Lunes 29 de abril 2024

¡Qué alegría encontrarte, Marcial!

Redacción 08/01/2023 - 00.36.hs

Aún en tiempos de vicisitudes tenemos sorpresas que consiguen arrancarnos una sonrisa. Más de 200 chicos concurrían hace 20 años a un comedor, y no sabemos qué fue de la suerte de la mayoría de ellos.

 

MARIO VEGA

 

"¿Cómo le va Mario?, ¿se acuerda de mí?". El joven me sorprende un poco y lo miro... "¿Quién sos, de dónde te conozco?", inquiero sin darme cuenta de quién podría tratarse.

 

El muchacho acaba de colocar el pico del surtidor en el tanque de combustible y hace su tarea en la playa de carga de YPF Norte. "¿Pero cómo que no se acuerda...?", casi parece reprocharme de manera cordial -apenas un poquito-, mientras hurgo en mi memoria tratando de ubicarlo.

 

"¡Del comedor... iba al comedor. ¡Yo amaba ese comedor!", aporta como dato como para que me dé cuenta de quién se trata.

 

El fantasma del hambre.

 

Hablaba de una época aciaga de nuestro país, esos días funestos del 2001 y más acá que sumieron a nuestra sociedad en la tristeza y la desesperanza, cuando el comedor de la Fundación "Llegar a Tiempo" trataba de subvenir las necesidades mínimas de más de 200 pibes en Zona Norte.

 

Allí un grupo de personas que nos habíamos organizado armamos un lugar para ofrecer el almuerzo los sábados y domingos... eran esos días en que muchos de nuestros pibes, de familias carenciadas, los lunes llegaban a desmayarse en las clases de la escuela primaria porque los fines de semana -cuando los comedores municipales no funcionaban- pasaban hambre. Sí, en este país lleno de todo la clase política lo había logrado -una vez más- y nuestros chicos y muchas familias argentinas no podían acceder al mínimo sustento.

 

Conmoción social.

 

Recordarlo duele. Mucho... Cómo podía ser que en esta tierra donde tenemos absolutamente todo sucediera eso. Porque en ese momento ni siquiera La Pampa -aparentemente preparada como para paliar situaciones difíciles- podía escapar de un contexto de conmoción social que se palpaba en las calles... Fue cuando proliferaron los cartoneros, días en que se producían desbordes en algunas ciudades con la toma de supermercados, en tanto iba surgiendo una suerte de logística comunitaria que -al cabo- no era más que una respuesta reflejo de la angustia que se había apoderado de toda la sociedad: el trueque.

 

Cómo sobrevivir.

 

El trueque no fue más que una estrategia de supervivencia. El corralito, la falta de circulante, el desempleo, le fueron dando lugar a una organización que en el país llegó a involucrar a millones de personas. Empezó en Bernal, provincia de Buenos Aires, y se extendió por todo el país. Y nuestra provincia no fue la excepción: grupos de vecinos se acercaban a los nodos que empezaron a funcionar para la actividad y llevaban allí sus empanadas, pizzas, tartas, artesanías, zapatos, electrodomésticos (¡¡¡), y lo que fuere... cualquier cosa podía encontrarse en esos sitios donde flotaban el pesar y el abatimiento.

 

Había que comer.

 

En ese contexto hubo vecinos que comenzaron con la tarea de armar comedores comunitarios. La Municipalidad tenía abiertos los suyos de lunes a viernes, pero los fines de semana había familias que no tenían qué comer...

 

En esa situación nació la Fundación "Llegar a Tiempo", en la que no había funcionarios ni participaba el Estado. Todo lo contrario: el municipio capitalino en primera instancia negó el uso del comedor de Zona Norte (aunque a las pocas semanas la realidad obligó a la comuna a que también agregara los sábados para dar de comer en los once que tenía en la ciudad). Ante aquella negativa los vecinos solidarios recibieron la ayuda del recordado Ricardo Ermesino -el párroco de La Sagrada Familia-, que puso a disposición las instalaciones de su cocina para que, desde allí, se llevara la comida a tres sedes donde se reunían niños y niñas de corta edad, y también algunas personas mayores.

 

La expresión de la pobreza.

 

En ese comedor de "Llegar a Tiempo" en Zona Norte quedaba expuesta la más cruda realidad. No sólo que había hambre en el piberío -y en sus familias-, sino que también aparecieron otras carencias que tenían que ver con la salud, la educación y el bienestar mínimo del que las personas deben gozar.

 

Los que "atendíamos" el comedor -personas que hacíamos algún aporte, que servíamos la comida, y tratábamos de ayudar de alguna manera- no podíamos menos que sentir que el corazón se nos estrujaba ante la miseria de cuerpo presente.

 

Había chicos que no estaban escolarizados, otros que tenían problemas de salud, y muchos que no contaban con ropas o zapatillas. En realidad no tenían nada.

 

¿Cuántos se "salvarían"?

