Martes 30 de abril 2024

Plástico

Redacción 23/04/2023 - 10.41.hs

"Ella era una chica plástica, de esas que veo por ahí. De esas que cuando se agitan, sudan Channel number three". Así comenzaba "Plástico", una de las canciones que -junto a "Pedro Navaja"- hizo conocido entre nosotros a Rubén Blades, hace ya cuatro décadas. En el texto, Blades asocia el plástico con el materialismo y lo superficial, en un mundo con "gente de rostros de poliéster" donde a la mañana, "en vez de un sol amanece un dólar". Bueno, tal parece que aquella distopía del panameño se está haciendo realidad, y en el sentido más literal posible: estamos todos llenos de plástico.

 

Entrañas.

 

Los datos, tal como los narra en un reciente ensayo el escritor Mark O'Connell, son escalofriantes. Todos los seres humanos tenemos plástico adentro de nuestros cuerpos: en nuestros pulmones, en nuestras tripas, hasta en la sangre que circula por nuestras venas. Ha ingresado a través de la comida que ingerimos, el agua que bebemos, el aire que respiramos.

 

No es de extrañar, en realidad. Sólo ocurre que hace poco tenemos la evidencia concreta. Ahora sabemos que estamos llenos de microplástico y nanoplástico (capaz incluso de penetrar en nuestras células) y que ingerimos aproximadamente unos cinco gramos por semana, esto es, el equivalente a una tarjeta de crédito. Comparación esta que parece más que adecuada, ya que, efectivamente, la monstruosa cantidad de este material que producimos está directamente asociada al consumo.

 

Esta contaminación, de todos modos, es muy democrática, y nadie se salva de ella, no importa el lugar del mundo en que se encuentre, ni los millones que tenga en el banco. Se ha detectado plástico en la cumbre del Everest, a casi 8.000 metros de altitud, y también en la fosa de Las Marianas, el punto más profundo del Océano Pacífico, a unos 11.000 metros bajo el nivel del mar. Y no eran meramente microplásticos ingeridos por un crustáceo: eran bolsas enteras, y hasta papelitos de caramelo. Tampoco una sorpresa, si se considera que por año tiramos al mar unas once millones de toneladas de desperdicios.

 

Inútil tratar de preservar a los niños, aboliendo las mamaderas o impidiéndoles que duerman con ese peluche sintético que tanto los tranquiliza. Un estudio reciente revela que en la leche materna de 34 mujeres sanas se encontró la presencia de microplásticos en un 75% de los casos.

 

Ambiguo.

 

Por si estos datos no fueran bastante inquietantes, se suma un factor extra para promover nuestra ansiedad y paranoia: todavía no se sabe si esta invasión en nuestra biología tiene algún efecto perjudicial sobre nuestra salud.

 

Pero se han hecho estudios sobre animales marinos, y los resultados no son alentadores. Entre los peces -en los que se ha detectado acumulación de plástico en el cerebro- se han observado índices más bajos de crecimiento y reproducción, además de afectarse su comportamiento, haciéndolos correr mayores riesgos, lo que los hace morir más jóvenes.

 

Ni hablar de las aves marinas, cuya ingesta de plástico se ha retratado en fotografías memorables, y hasta se ha llegado al punto de designar esta patología con un nombre específico: plasticosis. Esta ingesta causa daños en el tracto intestinal, haciéndolos más vulnerables a infecciones y parásitos, y dificultando la absorción de comida y vitaminas.

 

O sea, todavía no ha pasado nada, pero las perspectivas para nuestros propios organismos son bastante poco halagüeñas. Mientras tanto, seguimos como si nada. Total, todas esas toneladas de basura están bajo el agua del mar. Curiosamente -señala O'Connell con agudeza- este ocultamiento termina funcionando como la represión freudiana, donde la experiencia que elegimos reprimir continúa "virtualmente inmortal; pasan las décadas, y se comportan como si recién acabaran de ocurrir" volviendo siempre para envenenarnos la vida.

 

Moderno.

 

Lo de "inmortal" no puede ser más adecuado. Hoy sabemos que el plástico que creamos y multiplicamos con nuestro consumo, no es biodegradable ni desaparecerá del planeta por siglos. Y pensar que hace apenas un siglo que lo adoptamos como compañero de ruta, en el interregno entre las dos guerras mundiales.

 

Escribiendo con motivo de una "exposición del plástico" en París a mediados de la década de los cincuenta, Roland Barthes comentaba en su obra "Mitologías" cómo este material "es la idea misma de su transformación infinita: es, como su nombre lo indica, la ubicuidad hecha visible. En esto radica, justamente, su calidad de materia milagrosa".

 

Probablemente, de haber contado con esa información, a Barthes le hubiera fascinado la eternidad del plástico. Con el material que tenía a disposición acertó, sin embargo, en desnudar otras cualidades de este "alien" que viaja en nuestra nave espacial como polizonte: "La moda del plástico señala una evolución en el mito de la imitación. Como se sabe, la imitación constituye un uso históricamente burgués... pero hasta el presente, ha formado parte de un mundo del parecer y no del uso". El plástico, por el contrario, "es una sustancia doméstica".

 

Tan doméstica, que la llevamos puesta, al punto de que ahora forma parte de nuestro organismo hasta los niveles más microscópicos. Como aventura O'Connell, "quizá éste era nuestro destino, desde el comienzo: lograr la comunión final con nuestra propia basura".

 

PETRONIO

 

Foto: pxfuel.com

 

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