Martes 07 de mayo 2024

El valor del esfuerzo de trabajar y estudiar

Redacción 24/10/2012 - 03.39.hs
Cuando la economía familiar es ajustada, el trabajo es primordial, por eso varios adolescentes del Colegio Santa María de La Pampa le ponen el hombro a sus padres mientras completan el secundario.
En la chacra familiar, María José (16) es la encargada de matar los lechones. También ayuda a pelarlos y, cuando hace falta, colabora con el reparto. Al duro trabajo diario se le suma la crianza de Giuliana, de 2 años, y el estudio en el colegio Santa María de La Pampa. En plena adolescencia tiene poco tiempo para las distracciones pero, como muchos otros, pelea para forjarse un futuro más alentador.
Emanuel (16) y Enzo (16) limpian baldíos, cortan pasto y sacan yuyos. Raúl (15) ayuda a su padre albañil, Matías (14) hace changas y Maxi (15) sale a vender tortas fritas y pan. Todos aportan su esfuerzo para acercar "un mango más" al hogar, se adaptan a una realidad que no siempre es la más halagüeña en términos económicos y que los requiere sin reparar en la edad ni en el momento.
"A la escuela primaria la terminé ya embarazada, y cuando arranqué el secundario me propuse tener las materias al día. Es difícil porque a veces tengo que faltar bastante, pero no me quiero atrasar", cuenta María José (Majo) que hoy, como todos los días, recorrió 5 kilómetros para llegar al colegio.
"En estos días con tanta lluvia no pudo ir a la escuela porque directamente no se podía salir de la chacra. Estábamos aislados, las calles son imposibles de transitar. Majo se mueve en moto pero a veces no hay para la nafta o se rompe. Hace un tiempo al papá lo picó una araña y estuvo más de cuatro meses en cama, y ella tuvo que faltar al colegio porque nos tenía que ayudar en la chacra", contó Norma, la madre de la joven.
El colegio siempre mostró la mejor predisposición para ayudarla. Los docentes preparan las tareas y cuadernos para que Majo siga al día con las clases. Y ella, por supuesto, hace su esfuerzo para no retrasarse.
"Vengo re bien con las materias. Mi mamá siempre me dice que haga el esfuerzo porque ella no va a estar siempre y yo tengo que pensar en mi bebé", reconoció Majo, que además de lidiar con los lechones pone manos a la obra con pollos y pavos, los otros animales de la granja que se ubica en un sector rural alejada del casco urbano.
"Desde hace unos meses pusimos en marcha clases de apoyo gratis para aquellos chicos que deben salir a trabajar y por eso faltan. Nuestra idea es avanzar hacia talleres técnicos a contraturno. En el colegio tenemos un alto porcentaje de padres ocupados o subocupados, entonces la idea es darles a los chicos talleres de carpintería, albañilería, herrería, electricidad; oficios que los ayuden a tener mejores perspectivas laborales", explicó Adolfo "Fito" Molas, director del colegio.
Los chicos valoran el hecho de estudiar y asistir a las aulas. Trabajan cuando hace falta pero también piensan en un futuro como abogados o arquitectos. "Mi viejo es analfabeto, no sabe leer ni escribir, por eso él me impulsa y me dice que estudie, que haga el esfuerzo porque vale la pena", describe Emanuel, que cursa segundo año y planifica seguir la carrera de Derecho una vez que culmine el secundario.
Raúl, que está en tercero, tiene amplia experiencia en el rubro albañilería. "A los 12 años empecé a ayudarlo a mi papá en las obras y ahora estuve 15 días en Trenque Lauquen porque está haciendo una casa allá. Cuando el trabajo es muy grande lo acompaño porque hay mucho para hacer", describió.
Más allá del aporte que hacen a sus familias, los chicos también destacan el hecho de ganarse su propio dinero para salidas o gastos personales. "Está bueno tener tu plata y no andar pidiendo siempre. Por ahí uno pide y no hay, entonces te enojás o te quedás de brazos cruzados, pero si te ganás tu plata nadie te puede decir nada", reconoce Matías, que cursa tercer año y está tentado con Arquitectura cuando se imagina una vida universitaria.
El colegio está en una zona de las denominadas "difíciles", un barrio periférico en el que la mayoría estudia, trabaja y lucha para vivir mejor. Sin embargo, los adolescentes saben que el solo hecho de nombrar su lugar de pertenencia puede acarrear gestos estigmatizantes.
"Acá hay 500 casas, y deben vivir más de 2 mil personas, pero como el barrio tiene mala fama parece que todos somos iguales y no es así. La mayoría solo quiere trabajar y vivir tranquilo", afirmó Enzo.
En el relato de sus experiencias, los chicos tienen naturalizado el hecho de trabajar. No reniegan de esa necesidad que se volvió costumbre. "Yo siempre salgo a vender. Hay que ayudar y entre todos siempre es más fácil. Por ahí es cansador si tenés que estudiar para un examen o algo así, pero tampoco es que es tan difícil de sobrellevar", sostuvo Maxi.
Varios de ellos también colaboran con la construcción de tapiales o dependencias de sus viviendas, una tarea que no es remunerada pero que otorga otras satisfacciones. "En el colegio hay muchos que trabajan. A lo mejor les da timidez contarlo, pero no tiene nada de malo, siempre se puede dar una mano", aseveró Emanuel y el resto asintió, conscientes de que el esfuerzo, vale la pena.

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