Miércoles 04 de junio 2025

El color del gato

Redacción 01/07/2012 - 10.26.hs
El autor viajó a la República Popular de China. Lo que sigue son algunas de sus impresiones de aquel gran país. Una visión desde cuestiones tradicionales arraigas en un pueblo hasta la impronta de la modernización de los últimos años.
Cuatro décadas atrás, al regreso de Bolivia, publiqué una serie de notas de carácter miscelánico sobre aquel país, donde había permanecido poco más de diez días. Un por entonces joven político local manifestó su disgustada sorpresa al leer la materia de mis notas, que según su criterio tocaban muy por encima la realidad boliviana. Mi respuesta fue que hacer un análisis político y social de un país tan complejo tras permanecer en él tan poco tiempo me parecía una imprudencia y un rasgo de soberbia.
Sigo pensando lo mismo. No espere el amable lector de estas líneas ninguna profunda reflexión económico social sobre el país más poblado de la Tierra; poco más de dos semanas de permanencia no dan a mi percepción más que los aspectos más sobresalientes de una realidad vista de pasada, ayudada con alguna información previa pero con una casi infranqueable barrera idiomática. Por lo mismo me resulta imposible no recordar al conde de Kayserling a quien, cuando vino por estas tierras, le bastaron unos pocos días, algunos tangos y un par de salidas a la llanura pampeana para diagnosticar que "los argentinos son tristes", afirmación que la oligarquía intelectual escuchó con boba admiración. Y que el pueblo tomó "en joda".
Una miscelánea, define la Real Academia, es algo "Mixto, vario, compuesto de cosas distintas o de géneros diferentes. Mezcla, unión de unas cosas con otras. Obra o escrito en que se tratan muchas materias inconexas y mezcladas". A las tres acepciones conviene que se atenga el lector.

El nombre.
¿Por qué llamar ahora Beijing a aquello que durante siglos para los occidentales fue Pekín? Se nos informa que el primer nombre siempre fue el correcto, ya que su significado es algo así como "Ciudad del Norte", pero que la confusión al parecer se inició con el mal oído de Marco Polo, que no captó bien el nombre correcto y lo pronunció Pekín. La ola de fuerza que ha trasformado a China en una potencia, después de siglos de humillación y guerras intestinas, la llevó a reivindicar el nombre de su ciudad capital, algo que Occidente había menospreciado hasta hace poco, y que debió aceptar.
Y a propósito del gran viajero veneciano ¿cómo pudo haber estado años en China y no mencionar en sus escritos a la Gran Muralla, siendo que vivía a medio centenar de kilómetros de la obra? Es un misterio o un contrasentido, pero que ha llevado a algunos estudiosos a pensar si, al menos en parte, lo de Polo no fue repetición de relatos.

 

Tiananmen.
La plaza de Tiananmén es un símbolo en sí misma, para los chinos y para los occidentales, estos últimos cuidando que no se olvide que allí se registró uno de los episodios políticos y sociales menos grato a las actuales autoridades chinas, al punto que se lo suele referir como "la masacre de Tiananmén".
Se trata de una enorme extensión despejada, alrededor de 44 hectáreas, rodeada de impresionantes edificios gubernamentales y frente a la Ciudad Prohibida. En su centro, junto a algunos monumentos conmemorativos que recuerdan a la concepción artística del "Realismo Socialista" y a una gigantesca pantalla electrónica que muestra aspectos socioculturales del país, se levanta el Memorial Mao Tse Tung (o Mao Zedong, como ha comenzado a escribirse desde hace algunos años) donde descansan los restos del "Gran Timonel", uno de los políticos más importantes de la historia. Según me dicen se puede ver el rostro del cadáver embalsamado, en una fugaz pasada en la que no se permiten fotografías. Pero la espera disuade cualquier propósito contemplativo: continuamente hay una fila de gente que implica aguardar alrededor de cuatro horas.
Cabe destacar que la mayoría de la multitud que puebla casi continuamente la plaza obedece al turismo interno del país. Un compañero de viaje mejicano que llegó tarde al recorrido no quiso dejar de conocer la plaza y, para no desenganchase del tour, la visitó a las cinco de la madrugada. A esa hora, según nos dijo asombrado, ya rebosaba de gente.

