Sabado 27 de abril 2024

Cuando hasta la limosna es pobre

Redacción 26/03/2024 - 11.46.hs

Son tiempos complejos, duros, difíciles de transcurrir. En las calles de la ciudad no se ve tanta gente, en los comercios se caen las ventas, y los restoranes y lugares de esparcimiento aparecen semi vacíos. Es una realidad incontrastable, por más que los que decían querer un cambio profundo todavía piensan que se podrá salir de la crisis.

 

Pero, sinceramente, cuando se habla de que dentro de 35 años estaremos bien puede decirse que se parece -mucho- a una broma que causa poca gracia.

 

Si a quienes tienen un trabajo y cobran mensualmente se les hace difícil -con salarios que no alcanzan a cubrir los costos de vida-, cabe preguntarse qué pasa con personas que no cuentan con esa regularidad en la percepción de haberes. Y los hay por miles.

 

Por supuesto no faltarán los que digan que muchos son “vagos y mal entretenidos”, como lo juzgaba una legislación del Siglo XIX. Pero la verdad es que alguna gente vive apenas como puede.

 

A veces son personas que carecen de instrucción, o que no supieron de la cultura del trabajo; pero también es cierto que están los que alguna vez perdieron perdieron sus empleos en unas de las tantas crisis en que ha estado sumido nuestro país, y nunca más pudieron hacer pie.

 

El caso es que hay gente que no la pasa bien. Si uno observa esa suerte de desespero de muchos “trapitos” que se abalanzan sobre los conductores para conseguir un lavado, o “aunque sea lavar los vidrios”, se da cuenta que la están pasando mal. Y muchos tienen familias, hijos… la tienen bien complicada.

 

Muletas.

 

Y un caso que resulta una muestra del momento es Juan Domingo Puhl. El hombre, que tiene 62 años, desde hace 24 todos los días, religiosamente, se para frente al atrio de la Catedral de Santa Rosa para recibir la ayuda de los feligreses, o de personas que aciertan a pasar por esa vereda.

 

Juan fue afectado por poliomelitis cuando tenía apenas poco más de un año Los santarroseños pueden verlo en el atrio de la Catedral todos los días, y particularmente cuando se desarrollan ceremonias religiosas estará allí, apoyado en sus muletas contra una columna del porche de la Iglesia, casi como parte del paisaje cotidiano en el centro de la ciudad.

 

Y lo cierto es que hizo de eso su modo de vida. Atado a la necesidad de moverse con muletas -no tiene demasiadas posibilidades (no las tuvo) de insertarse en el mundo del trabajo formal- resolvió allá por 1999 pedir limosna en la puerta de la Catedral. “Antes me las había rebuscado como podía, vendía medias, repasadores y toallas, casa por casa, pero era muy duro andar con los bultos y en muletas. Después varios años vendí rifas, del Hogar Amor y Fe, del comedor de Villa Germinal, y otras que me daban para ofrecer. Y con eso anduve como siete u ocho años por Santa Isabel, Victorica, Algarrobo, Catriel… Pero después empezó un tiempo que la gente ya no compraba y me quedé aquí”, contó.

 

Con horarios.

 

Y siguió: “Un día, no andaba bien y se me ocurrió ir a la puerta de la Catedral… y ahí me quedé hasta ahora. Me levanto a las 6 de la mañana, tomo unos mates y a las 6 y media voy a la Iglesia, y ahí estoy hasta las 11 y media de la mañana, miro un poco de televisión y ya a las 9 de la noche me acuesto para levantarme temprano. Voy y vuelvo al centro en taxi, porque los brazos ya no me dan para moverme tantas cuadras con las muletas”, explica.

 

Hace unos años Juan creyó tener una oportunidad cuando la Municipalidad de Santa Rosa ponía a disposición de interesados algunas licencias para taxis. “Pedí una porque si bien no manejo uno de mis hermanos sí, y se me ocurrió que podía ser una buena oportunidad...”. No dio para preguntarle de dónde iba a salir el vehículo que, necesariamente, debía tener para esa tarea. Por supuesto eso quedó nada más que en una idea.

