Domingo 05 de mayo 2024

Ordalías cibernéticas

Redacción 19/12/2021 - 00.48.hs

Hace exactamente treinta años atrás, el periodista Walt Mossberg inauguró una columna entonces inédita: un reporte sobre el estado del mundo de las computadoras, que en los últimos años habían comenzado a extenderse no sólo por las oficinas, sino también por los hogares. Su primera columna para el Wall Street Journal comenzaba con esta frase: "Las computadoras personales son demasiado difíciles de operar, y eso no es culpa tuya.". Por supuesto, estaba hablando de un mundo previo a la aparición de Windows, con esas lentas máquinas modelo 286 que funcionaban en la misteriosa oscuridad del DOS. Treinta años después, todos los grandes millonarios del mundo provienen del negocio de la computación y derivados; las computadoras han colonizado no sólo nuestros escritorios, sino también nuestros autos, teléfonos y electrodomésticos; y ahora presumen de ser "user friendly", esto es, "amigables con el usuario". ¿Cómo es, entonces, que aquellas palabras de Mossberg suenan tan actuales?

 

Pandemonium.

 

Esta experiencia levemente autorreferencial, la insertamos aquí porque la sabemos extendida: cuando el advenimiento de la pandemia, muchos comprendimos rápidamente que las videoconferencias habían dejado de ser una opción, y que eran una necesidad básica, obligatoria, tanto para el trabajo y el estudio, como para contactarnos con nuestros seres queridos en medio del aislamiento hogareño.

 

Muchos comenzamos a observar, invariablemente, en nuestras plataformas (Zoom, la más usada, pero no la única) una insistente señal de alarma: "Tu conexión a internet parece inestable". A eso le seguían el congelamiento de los rostros, la distorsión del audio, y eventualmente, el reseteo de la comunicación.

 

¿Qué hicimos entonces, como buenos siervos de nuestra tecnología? Procedimos a "actualizar" nuestro sistema, esto es, a gastar más dinero en un equipamiento que supuestamente funcionaba a la perfección, tan sólo una semana atrás. Cambiamos el "router" para tener más banda ancha: Nada. Cambiamos el "modem" para mejorar nuestra conexión a internet: Nada. Contratamos un ancho de banda superior en nuestro proveedor de internet: Casi nada.

 

Welcome.

 

Terminamos por cambiar la propia computadora, convenciéndonos de que tres o cuatro años de uso quizá fueran demasiados (que es, precisamente, lo que nos dicen sus fabricantes). No hemos mejorado mucho. Lo que cambió es que, ahora, varios de los programas que usábamos dejaron de ser compatibles con la nueva máquina (porque el sistema operativo es distinto) y debimos comprarlos de nuevo. Y dejaron de ser compatibles, también, la impresora y el escaner, que eran más viejos que la PC, pero igual andaban perfecto.

 

Por suerte logramos evitar el impulso de arrojar alguno de estos artefactos contra la pared, con justificada ira: el gasto en que ya habíamos incurrido nos disuadió de seguir provocando pérdidas.

 

¿Por qué motivo nos someten a semejante tortura? ¿Por qué llenan los aparatos de chiches que nadie les ha pedido, que nunca vamos a usar, y que, para colmo, comprometen el funcionamiento de las prestaciones que sí necesitamos? ¿Por qué siguen apostando a la incompatibilidad de productos de distintas marcas, como si provinieran de galaxias diferentes? (Trate el lector de usar uno de esos nuevos AirPods de Apple en un teléfono Samsung: ¡Es imposible!).

 

Pataleta.

 

Un viejo dicho de los años setenta rezaba: "la angustia es un lujo burgués". Y es claro que toda esta pataleta contra los amos de la computación no deja de ser muy de clase media, cuando hay gente a la que la pandemia le pegó mucho más duro: con desempleo, con hambre, con enfermedad y muerte.

 

Pero no por eso le vamos a sacar el lazo a los nuevos oráculos, los Gates y los Musk, que no sólo se enriquecen obscenamente a nuestra costa, sino que además debemos tolerar que hagan de apóstoles y pretendan enseñarnos para dónde va el mundo, como si ellos lo supieran.

 

No sólo debemos tolerar nuestra permanente frustración con sus productos: debemos fumarnos su soberbia, como cuando en 1999, Bill Gates se permitió retar a la industria automotriz, afirmando que "si General Motors hubiera avanzado tecnológicamente como la industria de las computadoras, hoy estaríamos manejando autos que costarían veinticinco dólares".

 

Si los autos andan bien es tema para otra columna. Pero imagínese el lector si funcionaran como una computadora: el motor se apagaría, de pronto y sin causa aparente, en medio de la autopista. Deberíamos entonces esperar a que se reinicie y continuar, como si tal cosa. Los airbags no se activarían automáticamente: primero nos preguntarían si "estamos seguros" de ejecutar esa operación. Y cada dos por tres, nuestros autos no nos permitirían ingresar al habitáculo: el procedimiento para acceder sería levantar la manija de la puerta, y apretar la llave, mientras se sostiene la antena de la radio. Ah, y lo mejor de todo: cada vez que apareciera un modelo nuevo, habría que aprender las instrucciones de manejo, todas, de nuevo. Lo que se dice, Un Mundo Feliz.

 

PETRONIO

 

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