 

El color del gato.
En China el símbolo de la hoz y el martillo, la bandera roja y la efigie de Mao se ven en todas partes, recordando que se trata de un país comunista, que se forjó en un duro sacrificio socialista ¿Cómo entender, entonces, las manifestaciones de capitalismo (algunas de ellas muy duras) que se aprecian por doquier y a través de múltiples formas? Rascacielos modernísimos y gigantescos, sedes de multinacionales, BMW, Hondas, Audi, Porsche y Mercedes por doquier, filiales de las firmas más caras y sofisticadas del mundo (Cartier, Ferrari, Rolex, Vuitton, Chanel...) pero las riendas de la economía y los medios básicos de producción están férreamente en manos del Estado. El experimento chino abruma pero, evidentemente, funciona, como que se trata del país que más crece en el mundo.
Den Xiao Ping, bajo cuyo liderazgo la República Popular China emprendió las reformas económicas de liberalización de la economía comunista que permitieron a este país alcanzar unas impresionantes tasas de crecimiento económico, lo expresó con sutileza: lo importante no es el color del gato sino que cace ratones

 

Monumentalidad y smog.
Un estereotipo que se hace pedazos en China es el de las multitudes ciclistas, algo que caracterizó la época de Mao. Ahora, además de la multitud de automóviles (muchos de ellos de alta gama) lo que impresiona son las motos; miles de ellas, de toda cilindrada, clase y marca, con dos peculiaridades: la primera es que un alto porcentaje son eléctricas, absolutamente silenciosas, lo que eleva el riesgo al desplazarse entre los audaces conductores chinos; la otra es que en Beijing todos andan sin casco, lo que da por el suelo con la idea de la disciplina oriental. No ocurre lo mismo en Xian y Shanghai.
Esas multitudes de motoristas en dos y cuatro ruedas contribuyen significativamente a la nube de smog que cubre aquellas grandes ciudades, generada por las fábricas y las grandes centrales eléctricas alimentadas por carbón, con una demanda constante de energía por el progreso chino. Para que el lector tenga una idea esa niebla casi permanente hace que desde un piso treinta y cinco (más de cien metros de altura), no se divise más allá de dos o tres kilómetros de horizonte, obviamente poblado de edificios.

 

Shangai
El gran poeta cubano Nicolás Guillén celebraba la revolución comunista china de 1948 escribiendo:

 

Shanghai.
No hay ni un yanqui
Ya en Shanghai.

 

Hoy no podría decirlo porque debe haber muchos yanquis en esta enorme (22 millones de personas) ciudad china, casi todos hombres de negocios, y muchos más japoneses y europeos, también de la misma especie. Es que Shanghai aparece como un símbolo de la amalgama por la que ha optado el nuevo país: un crudo capitalismo, arrollador, asentado sobre una estructura socialista. En la peatonal de la ciudad donde se fundó el Partido Comunista Chino se alinean las casas representantes de las más sofisticadas y caras marcas occidentales, mientras que en las calles se advierte claramente la desigualdad de clases sociales.
A propósito, parecería que Nueva York ha perdido ya aquel difundido mote de "Ciudad de los rascacielos"; al menos Shanghai la ha superado con su enorme cantidad de edificios que se elevan más allá de los doscientos o trescientos metros, de moderna y relumbrante arquitectura. El más alto del mundo está aquí, dicen los chinos, ya que el de los Emiratos Arabes lo es con trampa, porque incluye una antena. El rascacielos máximo de Shanghai, desde el suelo a la azotea, tiene 540 metros. A unas pocas calles de allí están levantando otro que alcanzará los 614 metros... Da vértigo solamente de pensarlos...

 

Misterios de la economía.
¿De dónde salió el capital que ha puesto en marcha tan acelerada este enorme país? Es algo que escapa a mi comprensión y dejo a los economistas, porque aquí no hubo un derrumbe y apropiación, como en la Unión Soviética, sino una transición controlada a algunas formas capitalistas que, por lo visto, dieron resultado. Quizás parte de la respuesta esté en que un mercado de más de mil trescientos millones de clientes resulta irresistible para cualquier capitalismo que, con el pragmatismo que siempre ha destacado esa doctrina, se adaptó rápidamente a las condiciones del Estado, que sigue manejando los resortes fundamentales de la economía y que pone a China a un pasito de ser la primera potencia del mundo, ya que también ha hecho inesperado avances en el terreno científico y militar. "El Oriente es rojo", tal cual repetía incansablemente el primer satélite que los chinos pusieron en el espacio.

