Sabado 20 de septiembre 2025

Personalismo mata política

Redacción 20/09/2025 - 00.14.hs

Los cambios sociales no se dan por generación espontánea, deben propiciarse con educación, desde todos los ámbitos posibles, con participación ciudadana.

 

SILVIO J. ARIAS *

 

Alguna vez alguien refirió que el “personalismo en política” es altamente nocivo para el sano desempeño del sistema democrático y la vida interna de los partidos políticos que lo componen. En el mundo, las ideologías políticas han sido pragmáticamente negadas por el avance amoral del personalismo dirigencial y virtual. Un fenómeno que politólogos, sociólogos y comunicadores sociales vienen advirtiendo desde hace décadas, al observar que los intereses empresariales concentran sus energías en las “formas”, por sobre el “contenido” de la política. Es que mientras “las formas” te distraen de lo importante, los contenidos te invitan a pensar.

 

El fenómeno de la “desideologización” no es ingenuo y existe con la finalidad de ocultar lo esencial, simulando la realidad. La inconveniencia del debate ideológico tiene su origen a fines del Siglo XX, “casualmente” en el norte de nuestro continente, cuando el politólogo Francis Fukuyama -tras la caída del muro de Berlín-, profetizara el fin de la historia y la muerte de las ideologías en manos de un capitalismo “triunfante”. Fukuyama cumplía con el mandato imperial de vender “verdades” al mundo periférico, a la medida de los intereses del poder central. Instalar la ideología capitalista como única alternativa posible completaba un ciclo perfecto donde Estados Unidos se posicionaba como el referente incuestionable para los países que quisieran asimilarse, sin mediar consecuencias.

 

Puertas adentro, el pragmatismo yanqui había ideado desde su nacimiento un sistema bipartidista –demócratas y republicanos-, tendiente a no negociar el basamento ideológico del país, asegurándose que en la tierra de “los sueños y la libertad” todos serían democráticamente capitalistas. Aquí no hubo lugar para el culto a personalidades políticas transitorias, salvo que éstas fueran funcionales a las necesidades materiales del régimen.

 

“Confusión” direccionada.

 

El justicialismo es un ejemplo de esa “confusión” direccionada, producto de la “desideologización” política. Al momento de definirse, podemos escuchar algún político argentino decir que es “kirchnerista” pero no “peronista” y viceversa, lo cual significa un enorme error conceptual. El justicialismo es una ideología, como lo son el capitalismo, socialismo, liberalismo, neoliberalismo o comunismo. Es el “deber ser” de una expresión que interpreta la realidad nacional, para abordarla desde la praxis política.

 

Esta ideología posee su doctrina, el “deber hacer”, puesta en marcha por su intérprete temporal, un líder político: Perón–peronismo, Menem–menemismo, Kirchner–kirchnerismo. Dichos conductores implementaron desde su impronta personal el contenido ideológico justicialista por izquierda, derecha o centro. Junto a la doctrina, cada uno de ellos mantuvo un “relato”; la explicación conceptual de su accionar destinado a difundir objetivos y beneficios de sus gestiones. He aquí la diferencia entre promocionar un “relato de gestión” y defender una ideología política, siendo éstas dos cosas completamente opuestas. Si las doctrinas desaparecen con sus ejecutantes –seres humanos con defectos y virtudes-, las ideologías los sobreviven con sus transformaciones. Para los políticos de carrera sería más conveniente definirse como cultores de una ideología, antes que partidarios de una doctrina. Peronistas, menemistas o kirchneristas son ante todo justicialistas, quienes con sus matices han interpretado ese contenido referencial, adaptándolo a sus fines.

 

Banderas históricas.

 

El “ser justicialista” invoca banderas históricas e identitarias definidas: “soberanía política, independencia económica y justicia social”. Completa su propuesta con un conjunto de pertenencias populares, que con el transcurso de los años no han podido más que afianzarse dentro de la cultura argentina. La posibilidad de una nación “libre, justa y soberana”, un pueblo “empoderado” con organizaciones civiles y derechos sociales inclusivos inalienables; la certeza del ascenso social a partir del esfuerzo personal y la disponibilidad real de oportunidades provistas desde un Estado presente. Todo ello, acompañado de una política exterior que enlaza a la Argentina con Latinoamérica, compartiendo un destino continental común pleno de autonomía económica, hermandad cultural y desarrollo humano. Esto es ideología. Un proyecto original que fortalece al hombre y al Estado, desafiando imposiciones internas y externas contrarias a su devenir.

 

Queda claro que el personalismo dirigencial “marketinado”, nada tiene que ver con el sistema presidencialista de gobierno, caracterizado por la división de poderes y una preeminencia carismática del Poder Ejecutivo. Los caudillos populares de otrora son las nuevas estrellas mediáticas de hoy, donde el envase importa más que el contenido. La superficialidad propuesta instala valores como el individualismo y el egoísmo, contrarios a la cooperación, solidaridad y justicia garantes de un entramado social sólido, inclusivo y armonioso.

 

Las ideologías no dividen sociedades, los fanatismos doctrinarios y la teatralización de la violencia sí. Para gobernar con honestidad y profesionalismo, debemos reivindicar los contenidos que llevan a solucionar problemas de fondo. Los cambios sociales no se dan por generación espontánea, deben propiciarse con educación, desde todos los ámbitos posibles, con participación ciudadana. Los verdaderos líderes políticos conducen los cambios, guían, proyectan, avizoran y anticipan realidades para las sociedades, gobernándolas con ideas superadoras.

 

El bienestar común no es el producto exclusivo de mentes iluminadas, sino el resultado de una construcción colectiva integral, ardua y generosa, visiblemente inspirado en una ideología material y espiritual consecuente con la realidad que lo circunda y nutre.

 

* Profesor en Ciencia Política y afiliado al PJ–La Pampa.

 

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