El Gran Hotel Viena: un pacto de silencio
Ya sea por temor, vergüenza o conveniencia, existen ciertos tópicos sobre los cuales se tienden mantos de silencio y olvido premeditado. Los países mismos suelen editar su pasado de acuerdo a ciertas conveniencias ideológicas y políticas.
Así todo, el oficio del historiador se alimenta de "indicios". Con ellos rellenamos -al menos provisoriamente- los huecos que aparecen al reconstruir intelectualmente el pasado.
Claro que hay mucho por conocer, confirmar o descartar. Eso es lo que nos estimula a seguir indagando. Muchos misterios aguardan una solución definitiva y los del Gran Hotel Viena, en la localidad de Miramar, provincia de Córdoba, no son una excepción a la regla. A setenta años de haber terminado la Segunda Guerra Mundial, todavía esperan ser develados. Hay indicios. "Coincidencias", dicen algunos.
Pasado que condena.
La inconclusa historia del Gran Hotel Viena está llena de secretos que aún faltan develar; de personajes enigmáticos de los que muy pocos quieren hablar y de archivos que los ignoran.
Aislado, imponente y fuera de contexto, en un pueblo perdido al noreste de la provincia de Córdoba -frente al Mar de Ansenuza o Laguna de Mar Chiquita-, la inmensa edificación, construida entre 1940 y 1945 por el empresario alemán Máximo Palhke, acicatea la curiosidad y genera en torno suyo un vacío de dudas y preguntas que escasos vecinos están dispuestos a dilucidar; convirtiéndose así en los "voluntarios" custodios de un pasado en el que, seguramente, se mezclan la realidad con las fantasías y alguna que otra teoría conspirativa.
Desde su origen, el Gran Viena estuvo asociado a la presencia de capitales nazis, croatas fugitivos, dirigentes de campos de concentración en la ex-Yugoslavia y, por supuesto, de impunidad. Pero muy pocos hablan de todo ello. Una especie de pacto de silencio parece haberse sellado en el pueblo y "queda mal preguntar sobre ciertas cosas".
La historia del Gran Viena se está armando únicamente con tradiciones orales, con dichos y recuerdos de los vecinos, con anécdotas e historias personales, que carecen de cualquier tipo de sustento escrito. El motivo de tal ausencia es de por sí sospechoso: Palhke se llevó los archivos del hotel (absolutamente todos) al momento de marcharse de Miramar, en marzo de 1946.
No quedó nada. A no ser un relato que sostiene que, en dos camiones, los trasladaron a La Cumbrecita -localidad ligada a la historia de la inmigración alemana, legal e ilegal, en la Argentina-.
"Gran Hotel Viena. Un secreto frente al mar". Así reza el anuncio publicitario que desde hace unos años incita a los turistas a que lo visiten. Una excelente síntesis conceptual ya que recorrer el devenir de este emprendimiento hotelero significa tropezar con individuos cuyas historias son poco o nada definidas.
El propietario.
Empecemos por una de ellas: Máximo Palhke. Empresario alemán y propietario del Gran Hotel Viena. Gerente de la filial argentina en el barrio de Avellaneda de la multinacional Tubos Manesmann, con casa matriz en Alemania, famosa por la fabricación y distribución de caños de acero preensamblados sin costura en todo el país. Esta firma estuvo ligada al nazismo alemán y hacia el final de la Segunda Guerra Mundial fue señalada como "propiedad enemiga" y puesta en la nómina de empresas dependientes de la Dirección Nacional de Industrias del Estado, tras la declaración de guerra que el gobierno del general Farrell se vio forzada a emitir por expresa presión de los Estados Unidos.
Casado con la austríaca Melita Fleishesberger, Palhke tuvo dos hijos, Máximo e Ingrid. El mayor de ellos, según cuenta la "historia oficial", sufría de soriasis y encontró su cura en las aguas salinas y barro terapéutico de la laguna de Mar Chiquita. En justo agradecimiento, su padre invirtió el equivalente actual de 25 millones de dólares en la construcción de un hotel que se mantuvo abierto sólo desde su inauguración en diciembre de 1945 a marzo de 1946.
