Sabado 27 de abril 2024

Un búho llamado Flaco

Redacción 10/03/2024 - 19.16.hs

A pedido del público lector, y luego de una larga ausencia -acompañada de su correspondiente añoranza- retomamos hoy nuestro habitual servicio de noticias sobre el mundo animal. Una historia con un final agridulce, como suelen serlo las que cuentan la saga de los héroes, pero que confiamos servirá de inspiración en este domingo de paz y reconciliación nacional.

 

Flaco.

 

No se sabe cómo fue que obtuvo ese nombre, "Flaco". Así, en castellano. Probablemente en el Zoo del Central Park de New York donde había vivido los primeros doce años de su vida en cautiverio, algún cuidador de origen latino decidió bautizarlo así, viéndolo algo flojo de carnes.

 

Flaco era un buho-águila euroasiático, una especie para nada autóctona en Manhattan, de ahí que se lo exhibiera en el mismo zoológico donde vivió Gus, el oso polar, a quien le dedicáramos una semblanza también en esta columna.

 

Como en la "Carta de un león a otro" de Chico Novarro, nuestro búho habrá sentido el hastío de una vida en cautiverio, en una jaula confortable, eso sí, con alimentación garantizada (compuesta, básicamente, de pequeños roedores) pero sin haber probado jamás el sabor de la aventura, de la libertad. Hasta que algún día alguien abrió la puerta de su jaula -acaso aquel latino taciturno que una vez supo bautizarlo- y allí salió Flaco, volando, buscando su destino en el escarpado horizonte de la Gran Manzana.

 

Mito.

 

La noticia de su liberación inmediatamente se hizo carne en los habitantes de la ciudad, que vieron en este simpático pájaro una metáfora de sus propias vidas. Al fin y al cabo, casi todos los neoyorkinos vinieron de lejos, sin un centavo en el bolsillo, en busca de las mieles de la gran ciudad, y terminan solos entre la multitud de extraños. El sueño americano, que le dicen.

 

De cuando en cuando algún observador de pájaros, de esos que abundan en el Central Park, obtenía una buena foto de Flaco, posado sobre un rascacielos, un poste o una señal de tráfico, revelándose como un modelo altamente fotogénico, con unos ojos que envidiaría la propia Liz Taylor. Algunas fotos lo muestran mirando hacia adentro de uno de esos altos departamentos, como chusmeando la vida privada de sus conciudadanos, como instándolos a salir de sus jaulas y volar. Un personaje ideal para la era de Instagram.

 

Pero la libertad tiene su costo, y allí en el cielo abierto no estaba menos solo que en su jaula de siempre. Sus posibilidades de encontrar una hembra de su especie con la que hacer amistad, quizá en una noche de películas y comida chatarra, era nula. Pero ahora era libre.

 

Y aunque nadie le enseñó, él solito aprendió a cazar para comer. No le habrá costado demasiado encontrar alimento en una ciudad donde abundan las ratas, especialmente en la zona de Wall Street. El problema es que esos roedores están tan llenos de pesticidas (a los que terminan siendo inmunes) que se temía constantemente por la salud de nuestro héroe volador. Para no hablar, desde luego, del riesgo que representa el tráfico.

 

Créase o no, la Navidad pasada el Wall Street Journal le dedicó un editorial, en el que instaba a las autoridades a capturar el búho. "Si sigue en libertad, el veneno para ratas o algo aún peor terminará por matarlo". Pero Flaco tenía sus propios planes. Por algo, en sus largos vuelos por la ciudad, nunca se le ocurrió volver al zoológico.

 

LIBERTAD

 

Normalmente no se asocia a los búhos con la libertad. De los muchos conceptos que lo usan como símbolo, el más común es la sabiduría. También evoca el misticismo y la muerte; en tiempos medievales se lo asociaba a las mujeres, y en particular, a las brujas. No por nada Cachavacha, la hechicera de la historieta Hijitus, andaba siempre con uno de estos pajarracos sentado al hombro.

 

A lo mejor, con la historia de Flaco y su heróico último año en libertad, algo de eso cambie. Porque ha llegado la hora -y el lector ya lo estará barruntando- de develar que hace cosa de dos semanas lo encontraron muerto en el jardín de un rascacielos. La causa probable de su muerte -la colisión contra una ventana de vidrio- es una suerte que se lleva la via de alrededor de medio millón de pájaros, cada año, sólamente en los EEUU.

 

Hay quien dice que su suerte estaba echada, que nunca tuvo una verdadera oportunidad de sobrevivir. Otros sostienen que ese año vivido en libertad le habrá valido más que los doce de su confortable cautiverio.

 

Tardarán semanas en completar los estudios de su autopsia. Y quizá nunca sepamos la causa exacta de su muerte, ni cuánto influyeron el veneno para ratas, los reflejos engañosos en los edificios de cristal, el tráfico alocado, las luces mentirosas de la gran ciudad.

 

Pero esos datos clínicos no explicarán lo más profundo, lo épico del destino final de este individuo singular. Para eso hará falta algún bardo que cante su historia, rasgueando una guitarra. Con suerte Flaco encontrará un Moris que lo haga decir: "estoy viejo, pero las tardes son mías. Vuelvo al bosque, estoy contento de verdad".

 

PETRONIO

 

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