Miércoles 25 de junio 2025

Tango y jazz: los títulos sicalípticos

Redacción 21/02/2016 - 20.58.hs

Wálter Cazenave *
Allá por los lejanos tiempos de finales de la niñez y comienzos de la adolescencia, once o doce años, recuerdo una tarde en casa de un amigo de buena condición económica que ejercía el -por entonces-- privilegio de tener un tocadiscos. Del aparato surgió una música, dinámica y ruidosa y pegadiza. Mi amigo me dijo que aquello era jazz y me preguntó que música me gustaba. Yo, con inocencia y sinceridad, dije que el tango, que era lo que se escuchaba en mi casa, en mi familia y en mi barrio.
Mi amigo -Carlitos se llamaba-, esbozó un gesto de repugnancia y dijo: -¿Tango…? Pero eso es algo que salió de lo más bajo de la gente… ¿Cómo vas gustar de esa música?
Yo, sin argumentos, quedé anonadado ante la información que, para más, estaba avalada por referencias de familiares de mi interlocutor.
Sesenta años después evoco la anécdota con una nostalgia y pena distantes y advierto la ironía que gasta a veces la historia.

 

Del pueblo.
Que tango y jazz son dos ejemplos estupendos del genio popular en materia de música creativa ya no cabe duda alguna. Aunque en, y con, distintas circunstancias ambas surgieron del revoltijo cultural que generó la historia de América (del Norte en unos, del Sur en otros), en ambas con una fuerte componente del sentido musical aportado por la raza negra, que sirvió de expresión a diversas -y casi siempre poco gratas- circunstancias para con sus protagonistas. Obviamente el ambiente material que obró de sustento y medio para el desarrollo distaba mucho de el de las clases acomodadas, que adoptaron esas músicas posteriormente.
En lo que hace al tango, junto a los lugares de baile propiamente dicho, son más que conocidas las casas de fiestas que ocultaban con escaso disimulo ambientes prostibularios o lugares de cita. De hecho cantidad de los títulos iniciales aluden a la sexualidad de aquellos sitios, ya sea con picardía, doble sentido, sutileza y juego de palabras o, directamente, rozan la grosería, La mayoría de ellos carecen de letra, por lo que la intención del título no deja dudas. Debo dar la razón a mi lejano amigo en cuanto a sus prevenciones en lo que hace a uno de los ambientes (no el único) de donde surgió la música porteña. Así son muchos los títulos procaces que responden a esta pseudo clasificación, cómo se aprecia en el recuadro).

 

Cabe señalar que algunos de ellos, por su música pegadiza y letras presuntamente inocentes, gozaron de gran popularidad hasta época muy avanzada. Todavía en los años cincuenta del siglo pasado los chicos cantaban ingenuamente:
Bartolo tenía una flauta
con un aujerito solo…

 

Un origen más variado.
La moderna historiografía tanguera, desprovista de tradiciones dudosas y pintoresquismos discutibles, no está en un todo de acuerdo con ese enfoque de tangos prostibularios, fundamentalmente porque no parece ajustarse del todo a la verdad. Dos estudiosos, Ricardo García Blaya y Bruno Crespi, dicen al respecto con agudeza y originalidad:
Que el tango no nació en una "cuna de oro" coincidimos todos. Pero de allí a decir que es un producto musical parido en casas de tolerancia nos parece temerario, absolutamente desacertado y hasta con un "tufillo" ideológico.
¿Como un escritor culto y refinado de Buenos Aires -la París de Sudamérica- podía aceptar esa música nacida en el suburbio pobre, entre gauchos y peones, entre compadritos e inmigrantes, atentatoria al decoro social, prohibida y pecaminosa, sin exorcizarla?
Había que darle una explicación pintoresca y audaz que justificara su posterior aceptación, pero al mismo tiempo que dejara aclarado que recién a su regreso de Europa esa música arrabalera se hizo socialmente buena. Un verdadero disparate.
En otras palabras: que vivió ambientes prostibularios no hay duda, que nació allí merece discutirse.

