Sabado 27 de abril 2024

Uno vuelve siempre a los viejos sitios

Redacción 17/12/2023 - 00.34.hs

Un día decidió ir detrás de su sueño y muy joven se trasladó a Capital Federal donde compartió elencos con grandes actores y estuvo en los escenarios más emblemáticos. Volvió a su tierra y se emocionó.

 

MARIO VEGA

 

Sí, casi que cabe admitir que sí, que “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida…”. Y que es posible que --al regresar--, si ha pasado mucho desde que decidió marcharse, pueda advertir los cambios irremediables del tiempo transcurrido… una transformación en lo edilicio, en las calles, y en la gente. Y fundamentalmente en la fisonomía de una Santa Rosa que poco se parece a aquella que tenía en su memoria.

 

Y al recorrer los lugares que conoció tanto en sus años juveniles, el hombre que en estos días ha llegado de visita a Santa Rosa no puede dejar de emocionarse. Le gusta ir atrás en el tiempo y rememorar… Habla sin levantar la voz, y va evocando viejos y antiguos momentos de su niñez y adolescencia.

 

Luis y la familia.

 

Se llama Luis Antonio Marangón (81) y vive desde hace muchos años en Buenos Aires, la ciudad a la que partió un día detrás de la fábula dulce de un mundo soñado. Ese que pasaba por las ilusiones que él –y un grupo como él-- podía generar desde el tablado de un teatro.

 

Nacido en Santa Rosa es hijo de Antonio (Tony) y de Lina. Vivió en O’Higgins 143 (casi esquina Coronel Gil), realizó la primaria en la Escuela 180, y el secundario en el Colegio Salesiano.

 

Luis tiene hermanos, Miguel –quien trabajó algunos años en el Molino Werner y hoy vive en Mar del Plata-- y Antonia; en tanto Hugo falleció cuando tenía 59 años.

 

Está casado con Norma Pena –de profesión peluquera--, con quien tienen dos hijos: Gabriela (docente) y Pablo (peluquero y músico en una banda que formó con su compañera). La familia la completan tres nietas que hoy son el sol que alumbra sus vidas: Donata (13), Rafaela (10) y Guilia (10).

 

Los inicios.

 

Fue precisamente en el “Colegio de Curas” donde iba a empezar a germinar una pasión. “Ahí había un elenco filodramático y participé; y después de eso fue como que empecé a indagar sobre todo esto… con un amigo íbamos a los circos, recuerdo el de ‘Los Hermanos Villalba’, (solía instalar su carpa en donde hoy se alza el edificio de Vialidad Nacional, en Villegas y Juan B. Justo), donde después de los trapecistas y los números con animales venía lo que se llamaba ‘circo criollo’, que nos llamaba mucho la atención”, contó.

 

Eran épocas en que no había televisión en la ciudad, y la radio era el centro de las reuniones familiares. “Mi padre escuchaba mucho, y además íbamos todas las semanas porque teníamos abono al cine Marconi… Sandrini era entonces un personaje muy popular, y la verdad es que me salía muy bien imitarlo”, se ríe Luis.

 

En bici por los guadales.

 

En tanto Luis había conseguido trabajo en una farmacia, donde como cadete repartía medicamentos en una bicicleta. Todo un esfuerzo, porque algunas calles –sin ir más lejos la hoy tan transitada Avenida Uruguay-- eran verdaderos guadales. “La verdad que darle a la bici en esas calles de tanta arena se tornaba difícil. Pero además era toda una aventura cuando me tocaba ir a llevar algún paquete a Toay… la Avenida que creo se llama Perón era de tierra, así que cada ‘viajecito’ de esos me mataba. Pero me gustaba, pasar por los médanos, que me dijeron que ahora casi no existen”, relata.

 

Volver a Toay.

 

En un momento de la charla Luis me dice: “¡Cómo me gustaría ver cómo está Toay!”.

 

Y no me dejó alternativa: “Vamos ya mismo…”, le dije. Y ni corto ni perezoso Luis se subió al auto para recorrer los pocos más de 10 kilómetros, mostrando a cada metro su asombro por el progreso de toda la zona de quintas, porque los médanos en los que le gustaba revolcarse ya no se ven, y porque Toay es hoy una ciudad de notable crecimiento. “Nada que ver con lo que conocí…”, confiesa no sin asombro.

 

Teatro en Santa Rosa.

