Sabado 03 de mayo 2025

El gran titiritero en su última función

Redacción 24/09/2023 - 00.24.hs

Umazano ha sido un fecundo creador, un director que ha puesto en escena decenas de obras; pero fue en el mágico mundo de las marionetas donde halló el espacio para expresar su arte y sus sentimientos.

 

MARIO VEGA

 

El hombre juega con los muñecos, arma diálogos, modula su voz y actúa… Sí, está jugando. Se mimetiza en personajes ficticios y da toda la sensación de que es un chico que juega. Sí, eso, se está divirtiendo con esa conexión entre su mente, sus manos, y sus muñecos.

 

De pronto incluye en el diálogo al fotógrafo que dispara su flash -”!Dejate de molestar con ese destello!”, acota y sigue-, y ya metido en los personajes pareciera que entrara en otro mundo. Casi ignorando que estamos allí…

 

Y de verdad, cuánta ternura puede causar una escena en la que un hombre mayor –ignorando nuestra presencia- se sumerge en una interpretación cargada de candor.

 

Alma de niño.

 

Juan Aldo Umazano frisa los 80, pero su alma sigue siendo la de aquel chico que fue alguna vez cuando –como ahora- se transforma en comediante. Hace algunos días, en ese lindo reducto cultural que es La Porfiada –que la cantante Ilda Susana armó para regocijo de tanto artista que puede allí llevar su talento y sus ganas de exponerlo-, Aldo iba a protagonizar la postrera función del último titiritero… Sí, porque era la despedida “oficial” de este señor que ha hecho de la actuación el centro de su vida.

 

La casa de Villa Elisa.

 

Y ahora estábamos en su casa de Villa Elisa –justo detrás de la Quinta del Gobernador-, la que armó con esfuerzo y sacrificio y en la que vive desde hace más de 30 años. “No había nada por aquí cuando nos vinimos a vivir… Ahora estamos solos con mi esposa (María Esther Sala), porque así son las cosas… Los hijos se hacen grandes, arman sus vidas y parten. Pero por suerte siempre están cerca, y además las dos nietas, Guadalupe y Anna, con dos ‘n’ –aclara-; y Juancito el nieto varón”, precisa.

 

¿La última vez?

 

En La Porfiada, junto al guitarrista y cantor René García que fue aquella noche a acompañar al amigo, Aldo presentó su espectáculo de títeres… ¿Por última vez? ¿O tal vez quede por hacer una función más para completar todos los pueblos de La Pampa con su teatrino cargado de historias?

 

“Es que los recorrí a todos, pero querés creer que me falta La Gloria…”, nos dijo hace algunos días en Radio Noticias. Poco después, el intendente de Uriburu –del cual depende la pequeña localidad-, que estaba escuchando llamó a la radio para ponerse a disposición: “Cuando Aldo quiera presentarse con sus títeres en La Gloria no tiene más que avisar”,expresó en tono de promesa Pascual Fernández… y por eso la posibilidad de una más está latente.

 

Nació en una cárcel (!!!).

 

Barbado, caminando con alguna dificultad porque hace unos días se pegó un golpe en un accidente doméstico, juega con sus muñecos y se mete en personajes improvisados, mientras de a ráfagas va contando distintos aspectos de su vida de artista, que eso es lo que es… un gran artista.

 

Lo dice a menudo y pareciera que le gusta recordar que nació un 18 de mayo, “en la calle Raúl B. Díaz, frente a la Cooperativa Popular de Electricidad donde hay hoy una Estación de Servicio (YPF Norte). ¿Sabés que ahí hace muchos años funcionaba una cárcel de encausados?… bueno, en ese lugar nací yo”. Cabe decir que fue hasta que se construyó la U.13, a pocas cuadras de ese lugar.

 

Familia y estudios.

 

Sus padres fueron Delia Tarquini y Juan Umazano: “Papá fue maestro de escuela y mi madre ama de casa; y tengo una única hermana, Delia, que es maestra en Dibujo y ahora por supuesto está jubilada”.