 

Problemas de vivienda.

 

Sigue viviendo en calle Santa Cruz 154, en lo que fue la vivienda de su padre que falleció hace unos tres años. Pero hasta la cuestión de la casa lo complica a Juan, porque sus hermanos -son siete en total- quiere vender la propiedad y él ya no tendría donde alojarse. “Ando buscando un departamento… pero con una pensión mínima y lo que junto en la Catedral no voy a llegar con el alquiler”, se angustia un poco. Pararse en el atrio es como si fuera su trabajo u ocupación y, obviamente, resulta una forma de conseguir el sustento diario.

 

Algunas personas que pasan por el lugar le dejan un par de billetes y se detienen a conversar un ratito con Juan que, cabe decir, sabe todo lo que está pasando en la zona en la que se mueve. Como por ejemplo decirle a un automovilista que va a estacionar si andan o no los “zorros” de la municipalidad con su talonario de actas de infracción; o si el cura -también llamado Juan como él- está en ese momento en la Catedral; o puede indicarle a quien pregunte dónde se atienden los trámites para prever un casamiento o un bautismo.

 

Pero además se ganó la confianza como para que el sacerdote le dé las llaves del templo, para cerrarlo en un horario cuando ya no anda casi nadie por allí.

 

Pero, también es una realidad, otra gente pasa como apurada por la vereda tornando desapercibida su figura, casi como si quisieran no verlo. Y son muchas las personas que, lamentablemente, muestran cero empatía con el mendigo. Se entristece al contar que a veces hay quien lo mira con una suerte de desprecio, y que una mujer -en estos días- le contestó muy mal: “Soy respetuoso, y de esa manera le pedí una moneda… me miró, se rió y me dijo ‘por qué no me das vos algo a mí’. Por supuesto no tiene obligación de darme nada, ¿pero porque me contesta mal?”, se queja Juan.

 

Ni para el taxi.

 

“¿Sabés de alguien que quiera comprar un aire acondicionado? Lo pagué 800 mil pesos, pero lo vendo en 200 mil, porque estoy ahorcado…”, preguntó en estos días el hombre de las muletas a otra persona que pasaba. “Estoy mal porque en estos momentos la gente deja poco y nada… esto nunca me pasó antes. Ayer junté 600 pesos y no me alcanzaba para el taxi, que cuesta 2.000 pesos. Sí, me sale 4.000 mil ida y vuelta, y quedé debiendo. Pero los taxistas son piolas y nunca me dejan de llevar… después cuando junto unos pesitos les pago lo que les debo”, acotó Juan.

 

¿Por qué alguien llega a esa situación de indigencia? Se entiende que, en principio, a nadie le puede agradar tener que depender de la generosidad de los demás para vivir. Para subsistir, para permanecer sería más justo decir.

 

Se podría especular conque a veces tendrá que ver con la desidia de una persona, por su falta de interés para conseguir un trabajo digno... pigricia que por supuesto está bien emparentada con la vagancia y la dejadez.

 

Pero no siempre es así, porque Juan no eligió la vida que le tocó. A él, como a otros, por cuestiones que no tienen que ver con la pereza se les hizo más difícil remontar la cuesta de la vida. ¿Será lo que llaman destino?, ¿casualidad?, ¿circunstancias que nos exceden?

 

Claro está que la persona de la que hablamos aquí no tiene ninguna culpa que esa pavorosa enfermedad que azotaba a nuestro país promediando los años ‘50 le tocara a él, desafortunadamente. La poliomielitis dejó inválidos a enorme cantidad de niños en ese tiempo… uno de ellos se llamaba Juan Domingo Puhl.

 

Después de leer esta nota seguro no faltará quien diga que al contar esta historia se estigmatiza a Juan; o que su situación se toma aquí como argumento para hacer política hablando de la crisis galopante en que está sumido el país. Y da para contestarle a quienes así lo piensen: adjudiquen responsabilidades al gobierno que quieran -del signo que se les ocurra-, pero casos como los de este hombre son muchos. Y se están multiplicando todo el tiempo. Ahora mismo. (M.V.)

 

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