 

Fue muy duro todo aquello. Nos mirábamos entre los "voluntarios" y nos preguntábamos cuántos de esos chicos y chicas conseguirían sobreponerse a tanta adversidad. "¿Cuántos podrán "salvarse"?, nos decíamos. Esto de "salvarse" era pensar que el día de mañana -en este tiempo- pudieran tener educación, salud, una familia, trabajo... Porque era tanta la angustia, la pobreza y la tristeza de esos días que las perspectivas no alentaban esa posibilidad.

 

Porque la mayoría, hay que decirlo con crudeza, ya estaba fuera del sistema. Y lo único que parecía que podíamos hacer por ellos era que subsistieran a ese momento desgraciado de la historia argentina... ¿Cuántos podrían salvarse?

 

Qué fue de ellos.

 

Cuando la tormenta pasó -al menos amainó-, a muchos chicos y chicas no volvimos a verlos. La presidenta de la Fundación -abogada penalista ella- sí se encontró con más de uno en alguna comisaría... ellos no habían conseguido zafar. Y lo cierto es que, con el paso del tiempo, a la mayoría le fuimos perdiendo el rumbo... ¿qué habrá sido de todos ellos?

 

Por eso, cuando este joven Marcial me contó de dónde me conocía no pude menos que alegrarme al sentir que, mínimamente, aquel esfuerzo solidario al menos a algunos les dio una mano. "Hace cinco años que trabajo aquí... y sí, estoy bien, contento", resumió el muchacho. "Tengo 29 años y vivo en mi casa de siempre con mi mamá... que anda con algunos problemitas de salud", explicó.

 

Le hago notar que cuando concurría al comedor él tendría 8 o 9 años... ¿Cómo podría haberlo reconocido ahora, hecho un hombre?

 

Pero sí, fue una enorme satisfacción este encuentro fortuito.

 

"¡Esas hamburguesas fatales!"

 

Charlamos brevemente y quedamos en volver a hacerlo en breve para que me cuente de su vida, y cómo fue que pudo salir adelante. Se llama Marcial Alexis Gerón (29) el joven que trabaja en YPF Norte desde el 1 de julio de 2018, y que me ha preguntado si me acordaba de él. "Yo esperaba los fines de semana para ir al comedor, con mis primos y amigos del barrio... Eran fatales esas hamburguesas!... Y además nos hacían para nosotros obras de teatro, y hasta nos llevaron a la función de un circo que había venido. Por todo eso recuerdo aquello con tanto cariño", agrega este hombre que entonces era apenas un chiquilín.

 

Aquellos platos.

 

Es que, recordamos, las cocineras -tres abnegadas mujeres- preparaban esa carne de hamburguesas además en otros deliciosos platos, como unos guisos de película que se comían con fruición.

 

Marcial es uno de los chicos que -afortunadamente- puede contar que luego le pasaron cosas buenas, que se pudo apartar de aquel camino de frustraciones que, seguro, fue el que les tocó a muchos de los que eran sus compañeritos en esos años angustiosos.

 

El sostén para seguir.

 

Porque aún cuando no conoció a su padre -que no obstante ayudó en su crianza-, tuvo un enorme sostén en su mamá, y en algunos tíos que también hicieron lo suyo para que pudiera estudiar y capacitarse. "Por suerte fue así... y además en mi familia hubo otros primos que ahora están bien. Si hasta uno de ellos, Diego Fernández (31), que también iba al comedor, pudo recibirse de médico y ahora vive en Neuquén", completa.

 

Y sigue diciendo que su mamá es Susana Yañez (54), que no pudo conocer a su papá "porque era militar y antes que yo naciera fue trasladado a Salta. Nunca lo vi, pero sé que falleció... Pero igual puedo decir que de alguna manera estuvo presente, porque aportó a mi manutención, y a veces me mandaba algún regalo. Claro que me hubiera gustado conocerlo... pero no sucedió", indica.

 

Siempre en la misma casa.

 

Como quedó dicho no tiene hermanos, pero sí tíos y primos. Vivió siempre en una humilde casita de Antártida Argentina y Buenos Aires, donde estuve días atrás para charlar con él. Allí pude ver colocados sendos aires acondicionados (me alegré también por eso, aunque parezca mentira); y la bandera argentina flameando en una ventana creo que producto de la euforia mundialista. Tres perros de mínima estatura me salieron al encuentro, mientras un gato se desperezaba sin prestarme ninguna atención.

 

Germán es conocido y apreciado en su barrio de siempre. Hizo la primaria en la Escuela 201 (ex 314), la del barrio -donde sino-; y el secundario en la Unidad Educativa nº 11 que todos conocemos como Colegio Nacional, donde fue escolta de la Bandera y recibió el título de Bachiller.

 

El viaje de fin de curso.

 

"¿La materia que más me gustaba? Matemáticas... desde siempre me gustaron los números. Fuimos muy poquitos los recibidos en esa promoción; solamente siete, y por cierto muy compañeros... El baile de la promoción lo hicimos en el Club Sarmiento, y yo por supuesto bajé con mi mamá", evoca con cierto orgullo.

