Sabado 03 de mayo 2025

El silbador

Redacción 18/12/2016 - 01.06.hs

Daniel Pellegrino*-Jorge Warley*
La obra de Edgar Morisoli es por demás extensa, un reguero de publicaciones que arrancó hacia mediados de la década del cincuenta y con porfía periódica persiste hasta la actualidad.
El celebrado Salmo bagual, de 1957, de Edgar Morisoli está por cumplir los sesenta años de vida. Y quienes siguen de cerca al autor saben que el sendero lejos está de interrumpirse, más bien todo lo contrario si se tiene en cuentan las infidencias permanentes acerca de títulos por venir, los inéditos que el propio orejea en las solapas, las correcciones y reediciones de lo ya hecho, los apuntes para desarrollar que descansan en el cuaderno de notas.
De conjunto, ese trayecto artístico se ordena en relación a dos fuerzas. Una mayor, que engloba al conjunto; que reúne eso que se suele llamar 'estilo' con una serie de temáticas obsesivas, que permanecen por debajo de las diversas perspectivas con que se las trata en este o aquel verso. La otra, que aquí obligadamente llamamos menor, pero no por tal denominación es más importante, y es la que cierra cada obra sobre sí y le da un eco particular, una cierta identidad.

 

Compañeros de ruta.
Dentro de las temáticas constantes de Morisoli está la cita y homenaje a sus colegas poetas, los que acompañan y mantienen compromiso social con los de abajo. Así, en este último libro dedica "La grande mariposa" al poeta cubano Regino Pedroso y Aldama (1898-1983), al venezolano Alí Lameda (1923-1995) "La bienvenida". También se detiene en la composición prosaica de estilo lírico que sobre el poeta-leñador japonés Boksuí, Atahualpa Yupanqui dedicó su clásico "El monte de los mil pinos". Algo particular y notable es que don Ata utiliza la grafía y la dicción "Box Ziú" para nombrar al poeta legendario que vivió en una aldea situada en el pequeño cerro Sembo Matzubara. El poema de Morisoli se titula "La búsqueda de Boksuí".
Morisoli ha venido repitiendo desde largo tiempo tales rescates y recuerdos de sus pares, a quienes les dice: "Nuestro camino es otro / y todo finca, poeta, en ser fieles al rumbo / que elegimos. Ahora, que transito años altos / de mi existir, e hilvano esta misiva en versos / desaliñados, grávidos de afecto y confluencia". Si bien estos versos se titulan y son un "Recado para Héctor David Gatica", poeta riojano, valen para extenderlos a todos los poetas que Morisoli nombra en distintos libros. También en este mismo poemario ("Una vida no basta", 2015), recuerda a un salteño, "Reencuentro con Walter Adet" (1931-1992), y de paso, en otro poema, actualiza la gauchesca popular en "Quedó una claridá...", en el que memora el legendario encuentro de los payadores Gabino Ezeiza y Maximilano Santillán en Cuchillo Co, en 1901.

 

Los años altos.
Para no abundar en esta retrospectiva, solo citemos un libro más, "Pliegos del amanecer", de 2010. Un poema recuerda la visita de Armando Tejada Gómez ("Armando/1960"); en otro describe un encuentro y saluda al abogado, historiador y poeta de San Luis Jesús Liberato Tobares, quien relató a Morisoli la anécdota de "El palo azul", historia de un pocero quien cava en busca de agua y llega a ella guiado por la raíz profundísima de la mentada planta.
Y así hasta el presente. Es interesante imaginar que el primer poema de Para los días que vendrán guarde la subyacente intención de referirse, por ramificación, a todos los poetas que gravitan en su trayectoria, más allá de que este poema en particular, "Los años altos", sea una relación dialógica, dramática, entre el autor y su alter ego poético:
...alguien de ochenta largos que aún marcha por los días
cantando a trechos y llorando a trechos por la heredad terrestre y sus criaturas,
por la invicta belleza desgarrada del mundo,
por el nuevo alborear del pueblo continente,
sin olvidar el íntimo recodo
donde palpita la palabra 'pago', la palabra 'querencia'.

 

Y para más, se juega en cada página
a cara o cruz, el todo por el todo,
la vida por la vida,
ya sea en la trinchera que defiende a la rosa,
o en la rosa que brinda su aroma a la trinchera.