 

Completa aquellos años de la infancia narrando que fue “a las escuelas rurales donde mi padre daba clases: en Gan Gan, Provincia de Chubut; y además en Colonia Anguil, San Martín, Tomás Manuel Anchorena; para terminar la primaria, 5º y 6º grado en la Escuela Normal de Santa Rosa. Más adelante me recibí de ‘experto tornero’ en la vieja Escuela Industrial”, agrega.

 

En tanto en su casa nos va guiando hasta esa pieza donde habitan sus queridos fantoches, esos seres hechos de cartulina, lana o fieltro, tal vez algunos calcetines y pegamento y a los que él les da vida con su ingenio.

 

Viviendo en Gan Gan.

 

Como todo tiene que ver con todo –y no quedan dudas que es así- se me ocurre que todos esos muñecos—títeres (“Tengo 17”, precisa), los que ha utilizado a lo largo de su carrera y que construyó con sus propias manos, tienen que ver con aquellas habilidades adquiridas en el Industrial; y obviamente uno de los tantos libros que escribió, “Desde entonces Gan Gan” –localidad en la que residió seis años-, está vinculado a las reminiscencias que quedaron en su mente de aquella niñez cuando su padre era uno de esos abnegados maestros en un rincón olvidado de la Patagonia.

 

De adolescente, el teatro.

 

En Santa Rosa, además de estudiar un oficio, jugó en las inferiores del Club Estudiantes, y por eso el fútbol es una de esas actividades que se permite seguir por televisión, sobre todo si juega Boca.

 

“Eran otros tiempos –y qué dudas caben-; tal vez, o seguramente, más inocentes… Mis primeras salidas en aquellos años eran los bailes de los clubes Sarmiento, San Martín y Argentino. Pero ya de adolescente empecé con esto del teatro… íbamos por las escuelas de Santa Rosa con nuestras obras”, señala.

 

A Buenos Aires.

 

Muy jovencito supo que la actividad teatral era lo suyo, y no vaciló en partir a Buenos Aires a comenzar una carrera que lo llevaría a codearse con quienes luego iban a ser grandes figuras de la escena nacional. “Estudié teatro con Carlos Gandolfo” –en 1967 integró la Comedia Nacional Argentina, con la que recorrió el país-, y trabajó en el San Martín con Emilio Comte, Raúl Lavié, Hugo Arana, Aldo Barbero, entre otras tantas estrellas.

 

“¿Cómo se produce mi regreso a La Pampa? Me hablaron para hacer una asistencia teatral por seis meses y no volví más a trabajar a Buenos Aires, salvo en alguna que otra ocasión para representar a nuestra Provincia, como en el caso de ‘En El Andén’, o para algunas funciones e títeres en escuelas. Lo aprendido en mi formación allá lo trasladé al teatro de títeres”, sostuvo.

 

El encanto del títere.

 

Dicen los que dicen saber que un dentista o sacamuelas francés de la época, Laurent Mourguet, para entretener a sus pacientes y que pudieran olvidar el dolor de esa práctica, con muñecos de guante que movía detrás de una mesa inventaba historias. Y me hace acordar que aquí nomás un peluquero de niños (El Dandy) hace algo más o menos parecido, poniendo a disposición de los pequeños algunas golosinas, o muñecos de super héroes para entretenerlos.

 

Hay que decir que los títeres han sido para muchas generaciones un atractivo de extraordinario encanto, sobre todo cuando son los infantes los que disfrutan de sus fantásticas historias. Y además, se puede apuntar, constituyen un muy buen recurso educativo para que los chicos aprendan contenidos mientras se divierten.

 

Aquellas giras.

 

“Yo en los títeres aparezco en 1973, cuando viene la democracia. Ya había hecho una gran experiencia en Buenos Aires; y como dije antes recorrí buena parte del país con la Comedia Nacional Argentina, y también Uruguay pueblo por pueblo con una compañía de teatro infantil que se llamaba Los Pinochos, con David Ratner como director... un hombre de Rosario, que era mucho mayor que yo y del que aprendí mucho. En realidad lo que te enseña es la práctica, la repetición… La formación teatral es la base de todo, porque ahí los diálogos se estudian de tal manera que se elabora todo un pasado para justificar el presente y saber dónde se va. Todas esas cosas se estudian y, además, cuando vos querés empezar a expresarte en otras disciplinas, te ayuda muchísimo. Es básico”, sostiene.

 

En Santa Rosa.