 

Y agrega: "El viaje de fin de curso fue a Bariloche, y por suerte mamá a todo pulmón nos dio una mano enorme... siempre hizo empanadas y pasteles para vender, y nos hacía para que mis compañeros y yo pudiéramos pagarnos el viaje... y nos dimos el gusto".

 

Un pibe de barrio.

 

En el barrio Marcial era un pibe y -como tantos- no pudo eludir la atracción de la pelota picando en los baldíos de la zona. Se confiesa hincha de Boca hasta los tuétanos, y dice que llegó a jugar en las infantiles de Domingo Faustino Sarmiento.

 

Pero venía el tiempo en que algo más había que hacer. "Es verdad que ya tenía el nivel secundario, pero en estos tiempos se necesita además cierta capacitación... Por eso hice varios cursos en la Municipalidad que me sirvieron para aprender y para el currículum, porque otorgan puntajes. Uno fue de técnica de atención al cliente; otro en ventas; y uno más de orientador turístico: nos hacían visitar los hoteles de Santa Rosa, a modo de práctica; y aprender cosas de La Pampa. Después entré a trabajar como recepcionista en el Hotel Casablanca...".

 

Su trabajo actual.

 

"¿Mi trabajo ahora? Es una bendición... me encanta porque soy de socializar, de tratar con la gente y ya voy para cinco años aquí", dice convencido.

 

"Se me dio la posibilidad de anotarme en YPF Norte, y me hicieron una entrevista en la Cruz del Sur (parte del Grupo). Mi idea era que me tomaran para la parte de 'Full', porque no sabía nada de todo esto que hago ahora... pero a los pocos días me convocaron para trabajar en la playa. Y la verdad ahora estoy muy contento con lo que hago; y hasta algunas veces me toca ser encargado de turno" (el que hace la caja, se ocupa de la descarga de combustible cuando llegan los camiones, etcétera).

 

Le pregunto si cambiaría de lugar de tareas y contesta: "Por supuesto no lo decido yo, pero siempre uno quiere mejorar, estar mejor".

 

Lo que no sabe Marcial -y en realidad pocos lo conocen-, es que hay algo que une a su actual trabajo y aquel comedor de hace alrededor de 20 años... Es que esa empresa era la que donaba cada fin de semana las "fantásticas hamburguesas...".

 

Mamá internada.

 

Marcial habla de su mamá y algunos problemas de salud que la aquejan: "Cuando tenía 12 años se cayó de un árbol, según cuenta... ¡Fijate vos! Esa vez la tuvieron que operar de la espalda y le quedó un problema en una pierna donde por su manera de caminar a veces le salía una suerte de callo... En 2020 se dejó estar y tuvo una infección y hubo que internarla", resume.

 

Así periódicamente vuelve al Lucio Molas, como ahora mismo donde está desde hace una semana: "Cuando termino mi turno aquí me voy a estar con ella, y a veces me quedo a dormir ahí... hasta que amanece y voy a descansar un rato a mi casa, un baño, el almuerzo y después a trabajar en el turno que me toque", precisa.

 

Agradecido de la vida.

 

Y es verdaderamente un placer hablar con Marcial. Y mejor aún saber que tiene un proyecto hacia el futuro, que pudo superar los momentos complicados de su niñez y que afronta su destino convencido que sin esfuerzo nadie puede desarrollarse. Se lo ve contento -aunque un poquito sufre la situación de salud de su mamá-, y agradecido de la oportunidad de tener un trabajo digno, de poder compartir con compañeros por los que dice tener mucho aprecio, y de contar con buenos amigos para caminar por la vida.

 

"¿Sueños? Todos los tenemos, ¿no? Y bueno... el mío es seguir trabajando y tal vez, el día de mañana, formar una linda familia para darle una alegría a mi madre"... Se le iluminan los ojos al muchacho al imaginarlo. Y de verdad, que lindo fue haberte encontrado Marcial. ¡Qué bueno saber de vos!

 

Los hijos de la crisis.

 

Después que Fernando de la Rúa abandonara la presidencia de la Nación en 2001, luego del estallido social que conmocionó al pueblo argentino, hubo por supuesto consecuencias funestas.

 

Duele mirar atrás para recordar todo aquello, cuando había familias que pasaban hambre, se multiplicaban los saqueos, y miles de compatriotas elegían irse del país. Algunos pudieron regresar, pero muchos siguen afuera y ya nunca volverán.

 

Nadie podrá negar que los chicos de ese tiempo -del 2001 para aquí-, tuvieron que crecer en nuestro país en contextos adversos; y por miles se cuentan los que quedaron fuera del sistema y no volvieron a recuperar terreno en el escenario de la vida.

 

Dicen los que dicen saber que en los dos primeros años de la crisis fueron unas 150 mil personas las que abandonaron precipitadamente nuestra tierra.

 

¿Cuántos habrán sido los chicos, y no tan chicos, que quedaron excluidos para siempre? No es fácil saberlo, pero eso sucedió. Sin dudas.

 

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