Todos se preguntan qué extraña operación financiera se esconde detrás de semejante monto de dinero y para qué se construyó un hotel tan enorme en un pueblo que por entonces no tenía más de 1.400 habitantes, aislado de cualquier ruta comercial y por tan poco tiempo.
Suspicacias aparte, muchos son los que rechazan la "fábula de la soriasis". Incluso un miembro de la familia que visitó el hotel hace unos años confirmó que Máximo (hijo) jamás había tenido esa enfermedad. ¿Qué hubo, entonces, detrás de esa monumental inversión de capital?
Lavado.
Muchos no dudan en afirmar sin preámbulos que la construcción del Viena no fue otra cosa que un simple y llano lavado de dinero del Tercer Reich. Y no es del todo descabellado pensar de esa manera. Tras la finalización del conflicto y el suicidio del Führer, Máximo Palhke se llevó toda la documentación relacionada con el inmueble y regresó a su Alemania natal para nunca más volver. "Su" propiedad fue prácticamente abandonada, quedando bajo la vigilancia de un jefe de seguridad apellidado Krüegger (o Krüger). Posteriormente, su hijo -que permaneció en Argentina estudiando medicina- entregó el edificio a diferentes emprendimientos, no reclamando un solo peso de la fortuna invertida. Hasta el día de hoy, la familia Palhke se mantuvo al margen del Gran Hotel Viena, y el edificio pasó, desde hace unos años, a manos de la Municipalidad de la ciudad de Miramar.
Máximo Palhke (P) falleció en la región germana de la Selva Negra en 1964. Se desconoce si tuvo una efectiva afiliación al Nacionalsocialismo de Hitler, a diferencia de los propietarios del Eden Hotel de La Falda, amigos personales de Palhke, nazis declarados y dueños de una casa de vacaciones a sólo 150 metros del Gran Viena. Así todo, su mayor obra está signada por la sombra de la esvástica.
En la seguridad.
Otro nombre involucrado es el de Martin Krüegger o Carl Martin Krüeger. Cuando el Gran Viena fue abandonado por Palhke en marzo de 1946, la propiedad quedó enteramente bajo el cuidado y vigilancia de su enigmático jefe de seguridad, conocido por los vecinos más ancianos de Miramar bajo el nombre de Martin Krüegger.
De todos los personajes que están relacionados con la historia del hotel es el más misterioso y el que mayor cantidad de preguntas sin respuesta suscita . No tenemos siquiera una sola fotografía que nos ilustre cómo era, pero si nos dejamos llevar por las descripciones que circulan en la tradición oral, podemos decir que era un individuo alto (más de un metro ochenta), de fríos y celestes ojos, siempre impecablemente vestido con un traje gris y sus zapatos muy lustrados. En una palabra, era el estereotipo de teutón ario; altero, poco sociable y distante.
Leal a sus funciones de "vigilante", Krüegger permaneció en el hotel hasta marzo de 1948, fecha en la que su cuerpo inerte apareció envenenado en una de las habitaciones que hay sobre las cocheras. Se adujo suicidio y su cadáver fue remitido, tras un corto velorio organizado por tres compasivas vecinas al hotel, hasta la localidad de Balnearia, donde fue enterrado. Actualmente no existe ninguna lápida que señale en dónde descansan sus restos. Krüegger se llevó sus secretos a la tumba. Todo lo que se sabe de este sujeto es incierto.
Más datos.
¿Qué otros datos tenemos del Jefe de Seguridad del Gran Viena? Según los datos de la tradición oral miramarense, Martín Krüegger (alias "El Ingeniero") había nacido en Berlín y tenía el grado de coronel, siendo condecorado en la Segunda Guerra. Pero hasta la fecha no había ningún documento escrito que así lo confirmara. En septiembre de 2009, consultando en los archivos del CEMLA (Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos) no encontré que ningún "Martin Krüegger" haya ingresado al país. Lo qué si revelaron los archivos es la presencia de un "Carl Krüeger" (con una sola "G"), ingeniero, soltero, de 46 años al momento de entrar a la Argentina el 30 de octubre 1925, y nacido en Alemania en la ciudad de Polzin.