 

Cuando volvió a Santa Rosa, en 1973, --ya formando parte del elenco del Teatro Estable-- se convirtió en el primer asistente técnico de Teatro de la Provincia.

 

Fue en ese tiempo que –simultáneamente a su condición de director y actor-- resolvió dedicarse con enorme entusiasmo al juego titiritesco, creando el Centro Experimental del Teatro de Muñecos, junto al gran Héctor Di Mauro, a quien reconoce como su maestro en ese arte.

 

Por estas horas recordó que con esa iniciativa “tuvimos buena convocatoria porque iban muchas maestras, y cuando la actividad daba puntaje en Educación llegamos a tener más de 50”.

 

Contemporáneamente con otros actores crearon el Campamento Teatral de Trenel, localidad en la que había conocido a María Esther, con quien se casó ya en Santa Rosa, donde ella iba a trabajar hasta el momento de su jubilación en la Cámara de Diputados.

 

La despedida.

 

Aldo cuenta que hoy en día “prácticamente dejé de hacer títeres, porque tenía problemas de cervicales. Es todo un esfuerzo físico mantener los brazos levantados una hora y pico, y algunas marionetas pesan y bastante. Diría que estaba retirado hasta que Ilda Susana me ofreció esto de La Porfiada, y creo que puede ser una especie de despedida de lo que hice tantos años… Fue mucho tiempo de trabajo cultural, casi siempre en las escuelas… sucedía que salía en el diario lo que estaba haciendo y después tenía que recorrer otras 40 escuelas de dónde me convocaban… y eso sin sacar un comunicado ni nada, y cuando no era de tanta masividad la información porque no había redes sociales”, razona.

 

No sólo para los chicos.

 

Umazano niega luego que los títeres sean solamente para los chicos. “Es verdad que siguen embelesando a los niños, pero no es lo único, aunque a veces por desconocimiento se afirma eso. Pero los títeres son para el grande y para el niño…”, reafirma.

 

Aldo analiza cuáles son las grandes diferencias con un actor de teatro. “Mirá, tengo una obra que se llama Jaqueca… resulta que al protagonista (al muñeco) le duele la cabeza todo el tiempo; y por eso para dejar de sufrir se la saca y la vende… pero después se da cuenta que no tenerla le impide oír, ver, llorar o reír, y tampoco experimentar sentimiento alguno… y ahí empieza una aventura para poder recuperar su cabeza… Se dio cuenta que era preferible tener aquel dolor que antes lo atormentaba, aguantarlo pero poder tener sentimientos”, narra.

 

Y completa: “Esas cosas las hacen los títeres, porque por supuesto un actor no las puede hacer… tendrías que matar una persona en el escenario y eso es imposible. No para el títere, y ahí es donde entra lo titiritesco…”.

 

La política.

 

“Un día el ‘Ningo’ Jorge me manifestó que yo tenía que ir para concejal. ‘Vos sos un tipo reconocido, y sabés lo que es andar en los barrios’, me dijo para convencerme que tenía que ir en la lista. La verdad es que siempre milité en el peronismo, en esos tiempos en que íbamos casa por casa a verles las caras a los vecinos, así que de 1991 a 1995 me convertí en concejal de Santa Rosa. Toda una experiencia, porque es el momento en que te das cuenta que la política tiene que ser importante para la gente, para solucionarle sus problemas. Pero fue la única vez”, dice a la distancia.

 

No obstante no puede dejar de recordar que antes, en 1976, la había pasado muy mal: “Me echaron y tuve que empezar a animar fiestas y cumpleaños para poder subsistir. Me acuerdo que Jorge Gatti (dueño de Zapaterías Noy) me contrató para que le animara los cumpleaños a todos sus clientes… Y claro que no me puedo olvidar de ese gesto”, reconoce.

 

Años más tarde lo reincorporaron –como debía ser- y su vida retomó un rumbo más placentero.

 

Artista multipremiado.