 

Presencia de Mao.
La discreta pero constante presencia de Mao (en carteles, en la moneda, en la televisión, en el afán popular por visitar su mausoleo...) bien merece otra consideración, por supuesto que a través de la conversación con los guías, que eran niños a la muerte del líder comunista. Uno de ellos nos dice que el rasgo característico de su época era la baratura de las cosas y que se vivía con apenas cien yuanes mensuales (diez veces menos que en la actualidad), aunque reconoce la rigidez política existente por entonces. El otro lo acepta como líder pero lo reconoce como producto de las circunstancias del pasado, tan distintas a las actuales. Subraya que los chinos todavía no han terminado de comprenderse a sí mismos, pero que gustan de las cosas buenas de la vida, parte de las cuales les llega de Occidente.

 

El "curro" de los guías.
Las habas, ciertamente, se cuecen en todas partes, y también en China. Allí, idioma mediante, se depende por completo de la persona asignada como guía, por lo que se va adónde y cuando ella diga. El día que visitamos la Gran Muralla nuestra cicerone pasó antes al grupo por una fábrica de artesanías, maravillosas, por cierto, pero que restaron casi dos horas a nuestra posibilidad de visitar la fantástica obra. En todos los rostros, bastante enfurruñados, latía la sospecha del porcentaje en las ventas.

 

Masiva, e imitada.
Cualquier persona que viaje al Oriente alberga, en más o en menos, un secreto deseo: la adquisición de electrónicos a precios muy accesibles. Es posible que en China se lleve un chasco. Por cierto que abundan los lugares de venta y los vendedores, ambulantes o semi, portadores de relojes Rolex, Cartier u Omega, lapiceras Mont Blanc, prendas de seda, estatuillas de porcelana, notebooks cámaras y tabletas digitales y teléfonos de última generación, pero con un pequeño detalle: son falsificaciones, algunas de ellas de alta calidad en cuanto a la estética al menos, como que en lo externo no se los diferencia de los originales. Claro que -y esto lo advierten los guías y los encargados de hoteles-el funcionamiento de tales maravillas puede ser de varios años o de algunos días. Son muy baratas, pero es un riesgo que se corre indefectiblemente. Observando la realidad circundante parecería que los chinos, factorías mediante y aprovechando su genialidad en la imitación, van mejorando la calidad de lo que imitan y su industria ya sale de la mediocridad.
Otra característica de las ventas es el regateo. En uno de los inmensos mercados de Beijing (un edificio de varios pisos donde se vende de todo, y todo igual a las marcas originales, aquí impúdicamente adjudicadas) es el regateo; los vendedores -y sobre todo las vendedoras-que se ubican en los puestos, ante el menor atisbo de una mirada de interés se precipitan al posible cliente tirándole cifras en yuanes... y rebajándolas en la medida que uno quiere alejarse; así, lo que empieza costando 500 termina en 50 ó menos, una manera incomoda a nuestro sentido de la compra. Algunas vendedoras, aprovechándose de su simpatía, fragilidad y blancura inmaculada, no vacilan en sujetar al posible cliente.

 

La superstición.
Sorprende un rasgo de todos los chinos, destacado por ellos mismos: la superstición. Ella es manifiesta en varios aspectos pero acaso los más destacados sean las parejas de leones (macho y hembra) que custodian la entrada de innumerables edificios, algunos muy antiguos, y que simbolizan descendencia y dominio. O el color rojo, que entraña suerte y alegría.
Pero lo que más llama la atención es el temor al número cuatro, cifra de mala suerte y muerte para ellos. Hoteles de cinco estrellas carecen del piso catorce y las patentes que no tienen ese dígito son difíciles de obtener, y más caras. Hasta es posible su reventa con ganancia. Los teléfonos celulares de última generación (que usa continuamente la mayoría de la gente, ya sea para hablar, jugar o informarse) también entran en la creencia y los que cuentan al cuatro entre sus números no son del todo bien vistos.