 

En el “barrio alegre”.
En lo que hace al jazz sus orígenes también se hunden en una tradición obscena y pintoresca, bastante parecida a la del tango y surgida por los mismos años. De hecho no hace falta probar que su origen y arraigo primeros fueron en Storyville, el barrio “alegre” de Nueva Orleans, donde por entonces había uno de los asientos más importantes de la flota de guerra norteamericana, y era el área prostibularia reconocida de la ciudad .
Lo mismo que en tango al origen de la palabra jazz se le dan variadas explicaciones, frecuentemente relacionadas con el sexo y sus componentes y actividades colaterales, armónicas con el barrio y su actividad. Algunos teóricos han señalado con brevedad y precisión que “A principios del siglo XX el jazz es rústico, proletario y de bastante mala reputación” La evolución de esa música y su trascendencia a distintos ambientes es una historia riquísima y fascinante, pero que no hace a esta nota ni está dentro de las capacidades de este autor. Ambas músicas, también evolucionaron a posteriori hacia formas de sorprendente riqueza, alejadas de sus orígenes, y no fueron desdeñadas por muchos de los autores considerados “serios”. Pero remarcado el común denominador de ambiente atribuido o influyente en ambas es interesante exponer una lista de títulos relativos a su época primigenia en los que la alusión sexual –pìcara, sutil o explìcita—aparece lo mismo que en su congénere musical sudamericano.

 

Similares y geniales.
Así pues, y con relación a la lejana anécdota de adolescencia con que se inició esta nota, si aquel ya perdido amigo Carlitos siguió indagando en la música que tanto le gustaba, cuál no habrá sido su sorpresa al comprobar que sus orígenes sociomusicales fueron –para usar sus mismas palabras— muy bajos, al margen de geniales y populares. Una mirada no demasiado profunda sobre el repertorio de la cuna del jazz hasta los años veinte del siglo pasado advierte una cantidad de títulos que van desde lo pícaro a lo procaz, lo mismo que en el tango coetáneo o, si se quiere, algo anterior.
Los tangos que se citan a continuación corresponden mayoritariamente al período conocido como “de la Guardia Vieja”, cuando esa música nace y empieza a consolidarse y cuyo tope se ubicaría a mediados de la segunda década del siglo pasado. En sus nombres campea desde la insinuación a la metáfora y desde la sutileza a la grosería explícita, o casi. Todo en un lenguaje que todavía tiene vigencia en el habla popular.
Los recuadrados no son sino algunos de los muchos títulos propios de lugar y época, en algunos casos –dicen los musicólogos- reelaboraciones de otras composiciones en distintos ritmos. En algunos -El choclo, La budinera…-, la alusión sexual es directa o casi; en otros -Dame la lata, Soy tremendo, Siete pulgadas, Aquí se vacuna…-, son jactancias o aluden al funcionamiento del prostíbulo.
Va de suyo que las letras que solían acompañar a las músicas eran directamente pornográficas. Una circunstancia curiosa, o si se quiere grotesca, es que los títulos de las piezas que perduraron debieron cambiarse durante las dictaduras militares cambiando a veces, lo zafado por lo ridículo. No hace al caso abundar en el tema pero el ejemplo más acabado acaso sea el del tango El ciruja, que, sin ser procaz, es toda una pintura de ambiente, por el más recoleto El recolector.
En los temas de jazz que se contraponen es fácil comprobar la similitud motivacional, la intención o ambas cosas a la vez con los temas del Río de la Plata. Los ambientes donde surgieron, como ya se ha dicho, eran populares y densos, sexualmente escabrosos a menudo, pero con un componente de negritud más fuerte que en la música sudamericana. Los títulos (cuya traducción se pidió a conocedores del idioma inglés) hablan por sí mismo.

 

* Periodista e investigador

 

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