostaba a dormir por las noches”, completó.
Singular perspicacia.
Era una persona intuitivamente inteligente. De agudeza natural y de perspicacia singular. Dicen que no se perdía con los números y que a los patrones sabía decirles de manera exacta -haciendo cuentas en el aire-, cuánto le correspondía a él como capataz, y cuanto a cada jinete que acompañaba una tropilla: “A mí me debe tanto, al peón tanto…”.
Los vecinos del barrio lo tienen presente como un hombre serio y servicial. Fue un tipo único, de esa clase de gente que debiéramos mantener siempre presente. Porque son parte de la esencia de la ciudad y, de alguna manera, y a su forma, han contribuido a construir una parte de su acervo cultural.
En la memoria popular.
Dejó un rastro indeleble con sus cuentos fabulosos, esos relatos que entretenían y apasionaban a quienes los escuchaban. Mentiras exageradas a más no poder que, al cabo, no le hacían mal a nadie. Como otros de su estirpe quedó impreso para siempre en la memoria popular.
Pasó mucho tiempo desde su desaparición física y sus fantásticas anécdotas aparecen cada tanto para dibujarnos una sonrisa… Alguien dijo que la historia de los pueblos no la construyen sólo los que aparecen en los diarios o en televisión, sino que los testimonios más duraderos muchas veces los aporta la gente común… como Don Pedro Pablo Lastre… o “Don Lastra” para todos. Y algo de razón tenía.
Un homenaje para el placero.
Por iniciativa de Carlos Bruno –entonces concejal de la ciudad de Santa Rosa-, quien había sido vecino de Don Lastra, se hizo hace años un homenaje al cuidador de la plaza “Tomás Mason”.
Así, después de su fallecimiento en 1977 se colocó en el vértice de Almirante Brown y Gobernador Duval del paseo una placa que reza “A Pedro Pablo Lastre (Don Lastra) Placero”.
Se trató de un reconocimiento y sencillo homenaje a un verdadero personaje, y a la vez sirvió de alguna manera para reivindicar la figura del “Placero”, aquella persona que no solo cuidaba la estética y el orden en una plaza, sino que aportaba seguridad a los niños que concurrían a jugar.
Carlos Bruno lo recordó como un vecino muy querido, “al que hacíamos parte de nuestra diversión… jugábamos a los cowboys (pistoleros), y como que le apuntábamos y él respondía: ‘Yo argentino’. Hasta que un día hicimos lo mismo y parece que venía medio picado… hacíamos que le disparábamos con un revólver pero esa vez no estaba de humor: sacó el facón que tenía en la cintura, nos miró feo y nos amagó… ¡No quedó nadie!”, se ríe ahora Carlos Bruno.
Fue tan personaje Don Lastra que Víctor Hugo Godoy -de Los Cuatro de Córdoba- le dedicó una chacarera; y el gran Juan Carlos Bustriazo Ortiz lo inmortalizó en una canción y una letra que se llama precisamente “Milonga para Don Lastra”.
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