Martes 16 de abril 2024

El dorso de la niebla

Redacción Avances 31/10/2021 - 12.49.hs

La escritora Lisa Segovia presentó su nuevo libro de poesía en la sala “Fantasma” de la Casa Museo Olga Orozco. “El dorso de la niebla” comprende 58 textos que hacen un recorrido, por momentos, inverso al trayecto cronológico.

 

Gisela Colombo *

 

El dorso de la niebla es el nuevo libro de poesía de una poeta consagrada en nuestro ámbito local. Se trata de Lisa Segovia. El pasado sábado 16 de octubre se presentó en la sala “Fantasma” de la Casa Museo Olga Orozco, en Toay, junto con la obra de Laura Carnovale, que oportunamente reseñamos para Caldenia y lleva como título “La que no soy”. La presentación conjunta ocurrió en una ceremonia ágil y cálida que coronó la jornada de sol espléndida, como un festejo ideal para el Día de la Escritora.

 

El dorso de la niebla es un conjunto de poemas de Segovia, conformado por cincuenta y ocho textos que hacen un recorrido, por momentos, inverso al trayecto cronológico. Como si se tratara de una retrospectiva poética que va desde este mismísimo tiempo de madurez –un periodo de balance– a la propia gestación.

 

“Llegó el tiempo del agobio” nos advierte la voz poética. Como si se pusiera en escena un momento en que la acción remite, e ingresa la reflexión profunda. Dolorosa reflexión ligada precisamente a un tiempo que se va sin remedio.

 

Si hay un hilo que atraviesa transversalmente el cuerpo del poemario ése es el de la sexualidad. En estos dos ejes, el de revisar lo vivido desde la perspectiva de su fugacidad y el asunto de la sexualidad, avanza la obra.

 

El texto refleja en esos primeros poemas la perspectiva de perder vitalidad, fuerza de resistencia contra la caducidad, a la que todo lo vivo está sometido. En efecto, el sexo es una herramienta de rebeldía contra el destino mortal. Tal raíz se encuentra en nuestra propia biología. Nadie escapa a la muerte, pero la procreación es un modo de eludir ese designio de destrucción y un acto de supervivencia en otro. “Copulamos con las muelas trizadas/nos tiemblan en la lengua/a veces/las tragamos/nos sangra la garganta”.

 

En el imaginario occidental los dientes representan la capacidad de deglutir los desafíos y convertirlos en algo nutricio. Aquí, por el contrario, se pierden las armas para sostener una vitalidad joven.

 

Esa sensación de ingresar en una etapa madura es experimentada como una partida de un tiempo que se está yendo y que está manifestándose en los elementos menos maleables del cuerpo. Las muelas, los huesos… “Los años/nos pesan/ en la última vértebra”.

 

Las rodillas, que suelen representar la humildad y genuflexión, son también una señal de la subordinación femenina en las que se han criado las mujeres de otras generaciones: “así nos enseñaron/a subirnos arriba de los amos/ con las rodillas en llamas”. O “nuestras rodillas/no son las mismas que a los veinte”. Ambas expresiones alimentan la imagen de una mujer subordinada y a la vez soporte. Mujer supeditada al poder de hombres que serán “los amos”.

 

La sexualidad está aquí problematizada: “ahí caímos/con zapatos rojos/ y lencería transparente/con la misma piedra”. Como si la sola entrega al esfuerzo de maquillarnos, de adoptar una apariencia sensual, fuera nuestra primera renuncia. Como si hubiera que esconder el verdadero rostro para tornarnos una muñequita estandarizada que no debe aspirar al goce sin su portaligas.

 

Media centuria.

 

La poeta reflexiona sobre las mujeres que están en su mismo trance de madurez: “algunas se dejan las canas/como una forma de rebelarse/se cepillan el pelo y piensan/nada de tinturas/esta soy yo”.

 

La fuga temporal implica la naturaleza material pero también el universo interior hecho de sueños: “ellas dicen que el medio siglo no les da miedo/pero tiemblan al pensar que no les queda tanto tiempo/hay que cumplir los sueños”.

 

Resisten: “otras hacen el amor a escondidas/con el mismo hombre oscuro/que las hizo llorar/o se compran un malbec y lo beben a sorbos/sin soda y sin hielo/refugiadas en la noche”;

 

“una corre a orillas de la laguna/ de algo debe escapar/ tan temprano se ata los cordones y sale tan solitaria amanece/mientras da un discurso de buena salud/tan solitaria amanece.”

 

“otra se llena de gatos y perros/se compra un tierno problema/cada día que ve un animal desamparado en la calle”.

 

Innumerables son las respuestas que todas ellas van ofreciendo para resistirse a sentir que la juventud primera se va. Pero la primera no es la última. No son las mujeres de medio siglo las abuelitas de mecedora, ovillos de lana y rodete apretado.