De ser la misma persona que está en los archivos, Krüeger no era berlinés, ni entró al país en 1943, sino antes, y sus condecoraciones debieron haber sido ganadas en la Primer Guerra Mundial.
Ante Elez.
Bajo un árbol no demasiado añoso, encontramos su tumba en el cementerio de Miramar. La lápida, de granito gris oscuro, con forma de L acostada y una placa de hierro algo corroída en los bordes, es escueta. Dice muy poco sobre el hombre que allí descansa en paz. Sólo su nombre, su apellido y fecha de fallecimiento: Ante Elez, QEPD, 23-VII-95.
Elez era de nacionalidad croata y llegó a la Argentina el 1º de abril de 1947, a bordo de un barco llamado Philippa, de bandera panameña, que había zarpado del puerto italiano de Génova el 5 de marzo. Un inmigrante más entre tantos que probaron suerte en estas lejanas tierras; y todo parece indicar que él sí la tuvo. Fue un reconocido vecino de la comunidad y propietario de un hotel (El Copacabana) de famoso prestigio en el balneario, durante la década de 1960. Vivió tranquilo, aunque de seguro debió angustiarse bastante cuando su hotel terminó sumergido bajo las aguas del Mar de Ansenuza, como consecuencia de las inundaciones sufridas entre 1977 y 1985.
¿Quién era este singular personaje, que sin importar el clima se paseaba siempre de sobretodo y sombrero por la costa de Miramar?¿Qué lo movilizó a dejar sus tierra natal y convertirse en un inmigrante?
"Don Antonio", como lo llamaban, españolizando su nombre de pila era y se sentía croata. Detestaba cualquier asociación que se le hiciera con ese país artificial de Yugoslavia que abominaba, como la mayoría de los croatas asilados en Argentina.
El reino de Yugoslavia no fue bienvenido al momento de su creación, tras la Gran Guerra. La nación croata, católica y rodeada de pueblos ortodoxos y musulmanes, se negó desde el principio a ser parte integrante del nuevo Estado y se fue gestando un partido político ultracatólico, conservador y anticomunista, denominado Ustasha.
La Ustacha reclamaba lisa y llanamente la independencia de Croacia, para concretar el gran sueño de establecer un país católico. En los 40, el régimen de Hitler (con quien simpatizaban) invadió el país, lo disolvió y lo repartió entre sus aliados.
Fanáticos y violentos, los miembros de Ustacha desplegaron un programa de aniquilación sin precedentes. Inauguraron varios campos de concentración y de exterminio e iniciaron la esperada "limpieza étnica". Como resultado de ella, se estima que 32.000 judíos, 40.000 gitanos y 250.000 servios ortodoxos perecieron. Fueron peor que los nazis, y eso es decir mucho.
El escapado.
Pero en mayo de 1945 la situación cambió. Alemania se rindió sin condiciones ante los aliados. Los ustachas se quedaron solos y ante el avance soviético desde el este y la amenaza de los partisanos del Mariscal Tito, un grupo importante de criminales croatas, empezó a organizar la fuga de Europa, no sin antes apropiarse de un buen botín en oro y divisas.
En aquellos días, Ante Elez ya tenía casi un año residiendo en nuestro país. Sus datos figuran en la Dirección General de Migraciones, portando el pasaporte 231.133 y aduciendo ser colono croata. Pero lo que ese expediente no dice es que Elez había sido oficial del ejército de Pavelic y teniente del campo de exterminio de Jasenovac, además de subordinado del criminal croata Dinko Sakic. Las autoridades yugoslavas reclamaron su captura desde una fecha tan temprana como 1946. Pero fue en vano. Todo un inmoral aparato de ocultamiento, desidia y complicidades hizo que "Antonio" Elez terminara instalándose como hotelero en el pueblo de Miramar y encontrando su lugar en mundo, donde vivió tranquilo hasta el día de su muerte en 1995, muy cerquita del Gran Hotel Viena.