 

Este titiritero –ha sido mucho más que un actor- fue siempre un inagotable creador que escribió más de 20 obras que fueron representadas en distintos escenarios, y también editó varios libros entre los que se puede mencionar “Desde entonces, Gan Gan”, “Los Colores del Blanco y otros cuentos”, “Pequeñas victorias”, e “Historias titiritantes”. Sus trabajos han sido reconocidos con premios y distinciones provinciales, regionales y nacionales. En 2007 le entregaron el premio “Testimonio”, y en otra oportunidad la sala de la Escuela de Títeres fue bautizada como “Juan Aldo Umazano”.

 

Lo que viene.

 

En este tiempo, lejos de acogerse al ocio o la contemplación, Aldo sigue creando, escribiendo teatro y prosa; y estuvo dedicado a un trabajo de investigación sobre los títeres en La Pampa, y para eso asumió la tarea de revisar diarios durante varios meses en el Archivo Histórico para un libro que se llamará Fantoches de Arena. “No está editado porque tiene muchas fotos y sale guita, pero veremos… Además estoy con dos novelas que debo terminar, tres libros de cuentos, una obra de teatro para niños a pedido que me está llevando más tiempo del que pensaba. Y además estoy corrigiendo ‘El beso inexistente y 16 relatos más’, que ya tengo la prueba de galera. Y la verdad es que no me puedo quedar quieto…”, reflexiona.

 

Ya no habrá más funciones de Aldo Umazano, pero queda aún una enorme cantidad de obras en las que el maestro sigue trabajando. Un legado para los que vienen, aunque ya casi no haya titiriteros por aquí.

 

Nos vamos con el fotógrafo comentando lo que vimos… Pensando en la imagen de ese hombre jugando con sus muñecos… Sí, casi como si fuera un chico.

 

'El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta' (Pablo Neruda). Y Aldo lo sabe. Seguro que lo sabe.

 

Admiración por Aldo.

 

“Valoro que pasara del arte a la política, y ciertamente admiro que desde allí lo apuntalara, y que lo haya defendido como lo hizo. Esto tiene un valor enorme, y Aldo Umazano lo hizo”. El que reflexiona hoy es Alberto Callaqueo, actor y director de teatro, afincado en General Pico, pero que sabe muy bien de la trayectoria del conocido titiritero.

 

“Lo admiré cuando hizo esa pausa en el arte para hacer política como concejal de Santa Rosa, aunque en ese tiempo yo era pibe y por ahí no comprendía bien todo. Creo que era como subvertir lo que vino haciendo desde hace tantos años; y ahora pasado el tiempo me doy cuenta que es verdad que como decía García Lorca había que ‘meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscaban las margaritas’... Por más que se piense que el arte es tan magnífico y tan limpio”, considera Alberto.

 

Después cuenta una anécdota. “Aldo vino de jurado a General Pico, creo que desde el lado de Educación. La cuestión es que hubo tres elencos que sobresalieron y obviamente un ganador… pero después él con honestidad brutal nos dijo: ‘Muchachos, esto es para adentro, pero la verdad es que éramos tres jurados, y el que ganó no era para mí el mejor grupo…’. El que tenía que ganar para mí era este otro…’. Y cuanta razón tenía porque después los cuatro chicos de este grupo se dedicaron a la actuación”.

 

Según Callaqueo, el mismo Aldo se ofreció a darles una mano para presentarse en la Fiesta Provincial del Teatro –así lo hizo-, donde los pibes allí sí ganaron, y por eso les tocó ir al Cervantes a representar a la Provincia”, completa.

 

Y concluyó Alberto: “Sé que ahora está haciendo sus últimas presentaciones, y entiendo que es como un homenaje que se está rindiendo a sí mismo, y está muy bueno porque es un artista al que todos debemos aplaudir. Sin ninguna duda…”.

 

Silvina, la titiritera de Toay.

 

La tentación del periodista de expresar que la de días atrás fue la función final del último titiritero queda soslayada por la realidad. Porque es cierto que Umazano ha sido uno de los maestros de muchos y muchas que se dedicaron al mágico mundo de los muñecos; pero hay que señalar que –por suerte-- no es el último... aunque ciertamente no queden tantos.

 

Porque cabe decir que en Toay reside una titiritera… Se trata de Silvina Barroso, quien tiene también una muy amplia trayectoria en ese rubro y sigue trabajando con representaciones en distintos escenarios. Así que hay por lo menos una titiritera que, por suerte, continúa con el teatro de muñecos.

 

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