Viernes 03 de mayo 2024

Sucesos lamentables

Redacción 10/01/2024 - 00.28.hs

Es ya casi un hábito que el ciudadano común reniegue contra la burocracia, tanto en sus formas más sutiles como en las más groseras, que también las hay. Por cierto que La Pampa no es de los estados más burocráticos pero suelen darse hechos que demuestran que en la materia también tiene lo suyo.

 

Un lector de esta columna ejemplificó al respecto con dos ocurrencias inobjetables. El primero –dijo- en lo que hace a la obra pública municipal. Ocurrió que frente a su casa se rompió un caño de los que llevan el agua potable, en la vereda para ser más exactos. Precavidamente consultó y se le confirmó que por tratarse de la acera el arreglo correspondía al municipio. Se le dio un número telefónico donde debía efectuar la solicitud de reparación y lo atendieron asignándole un número: cuando los operarios encargados alcanzaran al mismo marcharían a arreglar el desperfecto. El vecino esperó, confiado, pero mientras tanto el agua continuó perdiéndose en apreciable cantidad y, por supuesto, deteriorando la vereda.

 

Aunque el lector no lo crea, el episodio ocurrió casi ocho meses atrás hasta que el vecino, harto de la espera y carecer de cualquier explicación, realizó el arreglo por su cuenta. Por cualquier objeción que al lector se le ocurra, hay que dejar constancia que tenía -y tiene- actualizado el pago de sus impuestos municipales.

 

El otro suceso es, si se quiere, más lamentable e indirectamente está relacionado con LA ARENA. Algún tiempo atrás nuestro diario, en uno de sus habituales suplementos cuando el aniversario de los pueblos, dedicó la edición a uno de los pueblos del oeste. En esas publicaciones siempre se procura reflejar además del aspecto histórico que hace al aniversario las particularidades de la población en cualquier aspecto que sea de interés. En este caso se citaba el caso de un obrero chileno que, tras años de pobreza y falta de instrucción, se había establecido en el pueblo, con su oficio de carpintero. El hombre leía lo que llegaba a sus manos, especialmente de Historia y Filosofía. Esos libros, claro, no eran fáciles de conseguir ni baratos de comprar pero se conformaba.

 

Nuestro interlocutor dijo que se sintió conmovido por esa persistencia en instruirse y, recordando que en su biblioteca había un grupo de libros que podían llenar el cometido, se puso en contacto telefónico con las autoridades municipales del pueblo para ver de hacerle llegar el material. Después de una precisa explicación, se le dijo que una camioneta de la comuna viajaba a Santa Rosa cada una semana o diez días. El donante suministró su nombre, dirección y teléfono y se dio a la preparación de una colección y algunos ejemplares de las materias de interés para el carpintero.

 

El ejemplo vale junto al anterior –aunque los protagonistas sean distintos– porque la camioneta municipal nunca pasó ni hubo llamados por parte de la comuna. Habrán pasado seis o siete meses y allí quedó el atadito, con nuestro hombre indignado por la desatención tanto para con él como para quien buscaba ascender por el propio esfuerzo.

 

Volvemos a la consideración inicial en torno a la burocracia: ¿Cuál puede ser el motivo para que gente que, al fin y al cabo, está pagada por los dineros públicos, caiga en semejante falta de interés? Por cierto que el olvido casual no cabe entre los justificativos…

 

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