Frangolini vuelve a Venado Tuerto
Con la última edición de este año, el periodista Flavio Frangolini habrá cerrado una etapa de su vida. Pasaron 36 años desde aquella primera vez que pisó la Redacción de La Arena, cuando estaba ubicada en 25 de Mayo 339.
El 1 de octubre de 1988 “ingresé por aquel pasillo sin imaginar que me convertiría en periodista y sería para todo la vida”, dice hoy Flavio en el momento de una despedida a medias. Porque de alguna manera, ya no presencialmente, seguirá vinculado con notas que –promete-- enviará desde el lugar donde residirá el año que se inicia.
De Venado Tuerto.
Hijo de Carlos Emilio Frangolini, policía bonaerense, fallecido en 2015 en Mar del Plata donde residía; su mamá es Raquel Zapata (86), que se jubiló como directora de escuela y vive en Venado Tuerto (Santa Fe).
Flavio comenta que nació en 1966 en General Pinto (Buenos Aires), “pero de muy chiquito me radiqué en el sur de Santa Fe. Mis padres se separaron cuando yo tenía tres años, y me tocó criarme en el seno de mi familia materna. A mi padre lo pude conocer de grande, siendo ya periodista de La Arena”, rememora hoy.
Su familia en Santa Rosa.
Después de cursar sus estudios primarios y secundarios en Venado Tuerto, el 2 de enero de 1984 llegó a Santa Rosa para cursar la carrera de Letras en la Universidad Nacional de La Pampa. “Y me quedé para siempre, o hasta ahora, y hoy tengo tres hijos pampeanos. Siendo estudiante me puse de novio con Claudia Macedo, con quien nos casamos en 1987; al año siguiente nació Damián (cumplirá 38 el mes que viene); dos años después llegó Eliana (35) quien está embarazada de mi segundo nieto; y en 2003 nació Amparo (22), fruto de mi relación con Rosanna Aimetta, hija de Angel Cirilo y ‘Mecha’ Tubán”, resume.
Hoy su hijo mayor, Damián; está radicado en Brasil; Eliana se recibió de maestra viajera y Amparo estudia en La Plata.
Figuras emblemáticas.
Evoca que en aquella llegada a Santa Rosa tuvo “la suerte de encontrar gente buena y solidaria que me ayudó de muchas maneras. En los años ‘80 por la casa de Pedro Macedo (por años trabajador del sector Fotomecánica de La Arena, y también fotógrafo) pasaban cotidianamente Juan Carlos Bustriazo Ortiz y Julio Domínguez. Para quien era todavía un adolescente hubieran pasado como dos bohemios empedernidos más, eso sino fuera porque Dora Battistón me aclaró la identidad de estas dos figuras emblemáticas y me posibilitó disfrutar más de su compañía”.
En el sector Corrección.
Pedro Macedo, ya convertido en su suegro, lo alertó porque había un aviso en el diario que se buscaba un corrector para reemplazar a Daniel Caunedo. “Me tomaron una prueba y me terminaron contratando con urgencia porque repentinamente en un accidente falleció Carlos Repetto”.
Y se confiesa “este” Flavio que –como todos-- aprendió de la vida que los extremos no suelen ser buenos. “Tenía 22 años y era un joven arrogante e inquieto. Creo que llamé la atención porque me excedía en mi función y cambiaba demasiado las notas de los corresponsales, hasta que algunas quejas que llegaban a la redacción obligaron al diario a llamarme al orden. Sergio (Santesteban) fue el encargado de aclararme que mi función se limitaba a corregir errores ortográficos, sintácticos y semánticos”.
A la Redacción.
“Siempre sospeché que tuvo en cuenta esa conversación, que vio algo e hizo que una semana después me llamara para decirme que Saúl (director de La Aren) había decidido probarme en la Redacción. Me enamoré perdida y definitivamente de este oficio. Siempre recuerdo que Sonia (hoy presidenta del Directorio) me recomendaba lecturas y gracias a eso amplié mi visión del mundo y mi conocimiento de cuestiones políticas, a las que no les daba mucha importancia hasta entonces”, rememora.
La primera nota, un aviso.
Y sigue: “Mi primera nota en este diario --sin contar innumerables gacetillas-- fue la presentación de un nuevo modelo de tractor Zanello en el hotel Calfucurá. Al bajar del móvil con el grabador y el fotógrafo, me sentía poco menos que García Márquez… Debo haber redactado como 5 mil caracteres, de los cuales obviamente el editor recortó la mitad. ¡Si al cabo no era más que un anuncio comercial! Pero ya estaba en este baile y enseguida supe que no quería otra cosa. Trabajé hasta 1999, cuando renuncié y cumplí mi primera etapa en La Arena”, completa.
El sindicalista.
Influenciado por otros miembros jóvenes de la redacción, como Fabián García y Guillermo López Castro, de quienes se hizo amigo, se afilió al Sindicato de Prensa (Sipren). “Se convirtió en mi segunda casa, y ahí participé de cuestiones colectivas y las luchas por reivindicaciones sociales, que me interesaron más que los intereses personales”.
En 2001, Juan Carlos Martínez lo convocó para hacer un periódico junto al Vasco Laurnagaray. “En octubre de ese año salió el primer número de ‘Lumbre’ que, a la distancia, hoy respeto como un capítulo trascendente en mi carrera periodística. Me permitió capacitarme y adquirir experiencia en investigación, un aspecto fundamental para cumplir una de las funciones esenciales del periodismo profesional: controlar a los poderes de estado”, recordó.
En la Fatpren.
En 2006 volvió a La Arena. “Este trabajo y mi militancia en el Sipren me permitieron conocer a muchos y muchas periodistas de la provincia, y de algunos/as me hice muy amigo. En 2013 me sumé a una cruzada junto a otros sindicatos del país para sacar de la Fatpren a una conducción muy corrupta. Me eligieron en un cargo menor (secretario de Interior) pero al tiempo me llamaron para trabajar full time y tomé licencia de La Arena. Estuve hasta 2020 en esa condición de sindicalista rentado y volví al diario cuando empezó la pandemia”, cuenta Flavio.
Y reconoce: “A pesar de tener varios conflictos este diario es mi segunda casa. Al final, mantengo una muy buena relación con sus dueños, después de conocer a tantos empresarios de diarios del país…”.
Nueva etapa.
En este momento al acceder a un retiro voluntario --porque tiene la intención de radicarse donde está su madre para cuidar de ella--, considera que es una “nueva etapa. Un poco un salto al vacío que a esta edad me produce cierto vértigo. Es verdad que termino mi relación de dependencia, pero espero mantener el vínculo profesional y seguir viviendo del periodismo. Me faltan seis años para cumplir la edad jubilatoria”, precisa,
Y completa: “Mi sensación es la de iniciar una etapa, que todavía no sé cómo será. Siento ganas de escribir desde otro lugar, sobre cosas que siempre me atrajeron pero no resultan material cotidiano de agenda, como la divulgación científica e historias de viajes. Ojalá pueda, aunque creo que bastará con la voluntad de hacerlo y ya”.
Se va, y se extrañará en la Redacción su acaloramiento, sus gestos ampulosos y las palabras cargadas de pasión para defender sus ideas.
Donde sea que vayas, lo mejor para vos, Flavio...
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