Lunes 29 de abril 2024

Los cerezos en la primavera

Redacción 14/04/2024 - 17.33.hs

Esta semana tuvo lugar una de esas cenas inolvidables en la Casa Blanca, esas a las que solía asistir Frank Sinatra, y a la que nunca nos invitan (seguramente las invitaciones se pierden en el correo). El presidente Joe Biden recibió al primer ministro japonés, Fumio Kishida, junto a su esposa, y los agasajó con un banquete morrocotudo, al que asistió toda la crema de Washington. Le prometió colaboración militar para contrarrestar la influencia china allá en Oriente. Kishida, por su parte, le adelantó el regalo de 250 árboles de cerezo para plantar en Washington: es que por una obra de protección al monumento a Jefferson están por erradicar unas 140 de esas hermosas plantas, que los japoneses llaman "sakura".

 

Símbolo.

 

El lector estará acostumbrado a que en esta columna se descubran metáforas en cualquier cosa, pero en este caso el simbolismo parece bastante más que evidente. Desde Washington les mandan armas, y los japoneses, poéticos ellos, devuelven jardines. Incluso por estos días, cuando el estreno allá de la película "Oppenheimer" reavivó el espantoso recuerdo de las bombas atómicas arrojadas por EEUU en Hiroshima y Nagasaki, atrocidades por los que jamás pidieron perdón.

 

En la primavera que comienza en el hemisferio norte, estarán disfrutando el efímero espectáculo del florecimiento de los cerezos japoneses, todo un símbolo del espíritu nacional. Es el momento de la contemplación, de la comprensión profunda sobre el íntimo vínculo entre la belleza y la fugacidad.

 

Un espectáculo que a los habitantes de Washington, entre el mármol de esa capital imperial, les ha de pasar desapercibido, ocupados como están con sus sueños de dominación universal. Un sitio poco propicio para la poesía o la filosofía.

 

Bloques.

 

No es ninguna casualidad este ágape y esta incómoda convergencia entre dos países que no podrían ser más diferentes: ahí está para probarlo, si no, la diferencia que hay entre el maniqueísmo infantil de Disney, y la complejidad del animé, donde el bien y el mal se muestran bien entrelazados y hasta confundidos, como en el mundo real.

 

Los comentarios de los principales diarios estadounidenses -preocupados por el inminente ataque iraní a objetivos israelíes- consignan el hecho indudable de la consolidación de los dos grandes bloques de la nueva guerra fría. De algún modo, los EEUU se las ingeniaron para lograr que Rusia y China, en poco más de dos años, tejieran una alianza sólida, a la que se suman Irán y Corea del Norte, grandes proveedores militares de Moscú.

 

Como de costumbre, los americanos se autoperciben como los paladines de la libertad.

 

Miran al eje oriental y dicen: todos esos países tienen gobiernos autoritarios, y sociedades patriarcales, con muy pocas mujeres en puestos de decisión clave. Todos restringen los derechos de la comunidad LGBT y la prensa libre. Todos tienen la costumbre de encarcelar a los opositores, y descreen de la democracia liberal.

 

Hay buena parte de verdad en esta pintura, pero ¿cómo es entonces que a nosotros, que supuestamente estamos "de este lado" (con la actual conducción diplomática, más que nunca) nos llegan sensaciones tan contradictorias?

 

OTAN.

 

El gobierno argentino, en su nostalgia noventosa, ha vuelto a insistir con la idea de que nos incorporen a la OTAN. El presidente hasta hizo un largo viaje hasta Tierra del Fuego, entre gallos y medianoche, para encontrarse con una generala norteamericana, y sellar un acuerdo para una base militar tan luego allí, a pocos kilómetros de Malvinas. Al mismo tiempo, mira con desconfianza una base de estudio astronómico que los chinos instalaron en Neuquén.

 

Pero si ese es nuestro destino manifiesto, ¿cómo es que fue China, y no EEUU, la que nos proveyó de un crédito "swap" para robustecer nuestras reservas en el Banco Central? ¿Cómo es que China, no EEUU, vino a financiar las obras de infraestructura que tanto necesita el país, como las represas hidroeléctricas en Santa Cruz, obras que el actual gobierno nacional intenta desactivar?

 

¿Se imagina el lector la visita de un general chino, que venga aquí a hablar de nuestros recursos naturales y de lo que deberíamos hacer con ellos? ¿O al gobierno chino interviniendo desembozadamente en nuestra política interna, dando un apoyo descarado a determinado partido político para que pueda ganar las elecciones?

 

O, yendo un poco más lejos, cabría preguntarse también cuántas guerras ha iniciado China. Cuántas de sus bombas atómicas atacaron a alguna población civil indefensa. Cuántos golpes de estado ha promovido en Latinoamérica. O cómo ha venido votando, en la ONU, cuando se plantea la cuestión de las Malvinas.

 

Está visto que la geopolítica funciona más parecido a un animé que al Pato Donald. Y que, acaso, en este mundo que se encamina cada vez más hacia la guerra y el caos, las breves flores del cerezo tienen algo para decirnos.

 

PETRONIO

 

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