 

Capítulo 2016.
Acaba de ser distribuido, entonces, por la editorial santarroseña Pitanguá, el capítulo 2016 de la saga morisoliana; lleva por título Para los días que vendrán. Lo primero que resalta del libro es su tamaño; el formato de veinte por veintiocho centímetros parece todavía mayor por el gris pleno, casi plateado, que lo cubre por entero. En el centro entre los negros y blancos del grabado, una mariposa se escapa de su encierro en el jardín.
En el interior a la ilustración de la cubierta se suma otra que van escandiendo las diversas partes y que se cierra con una foto a color del autor que sigue atentamente una lectura sobre historia, mientras su mujer le alcanza un mate, como para llenar en la clausura del volumen la mesa y las sillas que en el grabado inicial se encontraban vacías, como esperando.
Como en anteriores libros de Morisoli, nuevamente en la ocasión los grabados y collagraphs son aportes de Dini Calderón y Marta Arangoa.
Para los días que vendrán compila una treintena de poemas distribuidos en ciento sesenta páginas, a las que se suman media docena de "Rastros" que asoman entre ellas. Por allí se desparraman estos "Rastros" en unas hojas de papel especial, amarillo, que sirven para destacar, quizás, el acento más filosófico de algunas poesías. O su tono más intimista, confesional: en la última, aquella que está detrás de la fotografía -tomada por el hijo, Juan Pablo- que rememora a la esposa ida, se lee:
En los nidos se apaga el bullicio del día.
Extraño tu tibieza.

 

Canciones.
Entre los textos hay uno que inevitablemente parece destinado a capturar de un modo especial la atención de los lectores. Está sobre el final y se llama "La canción que venció a los vencedores". Se trata de la "traducción" lírica de un duro episodio histórico, por desgracia común en la conformación territorial del sur argentino. La anécdota está sacada de Vida entre los patagones, de George Musters, y cuenta que el pacífico y hospitalario cacique tehuelche Olkelkkenk junto a su pequeña tribu fueron tomados prisioneros por las tropas nacionales del regimiento séptimo de caballería en el momento en que la toldería se encontraba de fiesta; ocurrió en la noche del 18 de julio de 1883 y de inmediato los capturados fueron trasladados, hacinados en las bodegas del Villarino, a la ciudad de Buenos Aires: "la tropa, sus prisioneros -57 personas- y el botín apropiado llegaron a puerto Deseado el día 19 al atardecer. Los tehuelches, rodeados por los soldados, venían cantando". ¿Qué cantaban? Los testimonios que posibilitaron que el suceso perdurara no conocían aquella lengua así que intentaron conservarla traspasada por los garabatos de la escritura: "Le quenqueyaque de ya, le yuqueleló...".
Junto con la edición del libro se entrega una grabación en DVD con la "lectura escénica", mechada con canciones de connotación araucana-tehuelche, que se realizó del poema en septiembre de 2015 en el Teatro Español de Santa Rosa.
Frente el espíritu casi épico de este poema, Morisoli juega al contrapunto con aquellos que más bien se maravillan ante las más pequeñas escenas cotidianas y el rescate de los personajes que son nadie, como ocurre con el "palero en la Salina", a quien "el crudo resplandor quemó sus ojos. Lo dejó casi ciego", y que se lo recuerda junto a su "vetusta radio de transistores / para escuchar el fútbol", o, "silbando un milongón".

 

El lector.
Otra de las piezas que vale destacar es "La grande mariposa", aquella a la que refiere el grabado de tapa. En ella se mezclan los entusiasmos del creador y el lector de poesías en torno al feliz encuentro en La Habana de la obra completa de Regino Pedroso y Aldama, el poeta cubano ya mencionado, autor de Más allá canta el mar..., que en sus inicios tentó el camino estético inaugurado por Rubén Darío modernista, pero que de a poco fue inclinándose hacia una temática social.
"Para los días que vendrán" se presentó el cinco de noviembre último en el salón de la Unión de Jubilados, Retirados y Pensionados Civiles de La Pampa. Además esa noche Morisoli recibió una distinción más por su labor y trayectoria: un diploma de manos de la senadora Norma Durango, "Mención de Honor Senador Sarmiento".
Por último hay que destacar, y como es de estilo en cada una de las presentaciones de libros de Morisoli, el acompañamiento de músicos que ilustraron varios de sus poemas. De este modo Mario Figueroa hizo una versión coral de "Del manoverde"; Lalo Molina cantó "El rescoldo"; Delfor Sombra "Lejana"; Oscar García "A solas sin soledad".
*Docentes de Letras, UNLPam

 

'
'