Jueves 15 de mayo 2025

El escritor versátil

Redacción 08/12/2013 - 03.24.hs

Claudio Deseo*
Periodista de profesión, no deja de ganar distinciones por su otro amor: la literatura. Entre fútbol y novela negra, este año logró el premio Extremo Negro-BAN! con "El último milagro".
Horacio Convertini siempre tuvo esa dicotomía entre el periodismo y la literatura. De joven, con algo más de veinte años, cuando consiguió su primer trabajo profesional en Diario Popular, la dualidad que formaba parte de él estaba escondida, camuflada detrás del tecleo en las antiguas Remingtons y Olympias y en las primeras computadoras que llegaron a aquella redacción de la calle Beguiristain, en Avellaneda.
Su anhelo por ser periodista, en una época efervescente por el regreso democrático, lo llevó a enfocar todo su entusiasmo juvenil en una profesión que hoy, después de tres décadas en gráfica, ejerce como editor general del diario Muy, tras haber sido jefe de la sección policiales en Clarín y responsable de la revista Mística, entre otras cargos.
Sin embargo, ese entusiasmo por la literatura nunca se apagó. El paso del "amateurismo" al "profesionalismo" fue gradual, y hasta quizá inesperado. Porque cuando alrededor de los treinta concurrió a un taller literario para aprender técnicamente lo que hasta ahí era un pasatiempo, jamás pensó llegar a lo que llegó. O quizá sí, en sus fantasías más profundas. Si fuera así, nunca lo verbalizó.

 

"Rebotador serial".
Actualmente, con 52 años, la mujer de toda su vida y dos hijos, ha sorprendido gratamente a muchos críticos. Desde que en 2008 publicó su primer libro, "Los que están afuera", con el que obtuvo el segundo premio del concurso del Fondo Nacional de las Artes en la categoría cuentos, no paró de sumar distinciones. Y aunque en alguna entrevista lo hayan catalogado de ganador serial, el prefirió declararse "rebotador serial", por los rechazos sufridos, y también "campeón de la estandarización".
Sea uno y otro, o los dos a la vez, lo real y concreto fue que a partir de allí, y en apenas cinco años, publicó las novelas "El refuerzo", "La soledad del mal" y "New Pompey" (solamente en Venezuela) y los libros infantiles "La leyenda de los invencibles", "La noche que salvé al Universo" y "Terror en Diablo Perdido".
Con una versatilidad innata para saltar de un género a otro como por arte de magia, entre 2012 y 2013 consiguió las dos distinciones más importantes de literatura negra que se entregan en la Argentina: el Azabache, con "La soledad del mal", y el Extremo Negro-BAN!, con "El último milagro" (ver aparte). Además, con "La soledad..." se trajo el Memorial Silverio Cañada, premio a la mejor primera novela negra de habla hispana que otorga la prestigiosa Semana Negra de Gijón, lo que despertó el interés de editoriales europeas.

 

