Martes 24 de junio 2025

Cuando al ferrocarril le ofrecen segunda vuelta

Redacción 02/11/2013 - 04.17.hs

Señor Director:
Uno de nuestros ferrocarriles recibió el nombre de Sarmiento, por Domingo Faustino, estadista entusiasta del caballo de hierro y de cuanto parecía ofrecer la aventura de generar otro modo de acelerar la realización del sueño de una nación poblada e integrada.
Quienes vieron el tren cuando empezó a avanzar intrépidamente por la vastedad argentina compartieron el entusiasmo del sanjuanino. Quienes hemos asistido a su abandono en varias etapas, hasta su liquidación final, y hemos tenido que mirar sus estaciones, sus vías, sus líneas telegráficas, objeto de dejadez y saqueo, asistimos ahora al pausado proceso de su recuperación con íntimo gozo y con visible preocupación por lo mucho por hacer y el riesgo de que se fracture la voluntad de asumir el compromiso.
Nada se ganó malvendiendo el ferrocarril. Mucho más se ha estado perdiendo. La recuperación no solamente demanda inversiones que exceden la capacidad del tesoro público sino que también va costando sangre, sudor y lágrimas. Tres accidentes graves, aunque de gravedad decreciente, en el ramal metropolitano del Sarmiento, se han llevado vidas y desatado furias que no parecían distinguir el enemigo real. Quienes fueron agentes del proceso de desguace, que se ha desarrollado en la entraña de los años en que la democracia fue puesta a prueba, no supieron y quizás tampoco quisieron crear una administración dotada de la eficiencia metódica de los ingleses ni del fervor que, desde la nacionalización y durante algunas décadas, manifestó el personal obrero y técnico. Todo hace pensar que no se quiso conservar las líneas presuntamente redituables, sino que, con la liquidación paulatina y la venta final, se puso al tren en vía muerta o en derechura hacia el muere.
Los tres accidentes graves del Sarmiento han tenido diversas lecturas, pero lo que revelan es que no solamente se trata de reemplazar el material obsoleto como punto de partida. El comportamiento conocido de algunos conductores de trenes ha generado dudas que van más allá de ellos, pues su conducta sería simplemente el síntoma de una atmósfera dudosa de inclinaciones y disposiciones para asumir la responsabilidad inmediata en una etapa que necesita mucho más que eso para que el proceso de recuperación tenga sustento humano. El servicio público, en cualquiera de sus niveles, necesita que se comparta el fervor de los tiempos fundacionales y una disposición anímica constante para sentirse parte de un proyecto que va más allá de los intereses individuales. Todo lo que es público, función pública, servicio comunitario, demanda esta disposición y la capacidad intelectual para entender la trama que da consistencia a lo que es común y compartido. La codicia y el afán de poder que suelen predominar con fuerza en el campo privado necesitan de este relevo en la empresa pública. Se trata de disposiciones tanto intelectuales como afectivas (querer hacerlo y saber cómo), cuya ausencia o debilidad debe ser reconocida como la dificultad mayor. Sin ellas no habrá servicio público y entrarán en peligro la democracia y la república, que son criaturas de lo comunitario. Esto se ve claro en la empresa cooperativa: decae si se deja morir el conocimiento de la razón de su origen y la misión originaria, su sentido misionario. La cooperación, tal como la democracia y toda estructura y función política, se desnaturalizan sin dicha idealidad integradora. Es el tejido nutricio y de sostén de la vida en comunidad. Sin esta idealidad nuestra especie no tendría historia. Seguiría siendo criatura de esa selva que creemos haber superado pero que se alberga en la intimidad y que emerge cuando se pierde de vista el sentido y razón de ser del orden legal como relevo de la "lucha por la vida".
La tecnología de punta no basta. Necesitamos reconstruir en el alma de la comunidad el valor simbólico de esas empresas.
Atentamente:
JOTAVE

 


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