Jueves 26 de junio 2025

Demorar y denegar

Redacción 08/12/2024 - 00.19.hs

En lo que parece la escena inicial de un capítulo de "Law and Order", el miércoles pasado el CEO de una empresa de medicina privada estadounidense fue asesinado a balazos frente a un famoso hotel de Manhattan. El asesino, un joven enfundado en una campera con capucha, dejó en el lugar del crimen los casquillos de sus balas, en los que había escrito las palabras "delay" y "denay" (demorar y denegar) en lo que de momento son los únicos indicios de cuáles pudieron ser sus motivos para el crimen. Un libro publicado no hace mucho, dedicado a explicar los mil y un subterfugios con los que esa industria se afana en privar a sus afiliados de los servicios médicos que requieren, se titulaba precisamente con esas palabras.

 

Morbo.

 

Brian Thompson tenía 50 años, una esposa y dos hijos con los que vivía en Maple Grove, una pequeña ciudad de Minnesotta. Trabajaba para UnitedHealthcare, en una división que empleaba a unas 140.000 personas. El año pasado, y gracias a sus dotes como ejecutivo, la empresa había logrado incrementar sus ingresos a la friolera de 281 millones de dólares. Él mismo había recibido un "paquete de compensación" de unos diez millones, nada mal como aguinaldo.

 

De su asesino se sabe mucho menos. Sólo hay un par de fotografías de cámaras de seguridad repartidas por la policía, donde se lo ve sonriente. Aparentemente había llegado a la ciudad en autobús, se había alojado en un hostel mientras preparaba la matanza, y así como vino desapareció de la faz de la tierra. Hay una recompensa de diez mil dólares por su captura.

 

Pero aunque hasta el momento no ha sido detenido -y por ende se ignoran sus motivos para el hecho- en forma inmediata se produjo un verdadero tsunami de comentarios en redes sociales, en los cuales miles de personas celebraron el hecho, compartiendo sus experiencias negativas con las empresas de medicina privada. Si para algo ha servido esta tragedia, es para poner sobre el tapete la enorme insatisfacción de los norteamericanos con la medicina privada, cuyas ganancias provienen, precisamente, de la infinita creatividad con la que inventan pretextos para no gastar en la salud de sus afiliados.

 

No será fácil para la familia de Thompson sobrevellar su muerte violenta, y encima, leer miles de comentarios en redes sociales celebrando el hecho como si se lo tuviera merecido. Por momentos los comentarios incluían notas de humor negro, como por ejemplo, especular con que su cobertura médica no incluiría la ambulancia que debía transportarlo tras la balacera.

 

Pero lo más impresionante es la cantidad de anécdotas y experiencias que compartieron las personas, ejemplificando la crueldad con que estas empresas lucrativas medran con el sufrimiento de los pacientes, incluso provocándoles la muerte.

 

Brecha.

 

El episodio se enmarca, por supuesto, en la espantosa estadística de muertes violentas por armas de fuego en Estados Unidos. Pero también, en este caso, en la sorda lucha de clases generada por la creciente inequidad económica y la brecha cada vez mayor entre los súper ricos y la gente trabajadora que apenas si llega a fin de mes.

 

Lo novedoso en este caso es que esa guerra de clases haya cobrado una muerte entre los privilegiados: normalmente los que mueren, allá y aquí también, son los del otro lado.

 

Justo esta semana en nuestro país, más precisamente en Córdoba, se produjo un episodio escalofriante, cuando un jubilado -de los tantos a los que el PAMI comenzó a denegarles la prestación de medicamentos gratuitos- intentó suicidarse "a lo bonzo" rociándose de combustible para prenderse fuego. Afortunadamente el intento falló y el desesperado hombre pudo ser disuadido, pero cabe preguntarse qué pasaría si, en vez de autoinmolarse, las víctimas del sistema de salud dirigieran la violencia en otra dirección y decidieran cobrarse la cuenta atacando a sus victimarios.

 

La conducta de las empresas de medicina privada en Argentina en el último año ha sido poco menos que criminal. Los brutales aumentos de sus tarifas dejaron decenas de miles de personas sin cobertura, mientras el CEO de una de esas compañías, conocido por su alta exposición mediática y por su formidable fortuna, intentaba explicar que el servicio que presta su compañía está destinado, en realidad, a una elite económica.

 

Parafraseando a cierto economista, parece que a mucha gente "le hicieron creer" que tenía derecho a la salud, y recién ahora se enteran que, en realidad, son unos parias a los que no sólo se expulsa del sistema, sino que también se los insulta.

 

Lucha.

 

Evidentemente, y más allá de la catarsis colectiva que este hecho ha generado, está claro que asesinar a un hombre no ha servido para mejorar la situación del sistema de salud. La lista de responsables es demasiado larga, y de hecho, abarca mucho más allá de esta industria en particular: la codicia y la falta de empatía son endémicas, al punto que el actual gobierno argentino las considera virtudes heroicas.

 

En teoría podría argumentarse si los empresarios de la salud no son, en realidad, asesinos en masa. Pero hacerles pagar con sus vidas sería como comerse al caníbal.

 

Aún cuando hoy soplen otros vientos, no hay más remedio que continuar la lucha por fortalecer el sistema de salud pública, y resistir todos los embates que éste sufre tanto desde la política como de los grupos económicos concentrados.

 

PETRONIO

 

'
'