Concursos y concursos.
Convertini, hombre nacido en Pompeya y gustoso de ser de barrio, no ha cambiado en su esencia desde aquel primer empleo en Popular. Sigue hablando y gesticulando a borbotones, con un lenguaje fluido y frases ocurrentes. Por eso suena cómico cuando relata su método casero de inicio en la literatura: los concursos literarios. Que, asegura, son unos 3.500 en el mundo para autores de habla hispana, con epicentro en España.
El cuenta que diariamente revisaba los sitios gratuitos que publicaban esas convocatorias, imprimía las bases y condiciones y resaltaba con un fibrón rojo la cantidad exigible de páginas, si podía enviarse por internet y hasta el monto del premio. Así fue acumulando hojas en una carpeta de cartulina gris. El último paso, para no extraviarse en ese desorden de papeles, era asentar el cronograma de vencimientos en un cuaderno y dejar constancia de los textos enviados.
Ese silencioso intentar del día a día en su casa de un pasaje de Parque Chacabuco dio sus frutos. En 2006 ganó un concurso de ascenso, con la doble gratificación de saber que sería publicado y que llegaría acompañado de 600 euros. El dinero le sirvió para darse un gusto: viajar a España a recibirlo. Después llegarían otras distinciones, de mayor jerarquía y mayor dinero (aunque las sumas nunca alcanzaron para viajar con la familia dos semanas al Caribe...) y un presente que hasta lo hizo dudar del periodismo. Pero la duda fue fugaz. "No se puede vivir de la literatura. Al menos yo no podría. Y cuando estuve en Gijón hablé con escritores españoles, mucho más importantes, que sobrevivían dando clases particulares", detalla Convertini sentado en una café porteño.
-¿Cuáles son tus referentes en la literatura?
-El principal es Pablo Ramos, autor de "La ley de la ferocidad" y "El origen de la tristeza", porque además de ser un autor indispensable ha sido conmigo un gran maestro. Creo que si no me hubiera cruzado con él, hoy no estaría haciendo esta entrevista. Ramos es la combinación perfecta de Bilardo y Menotti: riguroso en el trabajo de los textos, enseña a corregir, a no ser autocomplaciente, a buscar la mejor historia y la mejor forma, pero al mismo tiempo es un motivador fabuloso, te ayuda a creer en vos mismo y a sacarle jugo a tus virtudes. Él me metió en la cabeza que yo podía ser escritor y me dio herramientas prácticas y teóricas fundamentales. Después, como lector, admiro y sigo a muchos: Leo Oyola, Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada, Osvaldo Soriano, Mario Vargas Llosa, Fabián Casas, Juan José Millás, Arturo Pérez Reverte, Quim Monzó, Juan José Manauta, Graham Greene, Georges Simenon... Cuando los leo, algunos me invitan a escribir y otros directamente parecen decirme: "Pelado, dedicate a otra cosa".
-¿Cómo podés escribir géneros tan diferentes, pasando de lo infantil a la novela policial negra como si nada?
-El género infantil apareció como una forma más de búsqueda en aquellos tiempos en los que me desesperaba publicar. Tenía que probar, ver si las ideas que me rondaban en la cabeza podían seguir ese camino. Tuve suerte: mi primera novela, "La leyenda de los invencibles", fue finalista del premio Barco de Vapor y la editorial SM decidió publicarla. Todavía se sigue vendiendo muy bien y forma parte del programa de estudios de varios colegios. Luego siguieron "La noche que salvé al Universo" y "Terror en Diablo Perdido", con la que gané este año el premio Sigmar de literatura infantil y juvenil. Cuando escribo para chicos trato de transmitir algún tipo de valor moral: la solidaridad, el compañerismo, el altruismo. Cuando escribo para grandes elijo el costado miserable del alma, de ahí que mis novelas terminen siendo historias de crímenes y criminales.
-¿El interés por la literatura viene desde siempre o surgió a partir de trabajar en el periodismo?
-De pibe leía bastante. Historietas, desde luego, y novelas. Al principio, clásicos de la literatura adaptados, los mitos y leyendas de la enciclopedia "Lo sé todo", Julio Verne, Emilio Salgari. También me gustaba escribir: la mejor tarea que me podían dar en el colegio era una composición, aunque fuera el tema "la vaca". Pero mi primer compromiso serio con la escritura fue con el periodismo, en las redacciones, tipeando a las apuradas un comentario de fútbol con máquinas de escribir a las que les faltaba una o varias teclas. Los dos mundos, el pasivo de la lectura y el activo de la escritura, se unieron medio a las cansadas, cuando después de mucho tiempo me di cuenta que necesitaba dar el salto a la narrativa. Algo adentro me lo pedía.
-¿Qué te da el periodismo y qué la literatura?
-El periodismo, después de treinta años de trabajo en redacciones, me da un sueldo y certezas. Me quitó el miedo a la página en blanco y me creó la compulsión a terminar lo que empecé. También me ha dado velocidad para resolver en poco tiempo, porque tiempo nunca sobra. La literatura es pura incertidumbre, un territorio en el que todavía me muevo como un intruso, un oficio en el que aún ciertos mecanismos se me escapan. Además, es el espejo que me muestra de la manera más brutal y sincera mis limitaciones.
-¿Los personajes de "El último milagro" son todos supuestos o fueron extraídos de la realidad?
-Yo observo mucho lo que me rodea y voy tomando registros de situaciones o rasgos que me parecen "literarios". Simaldone, ese intermediario futbolístico medio trucho de la novela, tiene muchas características de un periodista deportivo que tenía cierta fama cuando yo comencé en el oficio. Le "robé" la tartamudez, el peluquín y cierta picardía para sobrevivir entre pirañas. Cada personaje es un Frankestein construido con retazos de gente que alguna vez vi. Uno de los momentos más divertidos es el de crearle una historia y un perfil a cada uno.
-¿Qué te dio mejores resultados, la "inspiración" o la tarea metódica de sentarte todos los días a escribir y reescribir?
-La inspiración no existe. A nadie se le prende la lamparita de un día para el otro. Yo creo en la tarea de sentarte dos horas todos los días delante de la pantalla a escribir, corregir o revisar. La literatura es un trabajo por momentos físico, y requiere la predisposición de los futbolistas, que se abstraen de todo y salen el domingo a jugar a partir de lo que entrenaron en la semana. Te equivocás feo si creés que esa jugadita clásica de Messi, en la que va desde la derecha al medio desparramando rivales y la clava de zurda con comba en el ángulo, es el fruto de un destello de inspiración. Es el resultado de miles y miles de prácticas, y no siempre sale. Acordate del mundial de Sudáfrica. La intentó como cuatro o cinco veces y no entró ninguna. "El último milagro" es el resultado de dos años de escritura, corrección, reescritura, cambio en el orden de los capítulos y una mirada crítica. Si hoy volviera a agarrar el original, probablemente le cambiaría un montón de cosas. Porque en todo este tiempo entrené más y mejor. Y soy otro.
*PERIODISTA

 


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