Martes 10 de junio 2025

Sobre el venir o ir o el estar y el ser

Redacción 22/09/2011 - 03.46.hs

Señor Director:
En lo que va del siglo se han multiplicado los casos de poblaciones pampeanas que llegan al centenario de su fundación. Una fuerte mayoría de las que actualmente existen aparecieron en el pasado siglo. Fueron, casi siempre, lo que puede llamarse "dones del ferrocarril", ese decisivo aporte al poblamiento del "desierto", cuando la vieja Argentina, la colonial, inició su avance hacia el oeste y el sur. Quizás no sea justo mentar al ferrocarril como iniciador, cuando lo cierto es que la apertura hacia estas vastedades fue realizada en asociación con el caballo, ya como monta, ya como tiro de carruajes.
He estado atento a las celebraciones y me vengo repitiendo que ya es tiempo de asumir racionalmente, como historia y también como sociología y filosofía, un proceso que aunque la humanidad ha repetido hasta descubrir que su espacio terrestre no es infinito, se resuelve dentro de ese esquema con rasgos singulares en cada caso.
Mi impresión es que las celebraciones van marcando un cambio. En las primeras fiestas centenarias, las del siglo pasado, predominaba la tendencia a destacar la fuerza del nexo con los lugares de origen y esto parecía revelar un cierto aire de cosa provisoria y sustituible, con retornos deseados o imposibilidades de regreso que dolían. Asimismo, desde la fundación, el quehacer y el estar de la gente parecía ser entendido (aunque no se lo expresara) en función de una idea, como fue durante mucho tiempo la de progreso. El progreso era un ir hacia adelante, sin tiempo de enraizar, de modo que el estar en tal o cual sitio no podía despegarse de la posibilidad ya de nuevos avances, ya de un retorno. Eramos pasajeros del progreso. El tren era ése: la idea del progreso. El ferrocarril era progreso, porque llevaba hacia otra parte. Pero también podía traer de vuelta. Ya en la etapa colonial y durante mucho tiempo posterior, la frase "hacerse la América" parecía revelar la entraña del proceso. La tierra prometida no estaba adelante, sino atrás. Para el español colonial, en particular el hidalgo (y quizá todos los demás, como aceptantes de ese modelo ideal de vida) la riqueza de América debía servir para hacer posible la continuidad de esa manera de estar en el mundo, que sólo podía sustentarse con la conquista del espacio y de la riqueza de los de afuera, de más allá. No seguiré aquí con este desarrollo, pero debo decir que nuestra especie, desde que inició la gran marcha (para ocupación del planeta) se sintió llamada desde adelante y tironeada desde atrás, con fuerza variable según las circunstancias y probablemente también por los rasgos propios de cada individuo. El lugar de la felicidad era imaginado en un algún momento o lugar del pasado. Recién al manifestarse la crisis del capitalismo tomaron cuerpo y dominio ideas que ubican el edén en algún momento del futuro. Incluso como algo que no está, sino que debe ser hecho.
Vuelvo a las celebraciones pampeanas. Al tomar noticia de lo realizado en varios pueblos y más recientemente, de modo particular, en Arata y ahora Caleufú, he creído notar que la idea motora se apoya menos en el lugar de origen o en la expectativa de lo por venir, y se hace fuerte en el estar. El estar y el ser. Al saber del empeño de tantas personas por poner en acto las propuestas me digo que ahora la mirada no va tanto al fundador, casi mítico para la forma de asumirlo, ni a lo que pueda sobrevenir, sino al estar o a lo nuestro, lo que se siente como bien común, eso que integra y radica.
Un siglo es una medida pequeña para el universo y aún para la historia, pero es una dimensión que se llena con tres a cinco generaciones (según la unidad de medida que se tome). No es el pueblo que hicieron los padres. Ni siquiera el de los abuelos. Esta memoria no va más lejos, pero deja volver hacia esto que somos y reconoce la realización del misterio de la comunidad de persona, tierra y ambiente que juntos crean y sustentan.
Atentamente:
JOTAVE

 


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