Martes 16 de abril 2024

Hermana, soltá el reloj

Redacción 26/04/2022 - 00.16.hs

"Soltar el Reloj es la operación para construir orgullo, donde nos dicen que tiene que haber vergüenza" explica Lala Pasquinelli.

 

VICTORIA SANTESTEBAN*

 

Luego del éxito del hackeo a la operación Bikini dada por la compaña #Hermana, soltá la panza de @mujeresquenofuerontapa, otra estrategia en pleno Instagram para desmantelar las exigencias patriarcales que nos quieren amargadas y apuradas corriendo trenes que pasarían sólo una vez: #Hermana, soltá el reloj.

 

Lala Pasquinelli, la creadora de la cuenta @mujeresquenofuerontapa propone luego de haber invitado a soltar las exigencias hegemónicas de belleza inalcanzable, a soltar también ese cronómetro que nos marca los 30 años como el fin de la vida feliz y productiva, como el principio de un pretendido debacle, como fecha de caducidad que nos arroja a la obsolescencia. Soltar panzas y ahora también relojes importa el cuestionamiento de los mandatos que nos han mantenido ocupadas y entristecidas contando calorías y años, para distraernos de lo trascendente e impedirnos el disfrute.

 

Soltar.

 

En un mundo que nos invisibiliza, nos desprecia y violenta todo el tiempo, que nos exige obediencia y castiga nuestra rebeldía, "construir orgullo también es que alcance, que sea suficiente con lo que somos y podemos". Pasquinelli dispara con preguntas para repensarnos en esta tarea de deconstrucción cotidiana de lo instalado: "¿A qué edad comenzaron a sentir esa presión social de que ya estás vieja para hacer ciertas cosas? ¿Por qué tanto interés en hacernos sentir viejas? ¿Por qué tenemos que vivir así? ¿Por qué nos sentimos viejas desde que somos adolescentes? ¿por qué hay un "look ideal" para mujeres de 50 años? ¿por qué nos hablan de rejuvenecer como si el paso del tiempo fuera algo para ocultar?" Usuarias de todas las edades contestan con sus experiencias que Lala resume y comparte: mujeres que aseguran que en sus treinta y cuarenta fue cuando por primera vez comenzaron a quererse y aceptarse, a no tolerar más violencias, a alzar sus voces, a reafirmarse en el mundo haciendo oídos sordos a opiniones ajenas y mandatos que las mantuvieron silenciadas.

 

Mujeres por fin felices, que caen en la cuenta de la opresión del pasado, observándolo con cierto recelo por no haber despertado antes del letargo que les robó el disfrute. Rememoran la preocupación de esos tiempos por el cuerpo, por recibirse, conseguir novio y tener hijos, en la carrera frenética hacia los treinta. Las veintiañeras cuentan su angustia por no tener el trabajo soñado, no haber terminado la carrera o no haber comenzado ninguna, ni estar de novias. Las recibidas cerca de los 30 se reprochan haber tardado tanto. Y quienes cumplieron a rajatablas con el timing esclavizante aseguran que esto no trajo felicidad a sus vidas, sino mucho vacío: un dejo de insuficiencia, de falta de completitud. Como si siempre faltara algo.

 

Juventud.

 

La juventud, el divino tesoro, el único momento de la vida en el que podemos realizarnos, ser felices y plenas. La juventud es vendida por el capitalismo patriarcal como la única etapa de oportunidades y felicidad. La astucia marketinera se vale además de slogans feministas de empoderamiento para legitimar el multitasking y la explotación extenuante que supone correr a contrarreloj un camino de exigencias donde nunca nada pareciera alcanzar, exponiendo la salud física y mental al costo de ir tachando de la lista los mandatos que prometen felicidad con perdices.

 

Por eso había que apurarse, para que no se pase ese tren tan promisorio, porque así, y sólo así -con título, marido, hijos y casa con perro- seríamos exitosas, buenas, valiosas, y por supuesto, consumidoras y productivas. Crecimos con este cuento mercantilizante de la vida, que perpetúa la cosificación etiquetando fechas de vencimiento para las vidas de las mujeres que pasan los 35.

 

Tiempo.

 

El mensaje hegemónico "Si no somos jóvenes, no valemos nada" contrasta con una realidad femenina que confirma que después de los 30 es cuando comenzamos a responder a nosotras mismas. "El tiempo corre a nuestro favor y no cómo nos quieren hacer creer... las viejas, todas las que hemos ganado con el paso de los años, le damos miedo a esta sociedad que nos quiere infantilizadas y alienadas con el botox" reflexiona Pasquinelli. Resulta entonces sospechoso que justo cuando se rompe el hechizo que nos mantuvo adormecidas, abstraídas del disfrute y apuradas, el mensaje hegemónico busque convencer que ya se nos pasó el trencito de la alegría y nos mande a guardar. Que caíamos en total obsolescencia cual objeto de descarte. Soltar el reloj supone deschavar ese intento patriarcal de borrar nuestra representación post 35, oh casualidad, momento en el que recobramos fuerzas y nos empoderarnos como nunca antes. Momento en el que identificamos que mucho de lo que hicimos respondió a mandatos y no al propio deseo. Momento en que nos apropiamos de nuestras vidas, para narrar y construir la propia historia.

 

"Si hay algo que trae el paso del tiempo a la vida de las mujeres, es recuperar mucho de lo que nos roban desde niñas, la confianza en nosotras mismas y lo que sentimos, el aplomo. Ya no nos venden espejitos de colores, aprendemos a decir unos Nos y unos SIs que nos salen de las entrañas y nos animamos a sostenerlos. Para muchas el tiempo trae la liberación de un montón de cadenas". Las palabras de Lala abrazan para terminar de juntar los pedacitos desordenados de toda nuestra integridad sobreviviente a los achaques patriarcales.

 

Brujas.

 

Deschavada la intentona patriarcal de querernos sumisas, acomplejadas, contando años y calorías, enemistadas con nosotras mismas y en continua competencia con nuestras congéneres para el divide y reinarás, recuperamos el poder adormecido con tanto cuento de princesas y publicidades. Caídas en la cuenta de lo absurdo de fórmulas únicas de la felicidad a ser consumidas sólo durante la juventud, emprendemos un camino de autoconocimiento y autovalidación que desconocíamos, para reafirmarnos en un mundo en el que nuestra obediencia siempre ha sido conveniente. De los años de opresión se juntó el coraje para decir que hasta acá llegamos con los mandatos que nos alejan de nosotras mismas.

 

"Hay buzones que ya no nos comemos, y eso nos torna peligrosas", dice Lala. "Si ser viejas es todo eso, genial, seamos todas viejas". En la relectura con perspectiva de género de los cuentos de hadas que nos indicaron cómo debíamos ser y a qué aspirar - bellas damiselas a la espera del príncipe azul, envidiadas por brujas y hermanas - soltamos la panza y el reloj. Escuchamos la versión de la vieja bruja que vive en la soledad del pantano y nos comparte su sabiduría. Nos cae la ficha del porqué de su demonización y silenciamiento. Nos convencemos que no hay pócima antipatriarcal más efectiva, que bailar alrededor del caldero, como si nadie estuviera mirando, con las demás brujas y las ex princesas.

 

*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

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