Jueves 17 de julio 2025

Nagasaki: La memoria del horror ¿nos condiciona?

Redacción 10/03/2016 - 15.09.hs

El problema consiste en reconocer que la memoria es imprescindible, pero que puede llegar el momento de preguntarse si debe ponerse un límite para que el recuerdo no sea condicionante de nuestro albedrío. Esto es así porque, por una parte, la memoria es, con el conjunto de capacidades cognitivas, lo que nos ha sacado de la animalidad y nos permitió construir la condición humana, y por otra parte, algunas de las decisiones fundamentales que el hombre debió tomar exigieron desconocer algo de la experiencia, de lo recordado. Cada individuo, cuando debe tomar decisiones mayores, lo hace renunciando a algo. Tal renuncia generalmente conlleva una dosis de injusticia hacia otros.
Alguna vez he recordado una letra en la que Facundo siente que debe dejar la casa materna (el rancho). La madre, que no puede evitar el llanto que le provoca esta partida, le dice: “Si así lo querés, Facundo, ahí tenés abierto el mundo, yo sacrificio no exijo”. Es como si para que algo pueda iniciarse, algo deba terminar. Un poeta expresó así esta situación dramática: “… por una golondrina /una nube viajera /prendí fuego a mi nave. /Este es mi drama oculto /fatal, que nadie sabe”.
La novela mentada se titula Viaje al fin de la memoria, de Gastón García Marinozzi, argentino nacido en Córdoba en l974, radicado en México desde hace ocho años. Es su primera novela y ha atraído el interés de la crítica. No la he leído, pero sí algunos comentarios y entrevistas con el autor realizados en México y la Argentina.

 

El pequeño migrante y
Su experiencia del peso
De la memoria ajena.
El personaje del Viaje al fin de la memoria es Mario Palmero, argentino, establecido en México desde su infancia, hijo de exiliados de la dictadura. El viaje se hace en automóvil desde México hacia Nueva York, donde ha sucedido lo del 11-9-2001 (torres gemelas). Se han suspendido los vuelos. Son tres periodistas los que viajan, todos veteranos de hechos horrorosos, en México y otros lugares.
Es un largo viaje y los tres tienen la impresión de que va a estallar la III Guerra Mundial sobre todo por cómo ha reaccionado la sociedad norteamericana y la de gran parte de Occidente.
Palmero se interroga si su existencia está condicionada por los hechos de que ha sido testigo o cronista y se pregunta si ha llegado el momento de descargar su memoria, eliminar recuerdos. Al mismo tiempo se pregunta qué pasaría si lo hiciese. Entonces le viene el recuerdo de su experiencia familiar, pues se ha criado en México y siempre, con sus padres exiliados, ha estado recordando a la Argentina. Lo que recuerda es la experiencia de sus padres y eso lo lleva a advertir que su memoria es la memoria de otros. Y también recuerda que un día su madre le dice basta. Basta porque ha decidido que ya no se hablará más de la Argentina. Ahora están en México y ya no pueden seguir sintiéndose argen-mex. Se asumirán como mexicanos.
Entendí este momento a partir de mi propio recuerdo de la experiencia argentina con la caudalosa inmigración y lo que costaba a los recién llegados asumir las consecuencias de estar ahora en un nuevo escenario para sus vidas. Y también costaba a los argentinos viejos entender a esos recién llegados, acerca de los cuales muchas veces se referían con burlas y con actitudes que lindaban la xenofobia. Esos migrantes debían sentir el peso de la memoria, que afectaba mucho a los que llegaron mayores y que en medida importante también limitaba a sus hijos, llegados aquí muy chicos o nacidos aquí. En la escuela y en el barrio estos chicos llegaban a sentir que esa memoria, que era la de sus padres, les era ajena y afectaba su propia integración.
García Marinozzi habla de su experiencia con el drama de sus padres en la dictadura argentina, el exilio de sus padres y su radicación actual en México. Su memoria es también, en gran medida, memoria ajena, memoria de la experiencia de sus padres. Además, su generación está exigida de cultivar la memoria, esa memoria que es básicamente la de experiencias de la generación anterior. Por eso su personaje, Palmero, llega a preguntarse qué pasaría si olvida algo. Sin embargo, el novelista sabe que la opción es traumática, porque la descarga de lo que más escuece puede conllevar una carga excesiva de injusticia, siendo que la justicia, la búsqueda de justicia, es uno de los objetivos distintivos de lo humano.

 

Sin llegar al extremo de
Funes el Memorioso, la
Memoria es condicionante.
Una entrevistadora le recuerda al novelista el caso de Funes el Memorioso, ese personaje de Jorge Luis Borges cuya memoria atesora absolutamente todo lo que le acontece y todo lo que llega a su percepción. Esto le sucede luego de un accidente que lo dejó limitado en su movilidad. Para contar un día de su vida Funes necesitaría 24 horas por lo menos. Su mente no se libera en momento alguno. Es prisionero de su memoria. Borges dice: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, es abstraer”. Funes, pues, no podía pensar. El fenómeno de Funes ha llegado a ser llamado memoria eidética. Ya he contado mi propia experiencia de esta memoria con respecto a momentos de mi pasado.
Los periodistas en viaje a Nueva York se sienten prisioneros de su experiencia del horror, porque su función es andar de horror en horror y eso los condiciona.
La respuesta a estos crueles interrogantes es todo menos sencilla. El autor dice que ahora se nos pide que no olvidemos nada y menos que nada el horror de la dictadura porque, de hacerlo, incurriríamos en injusticia. Él sabe y acepta que se debe reclamar justicia, pero eso mismo revela el poder de la trampa que condiciona la existencia. Y sabe que ahora, asimismo, sufrimos otros condicionamientos. Principalmente, estamos siendo aislados de nuestro prójimo. La tecnología permite comunicarse sin proximidad. Al no relacionarnos directamente con el prójimo (nuestro vecino) damos lugar al recelo, a la sospecha, al temor, a la hostilidad… Y, claro, también podemos ser manipulados desde esos mismos medios.
Como ve, lector, existen motivos para interpelarnos y tenemos necesidad de hacerlo para no convertirnos en sujetos vacíos de espontaneidad y llenos con cargas que no son de nuestra elección. De ahí la pertinencia de la pregunta: qué pasaría si olvidamos. Pregunta que interroga por el destino individual y por el mundo humano en su actual estado. Queda mucho por decir.
* Profesor de Filosofía.

 

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