 

En aquellos tiempos en Santa Rosa, después que le picara el bichito del teatro –siempre con su amigo Aldo Umazano cerca-- comenzó a incursionar en algunos grupos locales. Primero con la compañía “Florencio Sánchez”, dirigida por Aníbal Velázquez. “Junto a otros jóvenes como Quique Rodríguez, Clementina Dorado (luego muy conocida por un programa musical que hizo varios años por Radio Nacional), Osvaldo Stefanazzi, Coca De La Mata y Rubén Pereyra, por mencionar a algunos hicimos ‘Al marido hay que seguirlo’. Después una parte nos separamos decididos a armar otro grupo. Buscamos un director que se llamó Benito Bengochea, un gallego que vivía cerca de casa y formamos Los Amigos. Y ahí hicimos ‘Madre Tierra’, ‘Los chicos crecen’, ‘Prohibido se hace primavera’, ‘La tercera palabra’, y algunas otras”.

 

Etapa de crecimiento.

 

“Se puede decir que con ese grupo se formó una escuela interna de teatro que Benito llevó con mucha sapienza… nos enseñó a hacer escenografía, lo que era la improvisación dentro del teatro, nos mostró quién era Stanislavski”, rememora. Allí estaban además Aldo y Yoli Umazano, Marcelino Boto, Coca De La Mata, los hermanos Sosa, Nélida Lonegro, Diego Delamer, Clementina… algunos nombres se me olvidan”, se disculpa Luis.

 

Fue una linda etapa, de crecimiento, pero además de plantearse nuevas expectativas, y desafíos más importantes. Lo tenía muy claro, quería ser actor. Era el comienzo de una pasión que le resultaría irrefrenable, una suerte de alegre estudiantina, porque actuaban donde se podía y más de una vez emprendían la peripecia de hacerlo en algunos pueblos de La Pampa. “Íbamos en colectivo de línea… así que nada era fácil. ¡Pero nos gustaba tanto!”, parece remontarse a sus inicios.

 

“Quiero ser actor”.

 

¿Pero cómo seguir canalizando esas ganas de protagonizar que, de a poco, le iban determinando lo que vendría más tarde? Un día se le plantó decidido a Tony (su padre) y le manifestó que quería hacer teatro… “Y no me dijo que no… un poco se sorprendió, pero sólo un poco. Yo le conté que quería ir a Italia porque me parecía un buen lugar para aprender, pero me dijo ‘a Italia no’, pero propuso que fuera a estudiar a Buenos Aires”, rememora.

 

Luis ya tenía claro que eso de representar un personaje, recreando una historia, y poniendo toda su energía sobre un escenario podía conmover a una platea. Se convenció que era posible que el público fuera de la risa al llanto, de la angustia a la alegría, y que su arte podía provocar emociones inimaginables. Quería ser actor… y vaya si lo logró.

 

Detrás de un sueño.

 

Por eso con el aval de su padre –un hombre de pensamientos amplios--, pudo cumplir con su deseo. Un día de enero de 1966 partió a la gran ciudad detrás de la fábula dulce de un mundo soñado. Ese que pasaba por las ilusiones que él –y un grupo como él-- podía generar desde el tablado de un teatro.

 

Luis lo sabía, aún antes de cuando con sus jóvenes 21 años decidió radicarse en la gran urbe porteña. Admitía que quizás el intento de estudiar en Buenos Aires lo conduciría a una vida cargada de momentos duros, difíciles, y que también podría gozar de algunos placeres que tenían que ver con sus sueños indeclinables de ser actor. Sí, actor.

 

Llegada a la gran ciudad.

 

Un día le dijo a su amigo Osvaldo Stefanazzi: “Me voy a Buenos Aires… ¿Venís?”. Y partieron con sus mentes llenas de ilusiones.

 

Obviamente tuvieron que pagar un precio, porque llegados a la gran ciudad las cosas no les fueron fáciles… En el viaje, el machacante traqueteo del tren los sumía de a ratos en un adormilamiento que, no obstante, no era suficiente para calmar la ansiedad… la charla breve con el compañero se mezclaba con los silencios, y las cavilaciones e interrogantes que se planteaban por el mundo que pronto iban a empezar a descubrir.

 

En una tórrida mañana de verano de hace casi seis décadas, cuando el tren los depositó en Once, a Luis y a Osvaldo no les daban los ojos para mirar todo lo que pasaba alrededor.

 

Ingenuidad al palo.Luis llevaba en sus bolsillos sólo unos pocos pesos, y un papelito con la dirección de una pensión en Avenida de Mayo. Y casi que uno se lo puede imaginar… el jovencito –con su amigo-- con una vieja valija de cartón y unas escasas prendas, y los ojos extasiados ante ese gentío que iba y venía.

