Martes 30 de abril 2024

Trágico y grotesco

Redacción 18/04/2024 - 00.28.hs

El desmadrado gobierno nacional que supimos conseguir, de la mano de su principal representante, oscila de lo trágico a lo cómico o lo grotesco con una facilidad que aterra. En cuanto a lo primero, allí está el brutal caso del manifestante que perdió un ojo ante el impacto de una bala policial que, por más que fuera de goma, plantea dos interrogantes: uno es si esos proyectiles pueden dañar seriamente, matar incluso; el otro que parecen ser usados con plena anuencia de los superiores de la tropa. Si no fuera así, es inexplicable que se permita disparar a la altura del rostro de la gente.

 

El suceso, dicho sea, pertenece a la misma categoría que los similares chilenos ocurridos meses atrás y que tanto horrorizaron a la opinión pública de nuestro país sin saber que también aquí se incubaba el huevo de la serpiente, porque se evidencia que la represión es la misma en todos lados, tanto en fondo como en forma y, para más, se supo ahora que tiene un antecedente similar también en el país.

 

El ministro responsable del operativo se jactó con irresponsable fatuidad diciendo que “en la ciudad de Buenos Aires impera el orden. Cada vez que quieran cortar nos encontrarán despejando”.

 

A esta horrible mutilación realizada por “las fuerzas del orden”,y que aparece también como una advertencia política, se enfrenta el otro hecho al que se pueden adicionar todos los calificativos que se quiera: incapaz, vergonzoso, canallesco, inédito, incalificable… Es que en la historia de la diplomacia mundial no se conoce un hecho similar al que protagonizara bajo el gobierno macrista el por entonces secretario de Relaciones Exteriores, la jerarquía más importante después del canciller.

 

Es que este funcionario, en una actuación inaudita realizada en ejercicio de su cargo, firmó un tratado con el embajador inglés estando totalmente alcoholizado, al punto de confesar al día siguiente y según palabras propias, que no recordaba nada de lo firmado que, dicho sea de paso afectaba –y no poco— la soberanía argentina sobre las islas Malvinas.

 

Este monumental papelón, seguramente inigualable en los anales de la diplomacia mundial, estuvo avalado por un testigo inobjetable: el propio embajador inglés, que informó a sus superiores que “el diplomático argentino estaba borracho" en el momento en que se firmó el documento y que “a medida que una botella tras otra iba pasando de la pared de la bodega a la mesa, las negociaciones mejoraban. A eso de las 2 de la mañana nos dimos la mano con un acuerdo general".

 

Es cierto que el gobierno de Alberto Fernández revocó el acuerdo, pero el ridículo y su trascendencia como noticia ya había cubierto el país.

 

Pero hay más, aunque parezca increíble. En las últimas designaciones que realizó el gobierno nacional, Claudio Foradori, el protagonista de aquel suceso (al que se suponía degradado y con alguna sanción ejemplar) aparece como representante permanente de la República ante los organismos internacionales en Suiza. Como es de esperar, el nombramiento está avalado por las firmas de la canciller y el presidente de la República.

 

Ironías del destino, que no ya de alguna mentalidad satírica de la Cancillería: la ubicación del dipsómano funcionario es la ciudad de Ginebra.

 

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