Según me comentaron vecinos del pueblo, el viejo ustacha solía jactarse de haber liquidado a judíos y curas ortodoxos durante sus días de patriota.
Koloman.
Cuando Martin Krüegger falleció en marzo de 1948 bajo los efectos del veneno que en apariencia él mismo ingirió, las frías dependencias del Gran Hotel Viena quedaron bajo la custodia de una pareja de jardineros. Ellos fueron los responsables del mantenimiento del edificio hasta 1954, año en el que -según cuenta la historia oral- dejaron a un lado las palas y los rastrillos para calzarse una vestimenta más acorde al nuevo rol de hoteleros, que desde entonces desempeñaron. De esa manera, Koloman Kolomi Geraldini y su esposa, Helena Noval de Geraldini, explotaron el hotel por espacio de diez años más, hasta 1964. No hay dudas de que el Gran Viena halló en ellos lo mismo que la pareja encontró entre sus muros de ladrillos y columnas de concreto: protección y cuidado.
Koloman Kolomi Geraldini había nacido en el antiquísimo pueblo de Terchová, Eslovaquia, el 24 de octubre de 1908. Fue un prolífico escritor, traductor, poeta e intelectual que, durante la década de 1930 y principios de los 40, ocupó cargos de prestigio en el gobierno de su país.
En Checoslovaquia ocurrió algo semejante a lo sucedido en Yugoslavia: un problema de nacionalismo interno la dividió entre checos y eslovacos. Los eslovacos se sentían al margen del poder y exigían autonomía. Por otro lado, los checos (mayoría étnica) ocupaban los puestos más altos de la administración.
En 1939, el parlamento declaró la independencia de Eslovaquia. Un día después, los nazis invadieron el sector checo y el sacerdote Josef Tiso fue proclamado Presidente y "Vodca" (líder) de la nación. Eslovaquia se transformó así en un gobierno títere de Hitler.
Desde 1939 a 1945, el régimen fascista de Tiso desplegó una política racista que se tradujo en leyes antisemitas, traslados a campos de concentración nazis en Polonia y la implementación de un estado policíaco que terminó dejando un saldo de 58.000 judíos deportados y miles de gitanos asesinados.
Finalmente, en abril de 1945, el ejército soviético terminó con su avance sobre Eslovaquia y Tiso murió colgado en 1947.
Pero no todos los colaboracionistas y fascistas eslovacos fueron atrapados. Muchísimos lograron escapar, poniendo proa hacia Sudamérica, engrosando el caudal de alemanes, belgas, croatas y franceses colaboracionistas o criminales de guerra.
¿Qué fue de la vida de Geraldini durante esos últimos años? Se sabe que en 1945 también huyó a Austria y poco más tarde a Baviera, donde permaneció por poco tiempo. De Alemania se trasladó a Italia, viviendo primero en Roma y más tarde en Asís. Finalmente, en 1948, desde Buenos Aires gestionaron el trámite pertinente para su traslado a la Argentina, adonde arribó en abril de ese mismo año. Pocos meses después cuidaba el parque y el patio central del Gran Hotel Viena.
Palabras finales.
¿Qué es lo que tiene el Gran Hotel Viena para que me haya atraído tanto? En primer lugar, todas las preguntas sin respuestas que se aglomeran alrededor suyo, los misterios y las leyendas urbanas que han nacido de sus muros. Después, su propia decadencia y su estética ruinosa. Y, no por eso menos importante, el contexto histórico en el que se originó (1938-1946): su "historia nazi" y las "coincidencias" que, cuando se las estudia, revelan un cierto dejo de aventura reivindicativa.
Que tantos personajes "controvertidos" se condensen en unas pocas cuadras a la redonda no es una mera coincidencia. ¿Acaso no es lícito sospechar de ello? Algo es bien cierto: "Cuando algo tiene pico de pato, plumas de pato, camina como un pato y nada como un pato, lo más probable es que sea un pato".
Claro que podría ser una oca o un ganso. De todos modos, el "parecido de familia" es llamativo.
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor de Historia. Universidad de Mar del Plata
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