 

“Era un lunes y la ciudad un hormiguero. Cruzamos a la plaza y preguntamos por el ‘45’ que nos podía acercar a la pensión… En un momento le preguntamos a un pasajero y nos advirtió que teníamos que ir para el otro lado. No sabíamos que los colectivos iban y venían”, sonríe indulgente con el recuerdo de tanta ingenuidad.

 

Provinciano en Buenos Aires.

 

Todo les resultaba extraño, difícil. “Mucho tiempo después mis hijos no podían creer esta historia que yo escribí para un unipersonal que protagonicé –y que ellos vieron-- y se llamaba ‘Un provinciano en Buenos Aires’. Se reían cuando contaba que las escaleras mecánicas yo las ascendía al revés, hasta que me di cuenta que una bajaba y otra subía… Pero era así…”.

 

Comienzos en la gran ciudad.

 

En cuanto pudo se anotó en el Instituto de Artes Modernos, y allí empezó a pensar que su sueño se podía concretar.

 

El padre le había dicho que antes que nada buscara trabajo, pero “nosotros éramos los cabecitas negras que llegaban del interior, y primero el laburo estaba para los que ya vivían allí. Pero igual tuve suerte y pude entrar en una metalúrgica, Empresa El Águila, donde ponía remaches a las carrocerías de los micros… Pero la verdad es que comía poco porque lo que ganaba no me alcanzaba, y me enfermé. Estuve seis meses internado y cuando salí me vine a Santa Rosa”, dice ahora.

 

Regreso y teatro.

 

De todos modos tenía claro cuál sería su rumbo. “Tomé la precaución de sacar también el pasaje de vuelta a Buenos Aires, porque no me pensaba entregar tan fácil”, rememora.

 

Regresado a la capital, después de recuperarse plenamente con su familia, retomó los estudios. “Lo primero que hice fue trabajar en la Escuela del Instituto Nacional de Arte Moderno, con Marcelo Lavalle… entre los egresados de ese colegio estábamos Hugo Arana, Leirado, Virginia Lagos… Más tarde conocí a Pedro Asquini, con quien también hice talleres de teatro, y protagonizamos’El Meteoro’ de Friederich Durrenmatt, y después hicimos Experiencia 78”, enumera.

 

Llega la democracia.

 

Más tarde, con el advenimiento de la democracia, se pudieron hacer obras más “comprometidas”, por decirlo de alguna manera, y en el San Martín se hizo Darío Fo, “y entre ellos también vinimos nosotros con Bertolt Brecht haciendo Galileo Galilei. Después hicimos ‘Fuente Ovejuna’, con Roberto Villanueva. Al tiempo pasé al Cervantes con Alejandro Agüero, y allí hicimos Dorrego; después me fui a Andamio con Alejandro Agüero para hacer ‘1789, la Revolución Francesa’. Fueron tiempos muy buenos”, señala.

 

“Con Hugo Álvarez en el San Martín hicimos ‘Juana Azurduy’ junto a Raúl Rizzo y Juan Palomino… En la Boca, en el Taller de Garibaldi, que era un teatro circular, hicimos ‘Lenín’ (en realidad el dirigente de la Revolución Rusa era uno de los personajes y la obra se llama ‘Travesties’ de Tom Stoppard), ‘La vida de García Lorca’ y ‘Relaciones Familiares’ de un autor alemán. Eran tiempos felices”, afirmó.

 

Con los grandes.

 

Se codeó en los escenarios porteños con los grandes, desde Rodolfo Bebán, pasando por Victor Laplace, Virginia Lagos, Walter Santana. Pedro Asquini, Alejandra Boero, Jorge Petraglia. Esther Goris y Alicia Bruzzo, entre muchos otros grandes actores y actrices.

 

Fue protagonista de una gran cantidad de obras, y pueden mencionarse algunas: “Protagonicé ‘¿Adonde vas Martín con tu cruz?’; ‘Mil años, un día’; ‘Julio César’; ‘Esperando al Zurdo’; ‘Adiós, adiós Ludovica’; ‘Volvió una noche’; ‘Variaciones sobre el modelo de Kraepelin’, ‘Santa Juana de América’; ‘Tartufo... o la mejor manera de hacerse del prójimo’; ‘Dos y cien’ (director); ‘El marido engañado; ‘El Jardín de los Cerezos’; ‘Per-Chejov-Tres’; ‘Lenín’, y algunas otras”, puntualiza.

