Martes 30 de abril 2024

Una era sin celulares

Redacción 19/02/2024 - 00.21.hs

La paciencia nos tornó impacientes hoy, cuando golpeteamos la bocina si un chofer no arranca velozmente con la luz verde o esperamos demasiado en la cola del almacén. O que nos amen ya.

 

POR ADRIAN ABONIZIO

 

*El profesor de escuela nocturna desarmó el paquete envuelto en papel de diario y mostró al alumnado joven lo que contenía. De 30, solo dos supieron de qué se trataban aquellos rectangulitos -uno transparente y otro blanco- con una cinta marrón adentro. El profe los acicateó con una respuesta y muchos dijeron que debía ser un “repuesto de algo”, “algo de adentro de las cocinas” y los más temerarios, “cositas eléctricas”. Extrajo de su maletín un pasacasete y reprodujo allí lo que había dentro: Cumbia y Beatles, una combinación exótica. “También cuando yo era joven se escuchaba esto”. Le gustó la escena, pero no sabía si reír o llorar.

 

*Kerosene, también conocido como aceite de lámpara, es un combustible líquido ampliamente utilizado en la industria y en los hogares. Su nombre deriva del griego: (keros), que significa la cera, y fue registrado como marca por Abraham Gesner en 1854 antes de convertirse en una marca registrada. Fue robado de los persas que ya lo tenían en uso hacía añares y apropiado por Occidente para su uso industrial. Lo vendían en la esquina de mi casa, en el almacén de los Raguzza, y la chica que conocí hace poco tiempo nada sabe de su existencia, de su olor mefistofélico, su poder, su nobleza y su peligrosidad. Cuando se lo mencioné, dudó y preguntó si era el nombre de un bar o el de una isla ignota. “No importa”, le dije y me dormí junto a ella, tan joven y tan lejana.

 

* El presidente Milei tuitea pavadas mientras el mundo argentino se deshace lentamente. Ciertos homínidos con chiches electrónicos suelen ser peligrosos.

 

*La oscuridad en los techos de invierno eran un cuento nocturnal, extraído de los cromos rusos antiguos donde se veía una casita largando humo, perros vigilando y el viajero que llega por el camino, mono al hombro y anhelante porque le brinden algo de calor y comida. Era la Oscuridad, así con mayúsculas, pues las únicas luces probables eran las de la farolas y alguna que otra casa con el patio encendido por miedo tal vez a la leyenda de ladrones que se robaban la ropa colgada o alguna gallina para luego huir saltando por las medianeras. Era el misterio, el temor velado a descubrir acechanzas en cada sombra. Y todo aquello se debía a que te enviaban, munido de un palo de escoba o un secador, no a vigilar las almenas para detectar algún invasor ni apaciguar con una escopeta de balas de plata a algún lobizón matrero, sino a corregir la dirección de la antena, pues abajo, la familia quería sintonizar el único canal, Canal 7, y los malos vientos la habían torcido.

 

El tren.

 

*La conoció en una casa un viernes a la noche y le pareció una belleza, una modelito, rubia, perfecta. Al otro día se produjo el milagro de que salieran en grupo y pudo, mientras caminaban, obtener una promesa de que ella lo llamaría. En el apuro primeramente se olvidó de pedírselo él a ella -el número telefónico- y segundo que él no tenía siquiera aparato. Para ocultar la torpeza le escribió en un papel los dígitos de su amigo. Quedaron que a las doce lo llamaba. Él despertó muy temprano en casa prestada. A las doce nada. “¿Habrá entendido a las dos?” Eso lo calmó. Pasó la tarde y nada. “Ah, capaz que entendió a las doce, pero de la noche”, dijo para resignarse y conformarse un poco. A la una se durmió como pudo, decepcionado por no tener teléfono y por ser tan idiota de no habérselo pedido.

