La diplomacia que se viene
El gobierno entrante parece haber teñido su enfoque de todos los problemas con el prisma de su propia ideología. En materia de relaciones internacionales, constituye un verdadero dislate.
JOSE ALBARRACIN
"No sé por qué tanto interés en los Brics si no tienen un estatuto o nada. No tenemos nada en contra de los Brics, ni a favor. No entendemos, con la información pública de la cual se dispone ahora, cuál sería la ventaja para Argentina en este momento. Si después resulta que hay una ventaja, por supuesto lo analizaremos". Estas declaraciones, provenientes de quien ha sido nominada como futura ministra de Relaciones Exteriores, parecen preanunciar, como se temía, que el próximo gobierno no aceptará la invitación a conformar ese bloque multilateral. Y que Argentina perderá, así, una oportunidad histórica.
Brics.
Difícilmente pueda sostenerse la pretendida ignorancia de ese creciente bloque internacional, que incorporará seis nuevos miembros a partir del 1 de enero próximo, y que en conjunto representa el 37% del PBI mundial. Posiblemente la novel funcionaria estaba intentando una ironía, lo cual por cierto no constituye una virtud en el terreno de la diplomacia.
Los Brics (originalmente, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) no sólo incluyen a nuestros dos principales socios comerciales: también contienen a los países más poblados del mundo, en especial la India, que este año alcanzó el primer lugar en ese ranking, y que representa unas oportunidades comerciales fabulosas para nuestro país.
No es un dato menor, tampoco, que esa organización cuente hoy con un banco común, con sede en China, que actualmente preside la brasileña Dilma Rousseff -una amiga de Argentina- y que podría servir como fuente de financiamiento a las arcas estatales y a los proyectos de infraestructura. De hecho, desde el virtual default al que nos llevó el irresponsable endeudamiento de la gestión 2015-2019, los únicos créditos internacionales provinieron de ese bloque.
Ideología.
El gobierno entrante parece haber teñido su enfoque de todos los problemas con el prisma de su propia ideología. Eso, en materia de relaciones internacionales, constituye un verdadero dislate: allí lo que cuentan son los intereses nacionales, cuya defensa debe ejercerse con oficio y con pragmatismo.
No otro sentido puede darse al hecho de que el presidente electo haya decidido hacer su primer viaje internacional con destino a Estados Unidos e Israel, y que haya generado un incidente internacional al insultar al presidente brasileño, quien no concurrirá a la ceremonia de asunción (en cambio sí lo hará su socio ideológico, el anterior presidente carioca, actualmente inhabilitado por sus crímenes contra la democracia).
El problema se amplifica cuando el principio rector de la política exterior parece ser el anticomunismo, lo cual constituye un anacronismo flagrante. Para no hablar de que la alineación con EEUU tampoco está exenta de contradicciones internas en la fuerza "libertaria". Por ejemplo, el admirado ex presidente Donald Trump hizo gala durante su gobierno de un acendrado proteccionismo económico, lo cual está en las antípodas del ideario neoliberal. Y, por si fuera poco, el primer saludo que provino de la embajada norteamericana ponía como temas de agenda común dos cuestiones (el combate al calentamiento global y la protección de la clase media) que el nuevo gobierno argentino se ha encargado de cancelar expresamente.
Malvinas.
No cabe esperar tampoco que durante los próximos cuatro años se hagan progresos significativos con respecto a la soberanía de Islas Malvinas. Y no sólo por la habitual cerrazón británica a discutir el tema, sino también por las propias contradicciones del espacio que gobernará el país. Plantear la reivindicación de la soberanía y al mismo tiempo hablar de "autodeterminación" de los ocupantes de las islas, no contribuye a la solidez del argumento.
En esto sería de esperar fricciones entre los socios del PRO -que carecen de toda convicción en cuanto a Malvinas- y la nueva vicepresidenta, cuyos vínculos con las fuerzas armadas harían prever al menos algún tipo de gestualidad hacia los que combatieron en las islas en 1982.
No parece halagüeño, tampoco, el futuro del Mercosur, adonde lo más probable es que la actitud del nuevo gobierno argentino se emparente con la del actual ejecutivo uruguayo, que se ha dedicado a torpedear el bloque regional en toda ocasión que se le presentó. Aparentemente la ideología conservadora no incluye a la integración regional como un bien deseable.
El país parece destinado, en cambio, a integrar una suerte de "internacional reaccionaria" variopinta y con escasas convicciones democráticas. Un grupo de nostálgicos de un supuesto pasado dorado que nunca existió, pero que les sirve para intentar socavar los avances que ha conseguido la sociedad en materia de derechos humanos y sociales.
Pero acaso lo más preocupante -y más novedoso- de todo sea el enfoque personalista con que se define la futura diplomacia. Un presidente que no se considera obligado a deponer sus cuestiones ideológicas para mantener un trato razonable con los presidentes de países amigos, de los que dependen millones de puestos de trabajo argentinos, no estaría cumpliendo con el servicio público que impone la primera magistratura.
Por supuesto, el nuevo gobierno todavía no asumió, y todos estos señalamientos son todavía conjeturales. Pero de confirmarse, es probable que finalmente los argentinos conozcamos, de verdad y en carne propia, lo que es estar "fuera del mundo".
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