La vida en red y otras novedades
Señor Director:
"La vida en red", dice Villoro, "cambia las condiciones de la vida privada".
Juan Villoro es un escritor y periodista de México. Acaba de publicar una nueva novela, titulada Arrecife. Entrevistado por la periodista argentina Silvina Friera se prestó a responder interrogantes que no se limitan a su novela, aunque tienen relación con su temática. Al explicar su dicho sobre cambios en la vida privada, agregó que se ha llegado a pensar que (una persona) sólo existe si la hace pública". Hacer público lo privado para darle realidad es, señaló, un oxímoron. Explicó que hay parejas que filman sus relaciones sexuales para que adquieran una concreción en la pantalla: su sentido de lo estético está en la pantalla: "lo que no se filma no existe".
Esta observación del novelista no es un descubrimiento; al proceder de una persona de su nivel lleva a entender algo de lo que pasa en nuestros días en todas partes. Cada vez con mayor frecuencia estalla un escándalo porque algunas de las filmaciones son puestas en Internet en condiciones que puedan ser vistas por todo el que transita por esos caminos, aunque esté buscando otra cosa. No pocos dirán que no lo buscaban, pero puede dudarse, pues "eso" es el equivalente contemporáneo de espiar por el ojo de la cerradura o de aguzar el oído para captar confesiones y chismes. En el caso de los adolescentes de Villegas, no solamente sometieron a una chica a los (antes) llamados actos aberrantes, sino que filmaron todo y lo pusieron en la red. Dado que habrían podido satisfacerse conservando la situación en el ámbito privado, al hacerlo público revelaron que les importa que se sepa. El mecanismo psíquico que lleva a este extremo es, en parte, el mismo que mueve a quien espía por la cerradura o desde el balcón de enfrente: sorprendido el secreto, necesita comunicarlo. Es lo que hace la persona que llamamos "chismosa": busca enterarse no solamente para satisfacerse sino para comunicar: prolonga su goce con el acto de contarlo, tantas veces como le resulte posible. A veces se llega al extremo de querer contar lo visto a personas que no tienen interés alguno por saberlo, aunque siempre fueron pocos los realmente fastidiados. Hay tipos que cuentan intimidades en voz alta en el ómnibus, en el tren, en cualquier sitio. No hablan alto por distracción, sino porque prolongan el estremecimiento que satisface su modo de ser. El escritor argentino Juan Sasturain publicó días atrás (en su columna de los lunes en Página/12) un relato que titula "Soler, el defectivo", en el que este personaje se ve "obligado" a escuchar uno de esos relatos en voz alta, en un ómnibus; por su índole, Soler supone estar irritado contra quienes abusan de su voz en tales sitios, pero el diablo de Sasturain hace que escuche y termina mostrándolo ganado por el relato, remitiéndolo a sí mismo. Lo que se demuestra con este relato, es que los que necesitan repetir y hacer público uno de esos saberes sobre "intimidades", dan por entendido que quienes se ven forzados a escucharlos concluirán por prenderse, aunque lo disimulen.
La conciencia de esta participación del que escucha o ve (si se trata de una filmación) revela otra cosa: que el que relata goza al repetir el relato y goza también porque sabe que está motivando al escucha forzado. De esta suerte, lo que era "íntimo" (y que sigue estando custodiado por la ley como un derecho básico: la sacralidad de lo privado) da una vuelva completa. Gira en círculos y se retroalimenta en el proceso de mostrar o relatar. Es, sin bien se mira, la misma experiencia que ha hecho desde siempre el contador de cuentos. Hay personas que saben contar (otras aburren con el mismo relato que aquellos hacen incitante con su arte). El circuito es el de la comunicación entre las personas, que llegan a hacer principal interés suyo el conocer al otro, en sus fuertes y sus debilidades, como un camino para entenderse a sí mismo.
Atentamente:
JOTAVE
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