Mundo que es tan ancho como ajeno
SEÑOR DIRECTOR:
Hacia mediados del pasado siglo (1941) el peruano Ciro Alegría publicó su libro más conocido, con el título de El mundo es ancho y ajeno. Ciro, como lo haría también Arguedas, trataba de dar presencia a la cultura indígena que sobrevivía en las montañas peruanas, en conflicto con la europea.
El mundo, entonces, era todavía "ancho"; sin embargo, todo lugar tenía puestas las señales de la propiedad. Todo lo ancho tenía dueño. Era de alguien. Rara vez de la gente que insistía en expresarse en lengua quechua. Tenía razón Alegría al señalar que el mundo es ancho. Era ancho hasta entonces, pero no lo es desde hace setenta años y no porque se haya estado achicando. Lo que sucede es que cada vez hay más gente en un planeta que no se expande como la vida humana. La rutina milenaria de nuestra especie se fundaba en la experiencia de que siempre había un horizonte, una tierra nueva, un paisaje diferente, de modo que si uno empezaba a sentirse insatisfecho en una radicación porque faltaba el alimento o porque había vecinos peligrosos, tenía la opción de ponerse en marcha hacia el ancho mundo, poblado de lugares para vivir y medrar. El aumento explosivo de la población se ha superpuesto a la apropiación tradicional y ha cambiado el esquema para la aventura humana. Ahora prácticamente no hay más lugares en espera.
Recordé a Alegría al leer sobre la aprobación, en España, de una nueva ley para inmigrantes. Es más severa que las normas vigentes y el gobierno socialista aparece contradiciéndose al avanzar en la dirección contraria a la que permitía esperar su ideario. Es que también en España estalló la burbuja financiera y los hispanos han venido a saber que no estaban en la abundancia por merecimientos propios sino por una combinación de circunstancias que sumaba a sus valores el aporte de otra estructuración de la economía mundial. El español de estos días descubre que el negro africano (y el hijo o nieto de hispanos que llega desde las Américas) ya no es tan necesario. Notan que se ha instalado en sitios y quehaceres que ellos, los nativos, menospreciaban. Al estallar la crisis, muchos españoles han redescubierto que no es tan malo eso de cosechar aceitunas o naranjas u hortalizas, tareas que habían cedido a los morochos de África y a los cara pálida o cobriza venidos de América. No es tan malo asumir tareas hogareñas, servicios domésticos y quehaceres municipales en la vía pública. España es, objetivamente, tan ancha como siempre, pero los inmigrantes sobran. De los argentinos que llegaron a la península con la oleada de fuga de nuestro triste comienzo de siglo, quedan los que a fuerza de talento y dedicación, han ganado su lugar, pero los que se limitaron a vegetar o no tuvieron verdaderas oportunidades, están pegando la vuelta.
El punto decisivo es que no hay retorno para todos, porque los espacios han sido ocupados por los que se quedaron. Es más, de los que se quedaron, un alto porcentaje ha renunciado a la esperanza de vivir y prosperar en el espacio nativo y sigue pugnando por ir hacia ese mundo (ancho) del que vinieron los colonizadores, los que desarmaron el tejido social que habían urdido sus culturas. Si he entendido la aventura humana, si he tomado adecuadamente el sabor del caracú de la historia, pienso que la marcha de los desigualados (el hombre nace igual, pero no entra a jugar su breve partido en igualdad de condiciones) no podrá ser contenida con estas leyes. No obstante, creo que hay, por lo menos, dos alternativas: una, la tradicional, es la guerra: aniquilar o someter al díscolo; la otra es generar las acciones que permitan el desarrollo de todas las regiones del planeta o las interacciones que permitan que quien soporta una desigualdad de la naturaleza, halle solidaridad para sobrevivir en su espacio. Esta alternativa requerirá, luego, las políticas sociales y educativas que posibiliten una evolución ordenada.
Atentamente:
JOTAVE
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