 

Con Rodolfo Bebán

 

Tiene muy presente una frase que le tiró un día a un amigo. “Fuimos al Cervantes a ver a Alfredo Alcón; y mientras esperábamos mirando el escenario le dije: ‘Algún día yo voy a estar ahí’. Mi amigo trató de ponerme en situación: ‘No es fácil… ¿te parece?’. Pero yo estaba convencido.

 

Convocado por Alejandra Boero para actuar en “Vida, apogeo y escándalos del Coronel Dorrego”, de David Viñas, no lo dudó. Rodolfo Bebán hacía de Dorrego y el día del debut fue mágico… Luis Marangón, sí, él, estaba en el Cervantes actuando… “En mi primera intervención, al encontrarme con Bebán en la escena miré la platea y se hizo un largo silencio. Él me miraba esperando y fueron varios segundos que no hablé, hasta que comencé el diálogo… Después Rodolfo me preguntó ‘¿Pampa… qué te pasó?’. Le expliqué y me entendió… ‘Suele pasar que cuando se cumplen los deseos el corazón se te abre’. ¡Un grande Bebán!”, resumió.

 

Los gestos de Bebán.

 

Recuerda otro momento. “Un día vimos desde arriba que en la tercera fila estaba sentado Isaac Rojas, uno de los que derrocó a Perón. ¿Querés creer que cuando terminó la obra el tipo subió a saludar? Le tiró la mano a Bebán que puso la suya en la espalda… Rojas siguió queriendo saludar a los demás que hicimos lo mismo… Pero no le importó, porque mientras el público empezó a zapatear lo miró y saludó. ¡Un caradura!”, recordó.

 

Y hablando de su admiración por Bebán, Luis trajo a su memoria otro episodio: “Un día charlabamos en el camarín con otros compañeros porque no nos estaban pagando, y justo entró Rodolfo y preguntó qué pasaba. Le explicamos y dijo: ‘Si no les pagan a ustedes mañana no hay función’. Al otro día aparecieron con la plata”. La “huelga” y la solidaridad del actor principal había surtido efecto.

 

Visita para emocionarse.

 

Estuvo unos días, visitando amigos, algún familiar que le queda por aquí, y recordando lindos y antiguos tiempos en la ciudad que lo vio nacer. Luis Marangón ha sido --de los actores pampeanos--, uno de los que más renombre alcanzó en la escena nacional, junto a Osvaldo Stefanazzi, Claudio Lupardo, y algunos otros.

 

“Fue movilizador para mí… Pero necesitaba ese reencuentro, volver y reivindicar que hay una referencia que marca de dónde vengo y dónde voy. Claro que todo está muy cambiado… Pero ese cielo, el aire y el sol, lo que me rodeaba aquí le daba sentido a esta visita. Y sí, compartí con Osvaldo Stefanazzi, Aldo Umazano, Alberto Callaqueo… Y con mi querida sobrina Glenda que me recibió amorosamente”, sostiene.

 

Volver a los viejos sitios.

 

Y sigue: “Necesitaba volver… porque es como que me faltaba para hacer el balance de mi vida. Han sido días de meditación, de recordar, de apreciar lo que hice, y lo que intenté y no pude… Pero de algo estoy convencido: todo lo que hice lo volvería a hacer”, reafirma.

 

Ciértamente tiene que ser especial volver al lugar donde todo comenzó… Aunque haya cambiado tanto y duelan algunas ausencias queridas… Porque al cabo es cierto que el hombre necesita volver… volver a los viejos sitios donde amó la vida…

 

“Aquí yace un actor pampeano”.

 

Alberto Callaqueo, director de teatro, le hizo de guía a Luis Marangón mientras estuvo por aquí y contó la anécdota. “Paramos en el Teatro Español, y le conté: Betty, la hermana de Diego Delamer (actor fallecido recientemente, muy querido amigo de Luis), desparramó sus cenizas en el parque del Teatro”. Marangón miró a Alberto y disparó: ‘¡Pero que hijo de puta... me jodió!’. Era lo que él tenía que hacer conmigo. Porque le decía a Diego que se iba a morir después que yo”.

 

Luis le había pedido expresamente a su querido amigo Diego Delamer que el día que le tocara irse de este mundo tenía que desparramar sus cenizas en el Teatro. “Y también poner una placa que dijera, nada más: ‘ Aquí yace un actor pampeano’. Pero no me cumplió”, afirmó Marangón.

 

Lo dijo con naturalidad, desmistificando totalmente la cuestión de la muerte. “No me cumplió!”, pareció reprocharle a su viejo amigo.

 

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