 

El abandono de las niñas.
Un rasgo terrible de una parte de la sociedad china es la persistencia del feminicidio. Hasta un siglo atrás (y quizás menos en zonas atrasadas) se mataba a las niñas recién nacidas, un criterio bárbaro que acaso arranque en la prehistoria, cuando se superó la etapa matriarcal y las niñas pasaron a ser potencialmente una boca más que alimentar, contra la condición de futuro cazador de los varones. Esa práctica se vio refirmada con las terribles hambrunas que sufrió el país a lo largo de milenios.
Lo que asombra y estremece es que en algunos sitios, todavía hoy, se suele abandonar a las recién nacidas en la calle. Por esta razón abundan los orfanatos femeninos, de no muy buenas condiciones, especialmente en el sur del país, según nos confirman los sucesivos guías. Es relativamente frecuente que matrimonios extranjeros puedan hacer adopciones sin demasiados problemas. Cuando se habló del tema las precisiones derrumbaron el humor del grupo de turistas europeos y americanos, que quedamos sumidos en una asombrada tristeza.

 

Padres e hijos.
La política de un solo hijo por matrimonio es poco menos que inflexible en el país asiático. El nacimiento de un niño más puede traerle muchos problemas a los progenitores, pero también al niño que, según lo que nos informan, se trasformaría en una suerte de paria para el Estado, lo que no es justo en modo alguno. Sin embargo esa política está planteando algunos problemas relacionados con un rasgo tradicional y vigente en aquella cultura oriental: el cuidado de los padres cuando son viejos. Un matrimonio de ancianos, al que suelen agregarse los suegros por la otra parte, suele ser una carga demasiado pesada para un solo trabajador, aunque la atención se limite a la convivencia diaria. Los estadígrafos chinos parecen haber advertido que su población comienza a envejecer, al igual que en casi todo el mundo desarrollado, y ya evalúan planes para mejorar los que es, simultáneamente, su mayor capital y su mayor problema.

 

La comida.
Se ha dicho que en China se come todo lo que tiene cuatro patas, a excepción de las mesas, y todo lo que vuela, menos los aviones. Es posible que sea muy cierto porque generar alimento para mil trescientos cincuenta millones de personas no debe ser sencillo. Baste recordar que en las grandes hambrunas que sufrió el país en el siglo pasado los muertos por inanición llegaron a contarse por millones, registrándose actos de canibalismo.
Los hoteles y restaurantes que programan los viajes turísticos están, más bien, orientados a una cocina similar a la occidental pero tuvimos dos evidencias inquietantes. La primera fue la ingesta de algo que tomamos por cola de vaca, pero que no lo era ni en el gusto ni en la terneza; una segunda mirada nos recordó a la conformación de las vértebras viperinas, lo que no nos causó demasiada gracia pero, en la duda, preferimos recordar aquello de que "lo que no mata, engorda".
La otra fue la respuesta de nuestra guía pekinesa (o beijinesa), que nos explicaba las muchas trabas que hay en la ciudad para mantener un perro mediano o pequeño (los grandes están prohibidos). Alguien la interrumpió para preguntarle si era cierto que en China se comían los canes. La respuesta fue contundente: "son muy ricos".

 

Chiste chino.
Pregunta: ¿Qué es los que pueden hacer todos los animales menos el oso panda?
Respuesta: salir en fotos color (el panda es blanco y negro)

 

¿China se avecina?
Según datos de Wikipedia -un sitio de Internet imposible de sospechar de antiestadounidense, más bien lo contrario- el crecimiento de la economía china es tan rápido que superará a la de los Estados Unidos hacia el año 2016. Otros medios informativos indican plazos todavía más breves, como el año venidero. "El éxito de crecimiento de esta potencia se debe, básicamente, a la fabricación de productos con una mano de obra barata, buena infraestructura, la productividad relativamente alta, una política gubernamental favorable y un gran cambio en su economía posiblemente infravalorado". Todo un diagnóstico de presente y futuro, como quien dice.
Ironías de la vida: este periodista, en una charla de un cuarto de siglo atrás en la que intervenía un político local, se atrevió a destacar los avances económicos de China y la posibilidad de que llegara a convertirse en un serio rival de los Estados Unidos. Entre gestos airados y de suficiencia se lo calificó de ignorante y sectario.

 

Walter Cazenave*
*GEOGRAFO y escritor

 

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