La crisis actual que sufre la derecha latinoamericana
Emir Sader*
Los gobiernos de América latina tuvieron dos caminos: tratados con EEUU o la integración regional. Los países con presidentes progresistas y antineoliberales son "lo nuevo", por su capacidad de combatir la desigualdad.
Este comienzo de siglo no ha sido particularmente favorable para la derecha latinoamericana. Después de haber gobernado gran parte de los países del continente por décadas seguidas -alternando o manteniendo dictaduras militares y gobiernos neoliberales, entre otros-, lo que podemos llamar la "derecha" vive una situación de profunda debilidad política y aislamiento social en la región.
Sin aliado.
La derecha paga el precio de haber gobernado a través de dictaduras militares y/o de gobiernos neoliberales. Estuvo identificada con la ruptura con los procesos democráticos y/o con la centralidad del mercado y las políticas económicas del "capitalismo salvaje". Pasados esos períodos, dejó de tener plataforma a proponer, cuando el modelo neoliberal se agotó y surgieron gobiernos que se proponen la superación de ese programa.
A la vez que su gran aliado internacional, los Estados Unidos, igualmente identificado con las políticas neoliberales, además de los Tratados de Libre Comercio con ese país, también dejó de tener propuestas que hacer a los países del continente y perdió espacios en la región donde históricamente impuso su hegemonía y se convirtió en su gendarme ideológico.
Unos y otros.
El país que avanzó por la vía propuesta por el neoliberalismo, los organismos internacionales y los Estados Unidos fue México, el primero en firmar un Tratado de Libre Comercio (de América del Norte). Basta hacer un balance de lo que ha pasado con México desde entonces y lo que ocurrió con países que no han seguido ese camino, como los de los gobiernos progresistas y antineoliberales del continente.
Basta constatar que México tiene más del 90% de su comercio exterior con Estados Unidos, hoy un factor recesivo y no dinamizador. Ese país ha retrocedido desde entonces: es más violento, más concentrador de renta, más subordinado en el plano internacional, con un Estado más débil, una sociedad más fragmentada.
Mientras que los países que han optado no por Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, sino por los procesos de integración regional y el intercambio Sur-Sur, ya han logrado disminuir significativamente la desigualdad, la pobreza y la miseria, han afirmado una política externa independiente. Han expandido sus mercados internos de consumo popular mediante políticas redistributivas, en lugar de la centralidad de los ajustes fiscales.
El gran desafío.
Los resultados positivos de esas políticas en países como Bolivia, Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador o Uruguay, son un desafío para la derecha. En un comienzo buscaron desconocer esos avances, denunciando como ilusorios los progresos sociales, atribuyéndolos a la demagogia, al uso abusivo del Estado para "comprar" apoyos populares -lo que ellos llaman populismo-, en base al desequilibrio de las cuentas públicas.
Hasta que, derrotados, sucesivamente, en los procesos electorales, se han dado cuenta de que esos países han cambiado y han cambiado para mejor. Sus sociedades pueden tener demandas o agendas todavía insatisfechas, pero han evolucionado. No le queda a la derecha entonces sino oponerse frontalmente a gobiernos que los han desalojado del gobierno y que los derrotan sistemáticamente.
¿Una alternativa?
Ahora se pasó a promover a la Alianza para el Pacífico como la alternativa de las derechas latinoamericanas y de Estados Unidos para el continente, en oposición al Mercosur y a Unasur. Como si la salida para América Latina fuera abrirse al Pacífico.
Pero ¿qué países están con esa propuesta? México, Chile, Perú, Colombia: todos con gobiernos debilitados, que presentan muy bajos índices de apoyo. Chile tendrá pronto nueva presidenta, la socialista Michelle Bachelet, que derrotó a la continuidad de la derecha en el gobierno, y que ya anunció que pretende bajar el perfil de la participación del país en la Alianza para el Pacifico y acercarse a los otros países del continente.
El fracaso del gobierno de Sebastián Piñera, en Chile, agotó rápidamente la nueva carta que la derecha se jugaba, la de promover empresarios de éxito en la esfera privada a gobernantes. Le queda, por otra parte, el retorno del PRI en México, cuyo nuevo presidente ya empezó su primer año de gobierno con más rechazos que apoyos, augurando un sexenio que fracasará como sucedió con el de su antecesor.
Polarización.
Perú, Colombia o México, tienen presidentes con muy bajo apoyo político interno, reflejando cómo sus propuestas de gobiernos se distancian tanto de países como Brasil, Ecuador, Bolivia o Uruguay, donde los gobiernos gozan de amplia popularidad y tienden a reelegirse o a elegir a sus sucesores.
Después de una década de emergencia de gobiernos nuevos, la polarización del campo político latinoamericano sigue siendo la que opone fuerzas neoliberales a fuerzas antineoliberales. La nueva forma que asumió la derecha, proponiéndose encarnar "lo nuevo", ha envejecido prematuramente, pero insiste en sobrevivir, aun con cada vez menos apoyo. Mientas que los gobiernos posneoliberales encuentran dificultades para afirmarse en medio de un mundo donde todavía es hegemónico ese pensamiento, más aun con la prolongada y profunda crisis de los países rectores de ese modelo. Pero claramente los gobiernos progresistas latinoamericanos representan lo nuevo, por el empuje de su crecimiento económico y, sobretodo, por su capacidad de para combatir la desigualdad, la pobreza y la miseria que siempre han aquejado a América Latina.
*Sociólogo y politólogo brasileño, coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas da Universidade Estadual do Rio de Janeiro (Uerj).
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