 

*El paso del tren atravesando las venas de la ciudad era algo común. Pero en los cruces el espectáculo era mayúsculo: había quienes apresurados por temor al tren de carga -fatigoso y lento- cruzaban con la barrera baja. Solo en motos y bicicletas, muchas bicicletas, cientos de ellas. Autos casi no había, y más cerca del mediodía, o sobre el atardecer, que era el horario de mayor tráfico obrero. El tren, hoy casi una rareza, se anunciaba con piafar agudo y el repiqueteo de la campanilla. Y el guardabarreras salía de su cucha con una bandera amarilla para asegurarse. Cuando le nombró la palabra “guardabarreras” a su nieta ella se quedó interrogante, esperando le expliquen qué significaba esa palabra.

 

*Con mi primo devorábamos las series de espías donde sobreabundaban escuchas, microfilms y computadoras gigantes. “Debería haber algo, como un micrófono con las materias grabadas y uno las pudiera escuchar con un parlante en el oído y así hacer las pruebas para sacar un diez”, ofertábamos como posibilidad. Tristemente admitíamos que aquello constituía una locura y habría que estudiar o saber copiar. Cerca estábamos de intuir que aquella imagen sería lo usual en estos tiempos de chips y otros milagros. La hija del ex presidente Carlos Saúl ejemplificó el asunto siendo descubierta en un examen copiando con un walkman y sus micrófonos insertos bajo su cabellera en sus orejitas millonarias. Vaya a saberse por qué vericuetos del alma y la memoria, mi primo, ya cerca de la muerte se acordó de aquello y me dijo: “Viste, teníamos razón che, ya existe lo que imaginábamos”.

 

Eran para hablar.

 

*La noche que nos sentamos ante el televisor para ver la llegada del hombre a la luna fue una de calor con el satélite arriba, brillante y sereno. “¿Y si aparecen marcianos y atacan a los astronautas?”, le comenté a mi papá. Él, abstraído, me contestó que no precisan salir en televisión porque están ocupados en otras cosas. “¿En qué cosas?” le interrogué. Él se rascó la barbilla y solo dijo: “En hacernos creer cosas que no son”. A la luz de lo que fue aquello, de la yanquilandia, de los horrores que sobrevinieron con la excusa de haber conquistado el tesoro lunar, ahora lo entiendo a mi viejo un poco más.

 

*La noticia corrió muy rápidamente: los Pellegrino habían instalado en una de sus habitaciones un aire acondicionado. Lo fuimos a ver casi todos los pibes del barrio, como quien asiste a un pesebre imantado, a un altar. “York”, decía la chapita azul con el dibujito de un león blandiendo una espada. Y como a las dos noches algunos de nosotros fuimos invitados a dormir allí dentro de esa pieza congelada, tiritando de felicidad y excitación pues ese frío era el futuro, la diadema generosa y vital, la luminosidad de un mundo mejor que nos sería brindado para todos y en paz. A las seis, la madre de Carlos apagó al aparato y se sorprendió de vernos aún despabilados, hablando de la humanidad y los avances de los cuales seriamos honrados, amados y abrazados como premio por ser tan buenos y portarnos tan bien.* “No es un ejemplo aislado ni una excentricidad. Cada vez son más los famosos que están sacando del arcón de los recuerdos los celulares de la era pre-smartphone. ¿Se acuerdan? No fue hace tanto cuando los teléfonos solo servían para eso: hablar por teléfono. Y a lo sumar recibir y enviar mensajes de texto.

 

Una nota de la BBC da cuenta de la tendencia que también se registra entre empresarios y gurúes de la tecnología. Como Danny Groner, gerente de una de las firmas más exitosas de Silicon Valley, Shutterstock, valuada en 1.200 millones de dólares. Groner renunció al frenesí de los smartphones y tiene sus razones. "Me preocupa que pueda ‘quemarme’. Me paso 13 o 14 horas al día frente a una pantalla. Eso es suficiente. No tienen que ser 17 horas", dijo a la cadena británica. “Tarde piaste, chiquito”, piensa mientras lee el tipo que jamás ha accedido ni a tener siquiera una compu. Mientras, el verano se desgrana en lloviznas sobre el pavimento antiguo, tanguero, preciso y melancólico como nunca.*Yo pertenezco a la raza extinguida de los gliptodontes que para ver una peli esperaban meses a que se estrenara en el cine del barrio: otros tantos para escuchar un disco, y horas de vuelo por el éter para escuchar de nuevo aquella canción que nos gustaba tanto.

 

abonizio@gmail.com

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?