Miércoles 24 de abril 2024

Bellas para morir

Redacción 05/09/2023 - 08.58.hs

El caso de Luna se enmarca en una estructura opresiva que controla y disciplina sistemáticamente los cuerpos de las mujeres a fuerza de hambre e intervenciones para encajar en el molde imposible de belleza hegemónica.

 

*VICTORIA SANTESTEBAN

 

El jueves 31 de agosto y luego de tres meses de internación, Silvina Luna murió en el Hospital Italiano de Buenos Aires. A los 43 años, la modelo dejó este plano luego del padecimiento físico y mental producto de la intervención estética realizada por el médico Aníbal Lotocki, nuevamente investigado por la justicia penal, ahora por el delito de homicidio.

 

En 2010, Luna había accedido a un procedimiento quirúrgico de filtración de metacrilato, sustancia que se diseminó por su cuerpo afectándole los riñones. Es en chequeos de rutina durante el 2013 cuando se detectó lo que serían sus venideros padecimientos de salud, desencadenantes de intervenciones para retirar el metacrilato de su cuerpo y el inicio de un camino de fortalecimiento espiritual para hacerle frente al cuento de terror no ficcional, en un mundo que lejos de acompañarla, continúo victimizándola.

 

Estética.

 

La muerte de Silvina se enmarca en una estructura opresiva que controla y disciplina sistemáticamente los cuerpos de las mujeres a fuerza de hambre e intervenciones para encajar en el molde imposible de belleza hegemónica. La muerte de Silvina no es, entonces, un hecho aislado, sino una muerte producto de la violencia estética que se ejerce cotidianamente sobre las mujeres. En 2012, la socióloga venezolana Esther Pineda define a este tipo de violencia machista como aquella invisibilizada, a la que se enfrentan mujeres de todo el mundo: “la presión social que tiene consecuencias físicas y psicológicas en las mujeres y que se fundamenta sobre la base de cuatro premisas: el sexismo, la gerontofobia, el racismo y la gordofobia”.

 

Pineda explica en su libro “Bellas para Morir” que desde nuestros primeros años somos socializadas en la idea de la belleza como referencia y obligación para demostrar la femineidad. Nuestra identidad comienza a forjarse a partir de estos mandatos que nos atraviesan hasta instalar que el amor propio depende de cuán cerca estemos de ese ideal hegemónico, que nuestra felicidad viene con los números pluma de la balanza y que nuestro empoderamiento es funcional a la obediencia a rajatablas de estas correspondencias de lo considerado bello.

 

Naomi Wolf y Germaine Greer en los noventa y Mona Chollet a principio de la década pasada ya anticipaban la idea de violencia estética al advertir, de manera coincidente, que para las mujeres, no importa cuántos espacios conquistemos o cuántos más derechos ejerzamos en relación a nuestras antepasadas: nuestra generación padece la opresión “sutil” que instaló en un lugar desproporcionado a la “belleza” y así terminamos reducidas a esto: “hagan lo que hagan, siempre son juzgadas por su físico“ escribe Chollet.

 

Industria.

 

La presión desmedida por encajar en los moldes de belleza hegemónica -como estrategia política para mantenernos alejadas de lo verdaderamente trascendente- si bien opera en la generalidad de las mujeres, lo hace con más obvia insistencia en aquellas que, como Silvina Luna, instrumentalizan su cuerpo en tanto herramienta de trabajo. A esos cuerpos expuestos a escrutinio constante, hambreados e intervenidos, mercantilizados para un consumo sexista que refuerza la cosificación de las mujeres a la vez que reproduce el mensaje aleccionador a las demás sobre el modelo a seguir, se les exige desmedidamente encajar en el molde que vende, a cualquier costo. La vida que habita esos cuerpos es puesta en riesgo con cada intervención apresurada, con dietas eternas y ansiedad absurda por parar el tiempo. La presión sistémica reforzada en un ambiente que jerarquiza desproporcionadamente la imagen acota el campo de acción libre de aquellas entrampadas en el molde esclavizante. En este contexto, la voluntad de someterse a procedimientos estéticos difícilmente sea libre: la presión sobre el cuerpo acordada incluso contractualmente acota cualquier libertad para decidir sobre el propio cuerpo, que resulta medio de vida, instrumento de trabajo.

 

Revictimización.

 

Silvina Luna fue -y continúa siéndolo post mortem - víctima de múltiples violencias, entrelazadas y concatenadas, que se sumaron a una cotidianeidad física y mentalmente dolorosa. Su revictimización incluyó comentarios masivos en redes sociales sobre su imagen, reproches al porqué de su intervención, abordajes periodísticos faltos de toda perspectiva de género que ubicaron la responsabilidad por su propia muerte en Silvina, reprochándole hipócritamente que, si era tan hegemónicamente bonita, por qué tuvo que seguir insistiendo con operaciones estéticas. Sobre su cuerpo e historia siempre expuesta, se opinó y continúo exigiéndosele hasta sus últimos días e incluso, luego de partir de este plano.

 

Luna había sido víctima también de violencia digital, cuando se viralizó un video íntimo, que en estos días también fue recordado por medios muy faltos de humanidad y perspectiva de género. De forma que la violencia mediática también se sumó al listado de violencias contra las que batalló.

 

El proceso judicial iniciado contra Lotocki, el personaje siniestro que inescrupulosamente intervino el cuerpo de Silvina -también el de otras víctimas, entre ellas, el recientemente fallecido Mariano Caprarola- fue también otra batalla a librar por su cuerpo cansado pero con ganas de seguir: “Esta soy yo, sin maquillaje, sin filtros, sin botox, sin rellenos (…) Espero puedan mirarse interiormente y darse cuenta que la valía no está en si tenés la cara más redonda, estás más gorda o más flaca” anhela Silvina en sus redes. Rompe el hechizo que la mantuvo insegura y triste. Cae en la cuenta de la opresión y se despide, libre, hacia un plano, por fin, inmaterial.

 

*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

Radio Noticias 99.5 · 05 - 09 - 2023 VICTORIA
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