 

Fuego.

 

“En el medio del camino de mi vida” dice Dante Alighieri al comenzar su Comedia. Y lo explicita por ubicarnos en el proceso de introspección y balance. Luego, vendrá la asunción de una necesidad de cambio. En su caso, eso conduce a una suerte de limpieza y expiación que lo llevará al Infierno y luego al monte del Purgatorio. El fuego es, durante el trayecto, una permanente presencia, porque constituye el elemento de la trasmutación. Los antiguos alquimistas, entre los que Dante –según se cree– se contaba, utilizaban las llamas para simbolizar la transformación esencial del espíritu mediante las sustancias que fraguaban. La trasmutación de los metales es, desde entonces, imagen del fuego operando sobre el espíritu.

 

Pero entonces las determinaciones, las tendencias que la experiencia ya convirtió en acto, son tales que el sujeto no puede moldearse como arcilla. La puesta en acto de muchas experiencias ha delimitado las posibilidades. Ya no se dispone de esa potencialidad pura que valoran ciertas visiones orientales.

 

“Hefesto no las puede forjar/están hechas a imagen y semejanza/ de todos los deseos”.

 

Ya se han moldeado sus identidades a fuerza de soñar. Y ése también es un fuego que mantiene la fragua interior, aunque tal vez no pueda trasmutar la materia. Las mismas enfermedades pueden ser ejemplo de ello. Las mismas muelas y rodillas debilitadas invitan, en su más reposada disposición, a la transmutación interior.

 

“Estamos hechos de la misma sustancia de nuestros sueños” podría suscribir aquí William Shakespeare. Y quizá el balance de mediana edad manifieste una tendencia a profundizar en la comprensión de la naturaleza vital mientras algunas flaquezas del cuerpo invitan a detener las proezas físicas y los proyectos de expansión material que caracterizan la juventud.

 

No caben dudas de que el elemento “fuego” prevalece en este poemario. Pero aquí despunta el fuego como deseo. Los deseos de cumplir misiones y sueños existenciales.

 

“No saben si queda tiempo. / No saben/una erige un altar/ otra escoge una fuente con un Buda/ todas encienden velas por las noches/ y recuerdan el primer beso.// todas/recuerdan/ el fuego.”

 

Del tal modo se asume la capacidad de reducir a cenizas lo fugado, de dejarlo ir, y luego arder otra vez, en una de las valencias más medulares de la poética del fuego: la regeneración. Por ello se dice: “pero nos levantamos/ el fuego/no nos devora/nos enciende”.

 

Maternidad.

 

Así como refieren en el discurso los mecanismos con que las mujeres afrontan una etapa de medianía como ésta, también se manifiesta, como rasgo de madurez generacional, el perdón a los padres: “ninguna se cocina en el primer hervor/no llegan tarde ni a tiempo a ningún lado/y perdonaron a los padres/ los aman/así, como pudieron ellos/con todas las falencias”.

 

No se ha transformado la realidad, la experiencia, ni los defectos de los padres que nos han lastimado. El cambio es interior. Es inmaterial su trasmutación, porque han transformado la visión de la poeta.

 

Y si así se revisan es por la necesidad de comprender asimismo los vínculos con los hijos:

 

“Dicen que los hijos son hijos de la vida/pero los cobijan en sus casas/ les sacan turno al doctor/y les dan dinero para que no tengan sobresaltos”.

 

Ésta y muchas otras cavilaciones se dan cita en un poemario intenso y diverso.

 

Poema.

 

Cuando emerge el poema ocurre una iluminación innegable. No obstante, no siempre son paisajes amenos los que ilumina. El poema es, de por sí, iluminación. Pero no siempre deja su atmósfera luminosa. En ocasiones se ilumina una escena como se enciende la noche por efecto del relámpago: “¿Viste el relámpago alumbrando la tarde?” titula una de las poesías. No surge de la nebulosa algo agradable, aunque el resplandor ilumine como una evanescente pero indeleble irrupción de la verdad.

 

Una vez más Lisa Segovia festeja la poesía. Dejemos que ella nos hable desde “El dorso de la niebla” y nos ofrezca un adelanto de la potencia que anima la fragua de esta obra. “La voz en la cabeza es un demonio/o tal vez un dios/la aparición del poema/ una luz/el dorso de la niebla.// y no sé si lo que escuchamos viene de lejos/ o desde el centro de nosotros.// existe un territorio conocido/un susurro gira en las cabezas/ un torbellino, a veces/ el río que bautiza la desesperanza/ y ahí estamos/babeando/ a tientas/sobre el lenguaje”.

 

* Escritora y docente

 

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