Sabado 27 de abril 2024

“Había un negocio paralelo”

Redacción 25/03/2024 - 00.17.hs

Durante el acto de ayer, el testimonio de familiares de los detenidos desaparecidos pampeanos durante el terrorismo de Estado recayó en la psicóloga Ana María Martín, quien vivió en primera persona la desaparición forzosa de Juan Carlos Andreotti, el hermano de quien entonces era su marido Ricardo Ercilio Andreotti. Todos residían entonces en la ciudad de Buenos Aires. Los Andreotti Alonso se habían radicado allí en 1964, provenientes de Santa Rosa.

 

“Vivíamos una efervescencia de la cultura, de la música, de las canciones, de los libros. No éreamos militantes, pero disfrutábamos y participábamos del Instituto Di Tella, de los teatros y de todo lo que podíamos. De todas maneras ya la Triple A, antes del golpe, comenzó a perseguir amigos, conocidos, hermanos de amigas, por esa razón comenzamos la tarea lenta de quemar libros, romper discos… No los quemábamos de golpe, porque los queríamos mucho”, recordó.

 

“Yo trabajaba en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Un día una compañera viene y reparte pacientes rápidamente en una mañana y me ofrece tomar una niña de diez años, y me dice que no pregunte mucho que sus padres eran militantes. Yo la seguí atendiendo como dos años, la traía su mamá, que estaba embarazada. Volví a saber de ellos por el Nunca Más y también porque la hija que estaba en su vientre en ese momento que se hizo cineasta y escritora y pudo contar más de ese horror y esa violencia que sufrieron”.

 

“Cuando fue el golpe del 24 vivíamos en otra casa. Nos habíamos mudado. Habíamos comprado un departamento en otra zona, Julián Alvarez y Marcelo T. de Alvear, donde no se conseguían teléfonos. Entonces íbamos a hablar por teléfono a un kiosco que estaba lindante con la comisaría 21. Y a partir del 24 todas las mañanas se concentraban fuerzas allí, a veces por varias horas. Convivíamos con eso”.

 

Desaparecidos.

 

“Mi hermana Cristina tenía aviso de que no podía volver al departamento, porque ya habían estado, entonces decidió exiliarse. Juan Carlos dejó de estar en su casa, lo veíamos a veces, finalmente una vez no volvió. Lo empezamos a buscar de todas las maneras posibles. En mi caso en la calle, lo mirábamos, decíamos están disimulados, y lo buscamos por años. Mi suegra, Aurora Alonso de Andreotti, se juntó con otras madres en esos reclamos y a pesar de lo que había pasado con Azucena Villaflor, la denuncia de Astiz, ella sigue a Hebe (de Bonafini), se junta en su casa, se dan fuerzas, se organizan. La fuerza de lo grupal, que fue lo que habían querido destruir desde antes del golpe, porque los principales perseguidos fueron los psicoanalistas que hacían grupos. Los grupos son peligrosos, porque permiten la palabra, no hay manera de controlar lo que se dice. Entonces ese era un enemigo”.

 

“Los psicólogos estábamos bastante demonizados, como los sociólogos, los que pensábamos la sociedad. Los que tuviéramos un pensamiento diferente al que se quería imponer, al pensamiento único. En 1976 yo había tenido mi primera hija, así que vuelvo al hospital después de la licencia y me encuentro con un panorama desolador. Muchas personas yo no estaban, nadie preguntaba, de alguien se decía que consiguió trabajo de niñera en París o en España. Una disposición que habían tomado era que las mujeres no podíamos usar pantalones”.

 

“Viendo como estaba el hospital, y siendo mamá de una bebé, pensé en irme. Me uní con una pareja que disponía de capital y quería hacer un jardín de infantes terapéutico, para niños psicóticos, con trastornos psíquicos y neurológicos. Era lo que hacíamos. Así que al año renuncié al hospital. Nos fue muy bien con el jardín. Tenía el enorme trabajo de coordinar. Hasta que llegó un niño que temblaba. Lo hacía de forma tal que no se subía al tobogán del jardín. Era hijo de un militar. La mamá nos contaba que el papá, para que el niño no tenga miedo, le ponía un revolver debajo de la almohada”.

 

Negocio paralelo.

 

“Hablando de Juan Carlos, quiero mencionar que en aquel momento se pagaba para obtener información. Se pagaba a personas que montaban con los detenidos un negocio paralelo. No sé cuántas veces ni cuánto pagó Aurora, mi suegra, salvo aquella última vez en la que sí intervino quien era mi marido. Y el monto que se pagó fue el equivalente a un departamento. Ella vendió una propiedad para hacer eso. El los recibió en su estudio, cuando dijeron que tenían información, yo lo esperaba abajo, porque no sabía si no se lo iban a llevar. Al menos quería ver si se lo llevaban. Ahí le dijeron que Juan Carlos estaban muerto. Igual sus restos nunca se recuperaron”.

 

“Quiero decir algo más a riesgo de parecer pedagógica. Cuando vine de nuevo a La Pampa trabajé en instituciones educativas. El objetivo era el pensamiento autoritario. Creo que hay que revisar el pensamiento autoritario, este pensamiento único, excluyente, que quien piensa distinto es un enemigo, y en todas las variantes que he podido ver en tantos años de mi vida y de consultorio, es que siempre tras la atribución de todo el poder a alguien hay una expectativa mesiánica, alguien nos va a salvar, ese tiene la clave para resolver todos nuestros problemas. Nuestras vidas se ponen duras, no podemos resolver, tenemos frustraciones, tramitar la diversidad es complejo, nos cuesta, nos duele, y entonces pareciera que alguien va a tener la llave de eso, de solucionarlo, quisiéramos creerlo, como cuando éramos niños y creíamos que nuestros padres podían resolvernos todos nuestros problemas. Entonces, volver a depositar todo el poder en una figura, venga con una espada, un revolver o una motosierra, es engañoso y es escapar a nuestras limitaciones, duras de llevar a veces”, concluyó.

 

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